CINE › LORENA CANCELA Y LAS IDEAS CONTENIDAS EN SU LIBRO ESTADO TRANSITORIO: CINEFILIA EN EL SIGLO XXI
La autora hace un análisis exhaustivo del profundo cambio que experimentó en los últimos años la relación del espectador con lo que sucede en pantalla. En ello juega un rol central la explosión tecnológica, que desarrolló una multitud de foros virtuales de debate.
› Por Oscar Ranzani
La irrupción de las nuevas tecnologías ha provocado cambios sustanciales en la mayoría de las disciplinas artísticas, y el cine no es la excepción. La investigadora Lorena Cancela se vale de herramientas como la filosofía y la semiótica para dar cuenta de ellas en el libro Estado transitorio: Cinefilia en el siglo XXI (Editorial Djaen), para analizar cómo se modificó el comportamiento de los espectadores en los últimos tiempos. La inclusión del 3D, el cambio de los escenarios públicos a los privados, el surgimiento de los denominados “cinéfilos mutantes”, el estado de la crítica, la relación entre el cine y el consumo son algunos de los ejes temáticos que llevaron a Cancela a reflexionar sobre ese “estado transitorio” que, según describe, en la actualidad “es preferible decir que el cine está siendo tal o cual cosa a decir que el cine es tal o cual cosa”. Cancela señala que, a lo largo de su historia, el Séptimo Arte siempre se preocupó por tratar de definirse y de buscar su esencia. “Por supuesto que, a lo largo de los años, la pregunta tan maravillosa ‘¿Qué es el cine?’ fue respondida de diferentes maneras. Y hoy es transitorio porque no podemos llegar a dar una respuesta unívoca de qué es el cine. No hay una idea generalizada a propósito de esto. En todo caso, hay muchas ideas sobre lo que es el cine hoy.” Bajo ese marco conceptual, la investigadora analiza la recepción y las nuevas formas que el espectador tiene de relacionarse con las películas a través de nuevos hábitos de conducta.
–¿Cómo analiza al nuevo espectador con un rol más activo?
–Pasan dos cosas. El espectador tiene nuevas maneras de acceder al material y nuevas maneras de involucrarse con ese material. Antes, uno para tener la película que le gustaba inevitablemente tenía que ir al cine. La única manera de ver las películas y comentarlas era yendo al cine. Ni siquiera en los ’60 existía el VHS. El VHS fue modificando esto, pero las nuevas tecnologías lo tiraron por la borda. Hay un tema: uno no podía pasar el VHS como un archivo a alguien que está en Tailandia. Y hoy esto es posible. De hecho, se arman grupos colectivos de cinéfilos que intercambian información de esa manera. Y esto se ve en la cantidad de publicaciones que proliferan. Hay como una cuestión global y colectiva de gente que se junta porque comparte ciertos gustos o intereses por películas que no necesariamente fueron exhibidas en sus países de origen.
–¿El cambio en la recepción del cine se debe solamente a estos avances tecnológicos o también tiene que ver con cuestiones sociales y culturales?
–Obviamente tiene que ver también con cuestiones sociales y culturales. Yo lo pienso desde el lado del cine, pero hay gente especialista y experta en ver cómo las nuevas tecnologías modifican la manera en que las personas se relacionan: desde conocer a alguien por Internet (un gran cambio social) al hecho de que la tecnología sea la “memoria” de la gente. Para bien y para mal, las nuevas tecnologías están condicionando la forma en la cual se relaciona la gente y hay un montón de embrollos que se generan por esto. Y también hay muchas películas que hablan de esto.
–¿Por qué señala en su libro que, a diferencia de otras artes, “cualquiera puede hablar de cine”?
–Todos podemos hablar de cine porque éste es mucho más desacralizado que la pintura o el teatro, por ejemplo. Es un medio de expresión mucho más cercano a la gente y genera que todos opinen. En la televisión pasa todo el tiempo: uno ve la TV y, en algún momento, aunque no sea un programa de cine, siempre sale una película que uno recuerda. Genera un vínculo mucho más desacralizado con el espectador que otras artes.
–La “interacción moral” que comenta en su libro que se producía entre el espectador y los personajes, ¿se modificó en la actualidad?
–Depende qué película uno mire, porque hay films con los cuales uno entabla una relación mucho más estrecha con los personajes o que se involucra mucho más moralmente. Digo “moralmente” estando a favor o en contra. Lo que pasa es que este involucramiento está ligado al cine de Hollywood, que es un poco el que nos enseñó que tenemos que identificarnos con los personajes y aceptarlos o rechazarlos en sus acciones. Hay otro cine que no nos pide eso, porque también nos muestra más los matices de los personajes: no son enteramente buenos, sino que, también, como todas las personas, tienen sus cosas. Insisto en que depende la película, es la relación que el espectador entabla con ésta.
–¿Cree que se intensificaron las relaciones entre el espectador y la imagen a partir del 3D?
–Sí, totalmente. El 3D intensifica esta idea de que uno está dentro de ese mundo. Avatar fue el ejemplo más claro. La película misma te está proponiendo eso. ¿Qué te propone? Que hay un hombre al que lo enchufan a algo y que se mete en un mundo que, en realidad, no existe. Pero todo el film es estar dentro de ese mundo irreal. Entonces, desde ese lugar creo que es como una relación “más carnal”.
–¿Por eso señala que esa interacción que antes era cognitiva y emocional ahora también es sensorial?
–Sí. Uno está metido con su cuerpo adentro.
–¿Pero eso no sucedía antes?
–Creo que antes era más ver la pantalla y uno trabajar con el intelecto, no tanto con el físico. De hecho, en muchos casos a las historias había que seguirlas intelectualmente. En cambio hoy, es una cuestión sensorial que se ve intensificada por el sonido envolvente, la butaca súper confortable y otra serie de cuestiones técnicas que coadyuvan a esta sensación. Seguramente también antes existían otras películas, pero no era tanto esa búsqueda ni era ésa su propuesta narrativa.
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