Domingo, 29 de abril de 2012 | Hoy
CINE › DOLORES FONZI Y LEONARDO SBARAGLIA ANTE EL ESTRENO DE EL CAMPO
La ópera prima de Hernán Belón reúne por primera vez a Fonzi y Sbaraglia en una historia sobre los conflictos que surgen en una pareja ante la llegada del primer hijo. “Es una película sobre personajes con quienes el público se puede identificar”, dicen.
Por Oscar Ranzani
Ambos empezaron en la televisión cuando eran adolescentes: Leonardo Sbaraglia debutó en Clave de sol en 1987 (un año después de haber participado en La noche de los lápices, film de Héctor Olivera), y Dolores Fonzi, nueve años después, en La nena, aunque fue masivamente conocida por su participación en Verano del ’98. Si bien la TV les aseguró fama y popularidad, Sbaraglia y Fonzi no se durmieron en los laureles y construyeron importantes carreras profesionales en el cine. Sin embargo, nunca habían trabajado juntos en la pantalla grande. Por eso, El campo, ópera prima en ficción de Hernán Belón –que se estrenará este jueves–, marca el debut de la dupla que también podrá verse próximamente en el ciclo En terapia por Canal 7. Y si se tiene en cuenta que El campo aborda, a grandes rasgos, problemáticas de la pareja a partir de la llegada de los hijos, se puede asegurar que es un tema que tanto a Fonzi como a Sbaraglia los toca de cerca porque ambos son padres y experimentaron la construcción de una familia. De hecho, El campo fue la primera película en la que Fonzi participó después de haber sido madre por primera vez.
“Me gustó la idea de trabajar con Leo en una historia chiquitita de una pareja con una hija”, confiesa Fonzi a Página/12. “Me pareció que era algo que estaba al alcance en ese momento para interpretar. Y tenía ganas de hacer algo con estas dimensiones. Algo pequeño, con amigos, y de un tema del cual puedo hablar, como la maternidad y la pareja”, agrega la actriz, que trabajó a las órdenes del recordado Fabián Bielinsky en El aura, entre otros films nacionales. “Leí el guión y me gustó”, dice Sbaraglia. “Además, me pareció que potencialmente podía ser una película donde se podía experimentar y, sobre todo, una película para trabajar de a tres. Me pareció un proyecto íntimo en el mejor sentido”, agrega el actor de Plata quemada y Sin retorno, entre otros tantos largometrajes argentinos y españoles en los que participó.
Como lo indica su título, buena parte de la historia transcurre en el campo. Allí llegan Elisa (Fonzi) y Santiago (Sbaraglia), con su pequeña hija de un año y medio. El traslado fue una idea del padre de familia, pensando en darles una vida más placentera a su mujer y a su hija, quien podría criarse con mayor libertad. Pero ese proyecto de Santiago, a poco de concluir la mudanza, inicia su camino al fracaso. Elisa, un personaje conflictuado tras la maternidad que no encuentra en la naturaleza esa libertad que mucha gente siente. Es más: la vive como algo amenazante, como un encierro. Y a pesar de las buenas intenciones que puede tener el proyecto familiar, se terminan desnudando conflictos que estaban tapados en ese mundo urbano del que provienen los personajes.
“Es una película que tiene un lenguaje muy realista sobre un asunto de crisis o de encuentro o desencuentro de pareja –admite Sbaraglia–. Y creo que entran elementos del thriller, aunque no lo sea, porque justamente al ser una película en la que no saltan los coches por el aire, el plot de este film es el encuentro de un hombre y una mujer con una nena de un año y medio y el devenir en un momento de sus vidas.” Para Sbaraglia, el personaje de Fonzi “está muy metido en su cabeza por diferentes razones, porque acaba de ser madre y por todas las razones que uno pueda suponer, y mi personaje la quiere traer a la Tierra (el campo como algo simbólico). Pasa que la manera en la que lo intenta es también una fantasía. Y eso produce un conflicto porque ninguno de los dos está apoyado en un principio de realidad”.
–¿Esta pareja busca proponerse un proyecto de vida sin darse cuenta de lo que implica trasladarse del mundo urbano al rural?
Dolores Fonzi: –El personaje de Leo tiene la ilusión de que eso sea a favor. Obviamente, lo que sucede puede ser visto a favor. Cree que va a abrir una puerta a la diversión, la invita a ella a una aventura en conjunto como algo lindo de compartir, pero eso después no resulta precisamente algo lindo. Resulta movilizante. Ella se ve en ese lugar y se le potencia su inquietud.
–¿Creen que Elisa y Santiago son una pareja común y corriente con conflictos sin resolver o hay algo que la hace diferente a la media?
Leonardo Sbaraglia: –Es una película que intenta hablar de personas con las que el público se puede identificar. Y habla de asuntos que son absolutamente arquetípicos en las parejas, en los padres en un momento de la vida. La idea no es hablar de seres excepcionales.
D. F.: –Yo creo que es una pareja bastante arquetípica.
–¿Cómo viven el amor Elisa y Santiago? ¿Qué los acerca y qué los aleja?
D. F.: –El sexo va bien. Es un punto de encuentro grande entre ellos.
L. S.: –En la película no se habla tanto de amor sino de la construcción del amor, la realidad del amor, el reacomodamiento de las identidades de cada quien. Cuando uno es padre, de repente le sorprende un personaje que no sabía que estaba. Aparece una nueva parte de uno que estaba escondida, que estaba solapada. Vuelve algo que, de pronto, no había aparecido porque no se habían creado las condiciones. De pronto, una nueva realidad, un chico, te vuelve a crear las condiciones para que parte de tu historia, de tu experiencia vuelva a aparecer. Ante esta nueva realidad de haber tenido un hijo, los personajes se encuentran de pronto con “otro”. Creen que el otro es alguien que no es.
–Porque la hija incide en la relación de pareja, ¿no?
L. S.: –Absolutamente, porque podemos pensar que habían encontrado un equilibrio entre ellos y la hija vuelve a cambiar los roles. Algo se tiene que volver a acomodar.
–¿Cómo analizan las características de sus personajes y cómo los trabajaron?
D. F.: –Las características de Elisa, en lo general, tienen que ver con que es una mujer que está en un momento post maternidad, con una niña de un año y medio, y con las hormonas en ese desequilibrio, en un estado químico particular, naturalmente. Después, también está reencontrándose con la mujer que había en ella antes de ser madre, cuestionándose, reconfirmando y poniendo en duda un montón de aspectos que la unen con su marido, Santiago. Es como que va reviendo, acomodándose. Está en un momento de debate interno.
–¿Cree que es alguien más conflictuado que Santiago?
D. F.: –No, creo que le está pasando eso en ese momento. Seguramente, él cuando termina la película, arranca con este movimiento interno que ella propone y que deja abierto.
L. S.: –A mi personaje, esta nueva situación de familia lo impulsa a comportarse de una manera, de ir y de llevar su vida hacia algún lugar. Es como si fuera un impulso, casi una orden que él tiene impuesta. Dice: “Tengo una hija y una mujer. Mi mujer está medio delicada, la voy a llevar a la Tierra y ahí vamos a construir un paraíso”. Pero casi como si eso fuera también una fantasía que no se corresponde con lo que probablemente ella necesite, con la realidad que probablemente su hija necesite. Como si fuera un cierto hecho automático.
–¿Qué comparten y en qué se diferencian con sus personajes en la manera de vivir la paternidad y la maternidad?
L. S.: –La película logra contar muy bien una sensación. Todos tenemos, en algún momento, alguna sensación, pensamiento, emoción, que nos pasa en forma parecida a los personajes de la película. El film amplifica un sentimiento de cierta cosa inhóspita, de cierto sentimiento que uno tiene frente a la gran y maravillosa sensación de tener un hijo. Y la película amplifica esa sensación y lo pone en una situación muy compleja y extrema. Que tampoco es tan extrema. La lleva al extremo en ciertas crisis de los personajes, en un lugar que para ella es inhóspito, mientras que para él podría ser maravilloso. Pero en relación con uno, bueno, por suerte uno puede ver la vida con otra perspectiva y correrse muchas veces de esos roles. Estos dos personajes están un poco encerrados en una situación. Uno tiene el privilegio y la posibilidad de poder cambiar las condiciones y poder mover su cabeza.
D. F.: –Yo siento que Elisa se tiene que hacer cargo un poco de sí misma. Y al ponerse en contacto con ella misma se desconecta un poco de su hija. Necesita separar ahí para después poder volver a conectar. Y para mí no. No fue un conflicto. Mis hijos no amenazan mi identidad, mientras que en el caso de Elisa, sí, aparece la niña como amenazando su identidad como individuo.
–Además de haber trabajado con cineastas consolidados, ambos también lo hicieron con directores que recién asomaban. ¿Cómo ven en la actualidad la evolución del cine joven argentino?
D. F.: –La veo en ascenso. Igual que en teatro. Me parece que la Argentina tiene cantidades de obras de teatro que podés ver durante un mes seguido, sin que ninguna sea mala. Todos los directores y los actores son buenos. Hay una cantidad abismal comparada con el resto del mundo.
L. S.: –Te puede gustar más o menos, pero es muy difícil ver una mala actuación. Es muy difícil ver un actor que no sea interesante. Sobre todo en el teatro, antes uno se encontraba con cierto acartonamiento. Estoy hablando de quince años atrás. Había un lenguaje mucho más antiguo. Y ahora es impresionante la cantidad de cosas buenas y estimulantes que uno puede ir a ver al teatro.
–¿Y el cine?
L. S.: –El cine respira eso también. Pasa que hacer cine es mucho más complicado, se necesita más dinero, otra infraestructura, pero cuando se logra (que en este país se logra muchas veces) aparecen cosas muy interesantes.
D. F.: –Siento que los talentos siguen apareciendo.
–¿Cómo notan la televisión argentina actual respecto del cine? ¿Creen que a partir de los concursos del Incaa surgió un abanico de posibilidades para la ficción?
L. S.: –Es un mecanismo que todavía se está probando en cuanto a cuál es la mejor manera, cuál es el presupuesto correcto. Hay unas condiciones de realidad en relación con lo que es producir una serie de trece capítulos y todavía se está afilando el mecanismo. Hay que seguir calibrándolo y midiéndolo con las condiciones reales de trabajo. Me parece, en principio, que ésta es una política maravillosa y que funciona fundamentalmente para mucha gente que antes no tenía la posibilidad, como son los casos de productores en Jujuy, en Córdoba, y en otros lugares que antes no podían tener un estímulo económico para llevar a cabo una historia y empezar a ejercitar y hacerse cargo de lo que es contar una historia. En general, no-sotros como país tenemos una política muy centralista. Y empezar a expandir y a crear las condiciones para que cada provincia y cada lugar tenga su lugar de desarrollo y sus propias industrias y productos es algo que está empezando y que se tiene que seguir desarrollando. Por otro lado, yo participé en una serie ganadora de los concursos del Incaa: hice dos capítulos en Televisión X la Inclusión. Y me pareció muy piola porque, al margen del mercado, donde la televisión te dice lo que tiene o no rating, podés contar historias y hacerte cargo de historias que no tienen que ver con un mecanismo de mercado. Entonces, aparecen personajes que habitualmente no se ven en la televisión. En la tele hay una presión de que los personajes tienen que ser de una determinada manera, medio heroicos, simpáticos. No se tocan temas sobre conflictos y asuntos que tienen que ver con la vida real. Al dar un paso al costado al mercado, a lo que la gente “tiene que ver porque tiene que tener 30 puntos de rating”, hay como una distensión, incluso expresiva. Y eso me parece muy importante.
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