CINE › LA CARRERA DEL ANIMAL, OPERA PRIMA DE NICOLAS GROSSO
› Por Diego Braude
Argentina, 2011
Dirección y guión: Nicolás Grosso.
Fotografía: Gustavo Biazzi.
Montaje: Manuel Ferrari.
Música: Iván Wyszogrod.
Intérpretes: Julián Tello, Lautaro Vilo, Gonzalo Martínez, Valeria Lois, Pablo Sigal, Elisa Carricajo, Ignacio Rogers.
Estreno en el Espacio Incaa km 0 y en el cine Cosmos-UBA (funciones de jueves a domingo a las 20).
Una fábrica que baja la cortina produce una situación de limbo para todos los involucrados, genera suspicacias y abre la puerta a la incertidumbre. En la fábrica de los Contra se habla de un traspaso, así como los trabajadores apuntarían a un esquema de autogestión, pero el dueño, por su parte, delega en sus dos hijos –Cándido (Lautaro Vilo), el mayor, y Valentín (Julián Tello), el menor– el hacerse cargo de la dirección de la empresa. El problema radica en que Valentín no quiere decidir... Ni sí, ni no...
Filmada en un blanco y negro de dura textura y fuertes contrastes, La carrera del animal es la ópera prima de Nicolás Grosso, que ganó la competencia oficial argentina en el último Bafici. Su protagonista, Valentín, va por la ciudad eludiendo a sus perseguidores, los trabajadores de la fábrica. Hijo del empresario, vive sin embargo en un barrio que dista de ser Puerto Madero y prefiere mantener un perfil bajo; la llamada a ocupar el rol paterno no podría estar más lejos de sus sueños, más aun si implica compartir el espacio con su hermano, de quien rehúye cada vez que puede. El padre, que no ha muerto pero que jamás aparece, es una figura ausente, desinteresada y omnipresente a la vez en la forma de un legado indeseado del cual todos quieren algo: empleados despedidos (Alexis Cesán encarna un memorable y bizarro ex empleado devenido dealer de lo que sea, de remeras a té importado o ácido), otros que quieren conservar su puesto de trabajo (Gonzalo Martínez es un delegado que no piensa parar hasta conseguir la firma de los hermanos), una abogada ambiciosa (Valeria Lois), cuya lealtad es cuanto menos ambigua, y un hermano que oscila entre la cobardía y las ganas de llegar a alguna forma de éxito con la fábrica a cualquier costo. Por todo aliado, el protagonista cuenta con su amigo Lucio (Pablo Sigal), de trabajo desconocido (la situación laboral parece definir la posición dominante de los personajes, su lugar o no de poder), suerte de Sancho que acompaña sin cuestionar.
La huida de Valentín tiene forma de viaje, uno de atmósfera onírica –reforzada no sólo por la estética visual, sino por la característica distanciada de las actuaciones, que buena parte del cine independiente local conserva como marca identitaria– y en el cual nunca termina de estar claro hacia dónde se viaja, que en una primera parte del film avanza de a poco y en la segunda parte más de a saltos. En el transcurrir de Valentín por una ciudad que parece no tener límites –y que luego es un entorno rural que tampoco parece tenerlos–, se cruzan personajes que empujan al héroe antihéroe, que le reclaman.
En ese escaparse hacia adelante, como si permanentemente estuviera comprando tiempo para decidir qué hacer, quién ser, Valentín nunca acaba de optar por nada más que la huida misma. Los otros personajes pueden responder qué los impulsa a actuar, mientras que el joven Contra se muestra confuso frente a un mundo que ahora le pide que tome decisiones, donde la tensión pasa por los tiempos que se acotan, por lo que está en juego y porque nada habrá de culminar ni de transformarse realmente hasta que Valentín no salga de la duda constante y deje de ser apenas el hijo de su padre.
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