Miércoles, 23 de febrero de 2011 | Hoy
CINE › EL PRODUCTOR Y PERIODISTA AXEL KUSCHEVATZKY, ANTES DE VOLVER A PISAR LA ALFOMBRA ROJA
Por octava vez consecutiva se vestirá de etiqueta para transmitir para toda América latina la previa de la entrega de los premios Oscar, que TNT emitirá en directo el próximo domingo. Dice que lo que menos le interesa es “el lado glamoroso” de la ceremonia.
Por Emanuel Respighi
Axel Kuschevatzky no sólo tiene el physique du rol de un hombre íntimamente relacionado con el mundo del cine. Detrás de sus anteojos rectangulares de grueso marco negro, de su piel blanca que evidencia que pasa buena parte del día encerrado viendo películas y de sus remeras alusivas a films y comics, el periodista y productor de cine es un apasionado del celuloide en cualquiera de sus géneros. Basta con ver el entusiasmo con el que analiza, discute e interroga sobre cualquier aspecto relacionado con la pantalla grande para corroborar que, en su caso, lo suyo no responde a pose alguna. En él, el parecer un cinéfilo y el serlo se conjugan con suma naturalidad. “Yo podría estar hablando de cine todo el tiempo durante toda mi vida y creo que nunca me aburriría”, confiesa en la entrevista con Página/12 el hombre que por octava vez consecutiva se vestirá de etiqueta para transmitir para toda América latina la previa de la entrega de los premios Oscar, que TNT emitirá en directo el próximo domingo, desde las 21, con traducción simultánea.
Periodista de cine por vocación (“a los 14 años me pasaba toda la tarde encerrado en la Cinemateca viendo cinco películas en continuado”), Kuschevatzky logró hacer de su pasión una profesión. Director de la revista La cosa, con el tiempo el colorado hizo aquello a lo que pocos periodistas se atreven: saltar al otro lado. Así, fue primero adaptador de las sitcoms La niñera y Casados con hijos, para luego convertirse en jefe de Desarrollo y Producción de Cine de Telefe, cargo que ocupa en la mayor productora de películas de Argentina hasta el día de hoy. Incluso, su conocimiento cinematográfico lo llevó a que él también ganara el Oscar a la mejor película extranjera obtenido el año pasado por El secreto de sus ojos, en el rol de productor asociado. Un bicho raro e inquieto dentro de la profesión.
Con un estilo que lo diferencia de la típica transmisión de las alfombras rojas que signan a los premios, preguntando a las estrellas sobre cine y no acerca de su vestimenta, Kuschevatzky se posicionó como la voz oficial de los Oscar para toda la región. Un lugar al que nunca aspiró profesionalmente, pero con el que soñaba desde pequeño. “Veo la ceremonia de los Oscar desde que tengo memoria”, dice, con una energía para la oratoria que causa envidia. “En casa siempre se vio, y con mi hermano, durante los ochenta, jugábamos al Prode imaginando quiénes serían los ganadores de las diferentes categorías. Nunca me interesó desde el lado glamoroso. De hecho, nadie espera de mí que hable sobre la manera en que están vestidas las actrices o quiénes les diseñaron sus vestidos. No tengo idea ni me interesa. Cuando estoy adelante de un tipo que admiro me interesa hablar sobre cine. Mi motor personal es la curiosidad; no me lo impongo en función de la ceremonia. De hecho, la transmisión de la alfombra roja podría ser tan buena o mejor sin hacer preguntas específicas como las mías, pero es lo que a mí me sale”, cuenta.
Esas preguntas técnicas que realiza a la vera de la alfombra roja, demostrando conocimiento y también pasión cinéfila, son el sello que destaca al colorado en medio de esa caos multicultural que se reproduce cada año en la previa de la ceremonia. Justamente es ese estilo, más personal que estratégico, el que termina sorprendiendo a grandes actores, productores y directores de cine, muchos de los cuales de otra manera pasarían de largo ante el micrófono latinoamericano de la transmisión de TNT. Kuschevatzky descoloca a las celebridades y logra que la previa de la entrega de los Oscar sea también un acelerado curso de cine contemporáneo para los televidentes latinoamericanos.
“A mí no me gustan las alfombras rojas, en general”, dispara, en referencia al olor a frivolidad que habitualmente destilan. Sin embargo, a la vez las reivindica como un espacio periodístico único. “Las únicas que me atraen –detalla– son las del Oscar y las del Globo de Oro, pura y exclusivamente porque me dan la chance de entrevistar a tipos a los que habitualmente uno no tiene acceso. Cuando uno cubre cine la realidad indica que los recursos que tenés para entrevistar a algún grosso tienen que ver con que el productor de la película te invita, por lo que siempre hay un marco. No tengo muchas chances en mi vida cotidiana de sentarme con Mike Leigh, tampoco tengo chances de entrevistar a Michael Hanecke, tengo más chances de charlar con Michael Bay, el director de Transformers. Y una alfombra roja del Oscar me da la posibilidad de entrevistar a tipos como William Friedkin, de El exorcista, o Ennio Morricone, porque son tipos que no hacen más películas grandes de estudios, o están semirretirados, o no son de la esfera de producción del cine industrial norteamericano.”
–¿Es posible hacer periodismo en una alfombra roja?
–Una cosa que descubrí con el tiempo es que la alfombra roja te da también la libertad del vivo: las estrellas tienen la obligación de contestarte lo que les preguntás. Con la cámara prendida, es muy poco probable que te cuestionen la pregunta o no te la respondan. Se pueden preguntar cosas que en otro contexto, como un viaje pagado por la productora para una conferencia con periodistas de todo el mundo, son más difíciles. Esa es una ventaja interesante en relación al tipo de reportaje que se hace cuando te están vendiendo una película. El tipo que está en una alfombra roja no te quiere convencer de que es genial, aunque se llame Risitos de oro y los tres chanchitos en el espacio sideral. Allí los actores y los directores tienen otra actitud. Y eso te permite cuestionarles aspectos de una película. No sé si podrías hacerlo si el tipo está tratando de que el público de un país lejano del sur de Latinoamérica vaya a verla.
–De alguna manera, el contexto frívolo de sus colegas hace que su trabajo se destaque.
–El contexto de que haya cientos de periodistas preguntando sobre quién lo vistió y si está contenta por estar nominada a mí me termina ayudando, porque los tipos están cansados de contestar mecánicamente sobre esas dos “grandes preguntas”. Sacarlos de esa atmósfera glam, poder hablar de cine en ese momento, es una a favor que uno tiene. Yo busco preguntar aquello que no les suelen preguntar y sobre aquellas cuestiones que a mí me interesa saber. Tampoco puedo centrarme en la experiencia argentina. Debo tener claro que la transmisión es para toda la región. El riesgo que tengo es ponerme críptico. Es una transmisión para cerca de 45 países. Calculando cuatro personas por hogar, son potencialmente 120 millones de espectadores. Y la mayor parte no vieron las películas nominadas ni conocen a las personas nominadas con las que estoy hablando.
–¿Cómo suele prepararse para llevar adelante una previa de una hora en la que nada está programado, pudiendo llegar a entrevistar a un potencial de más de un centenar de celebridades?
–Antes de viajar hago un riguroso estudio sobre quiénes están nominados. Me veo la mayor cantidad posible de películas en las que hayan trabajado. Antes de la ceremonia me siento Rocky corriendo por las calles de Filadelfia, estudiando y entrenando como loco. De hecho, cuando llego a Los Angeles estoy cuatro días hablando sólo en inglés. Todo el proceso previo está enfocado a la premiación: mando mails a nominados que conozco o a jefas de prensa, para que me aseguren su entrevista en la alfombra. Si uno no tiene una relación previa con los jefes de prensa es muy difícil que alguna estrella pare a hablar. Yo corro con la ventaja de que desde hace 15 años subo a aviones para hacer notas, por lo que conozco a muchos jefes de prensa. Y hay tipos con los que tengo relación, como Viggo Mortensen, que vienen corriendo por las suyas. Después hay actores como Javier Bardem, a quien contactamos previamente y nos dijo que no hacía notas con medios de Latinoamérica. Nunca es fácil lidiar con celebridades.
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