El gran pintor Edmund Valladares comenzó desde muy joven haciendo dibujos para una agencia de publicidad. Fue con los años que su nombre se consolidó como un referente del expresionismo argentino. Pero si hay algo que define a Valladares, más allá del campo de la plástica, es su facilidad para transitar por diferentes terrenos del arte: además de pintor, es escultor, cineasta, guionista y escritor. Fue durante la proyección de Nosotros, los monos –donde Valladares ponía el foco en la crueldad del mundo del boxeo– que el realizador Jaime Lozano conoció aquel nombre que le quedaría grabado en la retina por décadas. Hasta que conoció personalmente a Valladares, y esa admiración por el artista se convirtió en una estrecha relación de amistad que supieron cultivar y que aún hoy perdura. En esas charlas de amigos, entre mate y mate, Lozano le comentó a Valladares que junto a Jorge Valencia y Eduardo López planeaban realizar un documental sobre su obra. El resultado es Edmund Valladares: testimonios de una vocación, donde el artista de raíces populares habla a cámara y su retrato se complementa con el abordaje de su obra, fundamentalmente en el terreno de la plástica. “Había toda una historia de Valladares que no conocíamos y que afloró cuando surgió la idea de la película”, cuenta Lozano en diálogo con Página/12 sobre el documental que se estrena este jueves en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635).

–¿Era una dificultad hacer un documental sobre un artista que brilló en varias disciplinas? ¿Qué criterios tuvieron en cuenta para condensar el material?

–Por una cuestión de organización, se discutió mucho en la mesa de trabajo y tomamos más que nada su labor en la plástica y en la escultura. El aspecto cinematográfico iba a surgir solo. Teníamos la posibilidad de mostrar escenas de algunas de sus películas y las temáticas que Valladares abordó. Al estar montado esencialmente sobre su trabajo plástico, el documental permite ver toda una evolución del artista. En cine, las cosas fueron muchos más lentas.

–¿Cómo buscaron traspolar la obra plástica al lenguaje cinematográfico?

–Eso fue gracias a un gran trabajo de Jorge Valencia, que lo encaró con mucho profesionalismo y fue tomando los cuadros, donde se puede ir viendo la evolución de la imagen plástica. Hay todo un muestreo de los cuadros de Valladares, de manera tal que pueda apreciarse una continuidad. No es una continuidad dramática sino estilística, cuando se volcó al expresionismo.

–¿Se puede establecer una relación entre su obra plástica y su obra cinematográfica?

–La única relación que hay es que Valladares no dejó de apartarse del expresionismo. Incluso, diría que no es un expresionismo europeo. Pero sí hay una ideología o un compromiso ideológico de su parte. Se ocupó de lo marginal. No se ocupó de la oligarquía, de cómo vivían o de qué se quejaban. Es un artista popular que necesitaría mayor reconocimiento.

–¿Y cómo influyeron sus viajes por Latinoamérica en su obra?

–Esos viajes los hizo desde muy joven. Conoció y se sensibilizó frente a la injusticia que pudo ver en el resto de Latinoamérica que, en aquel entonces, era muy dura. Y fue bastante aventurado haber viajado por allí. El manifiesta que ha sido una experiencia de vida.

–¿Y qué logró expresar a través del arte?

–Lo que se ve de su obra es el compromiso que algunos le reclamamos al artista: que se comprometa y que no sea simplemente un mirador de la vida. Se preocupa, como decía antes, por los seres marginales. Ni qué decir con los años duros de nuestro país, con la represión que hubo en la Argentina. El lo vio y lo sufrió. En Centroamérica estuvo preso porque había hecho un cuadro dedicado a las prostitutas de aquellos años. E incluso hizo unas pinturas referidas a la cárcel, a cómo lo tenían preso. Yo creo que hay un arte que pega en la conciencia de la gente, otro es muy testimonial y otro que es muy molesto para la burguesía.