Martes, 17 de julio de 2012 | Hoy
CINE › ROBERTO PERSANO Y SEBASTIáN NACIF, DOCUMENTALISTAS
Los realizadores de El Almafuerte estrenan este jueves Nicaragua... El sueño de una generación, un homenaje a la Revolución Sandinista. “Nos gustaría llegar a los jóvenes, que la película sirva para debatir y pensar la militancia”, dicen.
Por Diego Braude
Tan lejos y tan cerca. En 1979, en una conferencia de prensa, Jorge Rafael Videla afirmaba, muy seguro frente a los periodistas, que un desaparecido “no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. También en 1979, en Nicaragua otra dictadura –la del gobierno dinástico de la familia Somoza, que había accedido al poder de manera non sancta en la década del ’30– caía ante la Revolución Sandinista. Durante poco más de diez años, la revolución avanzó como pudo, resistiendo bloqueos comerciales impuestos por Estados Unidos –que había apoyado al gobierno de Somoza desde sus inicios–, que además financiaba y entrenaba a la contrarrevolución (Contras). El desgaste favoreció que en las elecciones de 1990 los votantes se orientaran hacia la coalición UNO liderada por Violeta Chamorro, lo que marcó un viraje político radical. No obstante, en las elecciones de 2007, el sandinismo regresó a la presidencia con Daniel Ortega, siendo reelecto en 2012.
“Lo nuestro fue un sueño, lo de ellos fue una realidad”, dice Pola Auger, una de las protagonistas del documental Nicaragua... El sueño de una generación, segundo largometraje dirigido por Roberto Persano y Santiago Nacif (el primero había sido El Almafuerte, en 2010, junto a Andrés Martínez Cantó, que acá pasa al rol de productor ejecutivo) y que se estrena este jueves en el cine Gaumont (Rivadavia 1635). La última revolución exitosa de Latinoamérica atrajo internacionalistas dispuestos a sumarse a la apuesta sandinista, entre los cuales hubo numerosos argentinos que habían sido empujados al exilio por el Proceso de Reorganización Nacional y es sobre ellos y sus experiencias sobre quienes se centra el film.
“Empezamos el rodaje en 2009, cuando fuimos la primera vez a Nicaragua”, cuenta Persano. “En ese momento estaba Zelaya exiliado en Nicaragua, después del golpe que le hicieron en Honduras. Y ahora de nuevo: a punto de estrenar la película, otro golpe, en Paraguay. Eso habla de la necesidad... Siempre nos preguntaban ‘¿por qué Nicaragua?, ¿una revolución?, pasó hace treinta años, es pasado’. No, no es pasado, me parece que está más vigente que nunca la necesidad de rescatar de la memoria del proceso sandinista y contribuir a formar lazos solidarios entre los países de América latina.”
Roberto Persano: –La primera que encontramos fue Felisa Lemos, médica rural y especialista en Epidemiología, que durante la revolución fue directora de Epidemiología, docencia e investigación del área del Cuá Bocay. Justo para esa época estaba presentando un libro que escribió sobre su experiencia en Nicaragua: se llama Nicaragua, el huracán del ojo revolucionario. Ella fue la primera persona con la cual nos entrevistamos. Y después conocimos al Pampa Ubertali, periodista, que colaboró en el Ministerio del Interior y en la universidad, así como en la instrucción político-militar de las milicias sandinistas. Lo había escuchado en un programa de radio; me contacté y me pasaron el teléfono.
Sebastián Nacif: –Y ellos mismos te van diciendo: ‘Ah, ustedes deberían hablar con tal’. Al principio no conocíamos mucho y empezamos a investigar. Uno después se va dando cuenta –es un poco lo que nos pasó a nosotros investigando para la película– de que hubo un montón de argentinos que estuvieron en Nicaragua.
S. N.: –Esto de ver los pocos, muchos o medianos logros que había conseguido la revolución se echaban para atrás. Por ejemplo, lo que había costado tanto montar, todo un sistema de salud –sobre todo en el interior de Nicaragua, en las partes montañosas donde no había nada de asistencia sanitaria y se habían podido construir un montón de salas gratuitas para la gente–, en los ’90 se privatizó. Obviamente, ningún campesino podía recurrir a una salita privada. Para muchos fue una frustración muy grande ver que esos pocos logros que había conseguido la revolución iban para atrás, como también los índices de analfabetismo. El sandinismo había podido reducir el analfabetismo de un 70 y pico por ciento a menos del 10 por ciento; después, en los ’90, volvió a recrudecer y se fue a más del 20 por ciento.
R. P.: –De hecho, los que vuelven a la Argentina, vuelven pos-derrota del Frente (Sandinista de Liberación Nacional) en las urnas en el ’90.
R. P.: –Ellos marcaban la diferencia con respecto al miedo; el miedo que sentían acá y el miedo que sintieron en Nicaragua. O sea, la muerte estaba presente en ambos lados y los propios milicos argentinos –que los perseguían acá y por lo cual se tuvieron que exiliar– estuvieron en Nicaragua o en Honduras, entrenando a la contrarrevolución con la cual tuvieron que enfrentarse después. Sin embargo, era un miedo totalmente distinto. Acá era un miedo solitario, el temor de sentir que la muerte era una muerte inútil acá, que morías por nada en la soledad y allá te sentías parte de todo un proceso. “Si yo me moría, sabía que la revolución se iba a hacer cargo de mis hijos”, te cuentan. No había angustia, porque sabían que su muerte no iba a ser en vano.
S. N.: –El proceso revolucionario se vivía con alegría, porque sabían que estaban haciendo un país de la nada, construyéndolo de cero. Y lo que a nosotros nos llamaba la atención es cómo hacían para convivir con esta sensación y también con la muerte. Porque cuando uno participa de un proceso de este tipo convive con la muerte: mueren sus compañeros, mueren familiares.
R. P.: –Sobre todo nos gustaría que tenga llegada al público más joven, que sirva para debatir y pensar la militancia. Y ahora, en momentos donde la Patria Grande parece estar más consolidada –más allá de estos golpes que se siguen sucediendo–, está bueno plantearse y pensar el presente también desde el pasado y qué ocurrió en el ’79 cuando Nicaragua era la luz de la esperanza para el continente.
S. N.: –Pensamos la película como un pequeño homenaje a estos militantes que realmente entregaron su vida. Muchos murieron en Nicaragua –muchos extranjeros, argentinos incluidos– por un proceso que uno podría decir que les era ajeno. Sin embargo, justamente, los lazos de hermandad y solidaridad demuestran que no, que ninguna revolución es ajena, como diría el Che.
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