Martes, 23 de mayo de 2006 | Hoy
CINE › LISANDRO ALONSO Y LAS CLAVES DETRAS DE “FANTASMA”, SU NUEVA PELICULA
El director dice que su film, que hoy se exhibe en Cannes, es un agradecimiento a los protagonistas de La libertad y Los muertos, Misael Saavedra y Argentino Vargas. ¿Por qué filma con personas comunes y sin relato?
Por Julián Gorodischer
Con su presencia, los actores le demuestran que todo lo que filme sobre ellos es “falso”. Por eso su posición es: “Entraré a la cabeza del hombre común” (pero el de las afueras, marginalizado, frágil). Lisandro Alonso se lo propuso en La libertad, cuando siguió al hachero pampeano (Misael Saavedra) hasta descubrirlo demasiado parecido a sí mismo; lo repitió en Los muertos, y le sumó más ficción al registro de acciones cotidianas, mínimas, del bracero (Argentino Vargas) recién salido de la cárcel que baja por el río en busca de su hija... Otra vez, en Fantasma (que se exhibe hoy en la Quincena de los Realizadores, del Festival de Cannes), vuelve a sumar a su convicción sobre el cine: harto del relato, desconfiado de que le cuenten o de contar historias, más interesado en que la imagen y el sonido provoquen sensaciones. En Fantasma, como agradecimiento personal a Misael y Argentino, los quitó del entorno natural para colocarlos en el hall del Teatro San Martín y hacerlos asistir al estreno de Los muertos, a ver qué pasa. ¿El fin de una trilogía? ¿O una ofrenda privada?
–La idea era filmar a Argentino y a Misael con la excusa del estreno de Los muertos en el Teatro San Martín. Iba a ser un corto, pero a medida que avanzábamos nos empezamos a cebar; se iba acabando la película hasta llegar a filmar 75 minutos. Tenía un guión de cinco páginas, una guía para saber en qué andaba. Pero, de hecho, se improvisó bastante....
Fantasma, que lo lleva por segunda vez a Cannes (la primera fue con Los muertos) es apenas el recorrido de dos hombres de las afueras que se pierden en la institución cultural/oficial. Los dos hombres caminan por pasillos desiertos, se detienen en los baños, dan vueltas, se topan, intrigados, con una fauna nueva, exótica (el acomodador, la empleada administrativa, el boletero), tal vez estando allí para formular preguntas sobre la disponibilidad de los bienes culturales, la dificultad de acceso a la cultura, la cerradez de determinados círculos. O quizá sea sólo el deambular de dos seres carismáticos en sus respectivos territorios (La Pampa, el río), que aquí naufragan, se doman, se doblegan... “En lo personal –admite Lisandro Alonso– era una forma de agradecer a Misael y a Argentino por habernos conocido, haber trabajado juntos; gracias a ellos yo estoy en un lugar y puedo tener casi una profesión como el cine. Era una excusa para traerlos a mi lugar, a la ciudad...”
–O puede ser la excusa para hablar de la inadecuación....
–Era la forma de plantear el tema de la cultura: dónde está, para quién está... Quería ver si estos espacios culturales estaban abiertos, capacitados para comunicar cultura a cualquier persona. Yo quería lograr que esta escena fuera equivalente a la imagen de nosotros, sujetos de la ciudad, perdidos en la selva a la que ellos están acostumbrados. ¿Cómo leeríamos ciertos índices que pueden estar en la tierra, en un camino, en un alambrado? Argentino tiene la sensación de no estar seguro ante un ascensor, o frente al acomodador de cine; duda sobre cómo moverse, si esperar a alguien o algo del lugar. Misael ya está perdido desde el estreno pasado; es el fantasma de la película.
Ante el estreno en Cannes, dirá que afuera lo valoran más que acá, donde es “el pibe raro que hace películas para que nadie las vea”. ¿Tan así? Se sabe que su prioridad nunca es la historia; desde chico no respondía al canon del niño/adolescente desesperado por escuchar o contar “eso que pasó”. A su particular sensibilidad que valora antes el estatismo de una descripción que el avance continuo de una narración, la definirá como “cierta indiferencia a que te tiren tomates: si los tiran, los tiran...”.
–Ya no sé si me interesa contar una historia con relato, con actores. No me interesa que me cuenten historias, no sé si porque estoy creciendo y creo en muy pocas cosas....
Misael y Argentino, en sus tres películas filmadas, son la evidencia de ese breve manifiesto: la cámara se corre a la cotidianidad selvática/rural, pero no para cazarlos cono haría el National GeographicChannel, sino en un tono extrañado que se nutre de la ficción y el documental: una zona en la que se funde la historia real con la morosidad de un tiempo que parece no estar corriendo, allí donde la tarea de remar o de hachar se eternizan en un espiral que se opone “al 80 por ciento de los relatos –dice Alonso– del cine universal”.
–Ese tipo de historia comercial no me interesa. No da ni un poco de libertad, ni un poco de inteligencia. No quiere un espectador libre o activo. La premisa es como la de cualquier negocio: vender productos y sacarle dinero a la gente.
–¿La consigna es “sin relato”?
–No me interesa dejar una moraleja, ni contar una historia. Quiero tratar de meterme en la cabeza del otro y ver qué le pasa: es gente común, marginal, que está un poquito olvidada. Pero ahora ya creo que hay demasiados cineastas filmando gente común. Pasa que es más creíble que a un desconocido le pueda ocurrir algo en una película que a un actor profesional. A Argentino y a Misael yo lo único que les pido es: no mires a cámara y no expreses nada. Dejá que la gente ponga en su cabeza lo que quiera.
–¿Hay demasiados directores filmando a gente común?
–El neorrealismo italiano también filmaba a no actores y fue un movimiento de cineastas que marcó la historia del cine. Mucho del cine argentino fue aprendido ahí: haciéndolo sin iluminación, en escenarios naturales, con pocos recursos... A mí me interesa destacar lo que tiene riesgo cinematográfico, pero también hay todo un movimiento que supuestamente tenía ideas y aportes y terminó plegándose al negocio de festivales sin hacer algo honesto, pensando en una forma de vida. Para eso prefiero ponerme un kiosco. Así fue perdiendo fuerza el cine argentino.
Su enamoramiento de Misael Saavedra comenzó cuando se fue a trabajar al campo de su padre, en La Pampa, durante una temporada, hace no mucho tiempo. Misael hachaba, ensimismado, y Lisandro Alonso (que por entonces estaba atento a si se rompía un tractor, si faltaba alimento para las vacas) se identificó con el desgano del hombre haciendo lo que no desea. Los dos fueron uno, separados apenas por la cámara, por la educación y la condición social. Los siguió día y noche, matando para alimentarse, trabajando, durmiendo al sol. “Ahora vende leña; de vez en cuando nos llamamos por teléfono, pero tenemos la misma relación. Lo que valoro es que después de no verlo por dos años, le toco timbre en Zapala y está todo bien”, dice.
A Argentino lo descubrió buscando locaciones para Los muertos en el río Paraná (porque para él van antes los paisajes que los rostros); le asignó un guión más armado (salida de la cárcel, búsqueda de la hija) e imaginó la coronación como el tránsito de ellos dos, sacados de su hábitat natural por el Teatro San Martín. “Tenía que ser ahí –explica–, si no me lo autorizaban no la hacía.”
–¿Y si se hubieran perdido en el Colón, hubiera sido mayor el contraste?
–Hubiera sido más solemne... Ya hay escenas con cierta solemnidad en el San Martín, cuando se ve un piano de cola, o cuando se ve la Sala Martín Coronado. No hacía falta agregar más. En el Colón el contraste sería demasiado obvio. Para Argentino, tal vez el estreno de Los muertos era la primera película que veía. Cuando terminó dijo: “Y, un poco larga”. De su propia vida no pueden hacer una lectura como la que hacemos nosotros que miramos con otra perspectiva; ellos no tienen esa toma de distancia. Filmándolos llego al hueso de lo que necesita el ser humano, cuando falta el dinero, la salud, la familia.
–¿Se entendería Fantasma sin ver La libertad y Los muertos?
–Yo no sé si quiero captar público, ni si me interesa el espectador medio que va a los complejos a ver películas. Antes de filmar Fantasma me preguntaba si la entenderían sin haber visto las otras: creo que queda claro que Argentino actuó en una película. Viendo Last Days, de Gus Van Sant, supe qué es una película, qué es el cine: generar sensaciones con imágenes y sonido, pero sin relato. Estar sentado en la silla y preguntarse: qué estoy viendo. No estar esperando a que maten al negro para que termine la película.
–¿Cómo nació su oposición a las historias?
–¿Qué historias me van a hacer pensar diferente del ser humano, o del mundo? Capaz que me empecino en pensar que no hay cosas nuevas porque las historias son siempre las mismas; lo que cambia es cómo te las cuentan. Contame un western pero como lo hizo Jim Jarmusch; veo Los imperdonables, de Clint Eastwood, y me encanta. Pero después las megaproducciones de acción son costosísimas y a la hora me las olvidé; ya estoy pensando en la próxima que voy a ir a ver. Yo prefiero espectadores que estén pensando en la película por un ratito.
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