CINE › LOCOS POR LOS VOTOS, CON WILL FERRELL Y ZACH GALIFIANAKIS
La comedia dirigida por Jay Roach apunta sobre el rastrerismo de la clase política estadounidense y la idiotez de cierto americano medio, pero se va desinflando por el camino, hasta cerrar con uno de los finales más concesivos de que se tenga memoria.
› Por Horacio Bernades
“Acordate de decir que tus pilares son América, Jesús y la libertad”, le apunta su asesor al candidato a congresista Cam Brady, antes de uno de sus discursos de campaña. “Sí, ya sé”, contesta Brady. “No tengo la más puta idea de lo que quiere decir, pero funciona.” Nada más oportuno que una película sobre dos candidatos que se arrancan las tripas justo en este momento, en que dos candidatos hacen algo parecido. Y nada más alentador y revulsivo que uno de los candidatos de Locos por los votos sea un hijo de puta absoluto. Y el otro, un nabo de colección. Todo lo cual convierte a este duelo de titanes (Will Ferrell vs. Zach Galifianakis) no sólo en una película valiosa por tratarse de quienes se trata, sino mucho más jugada políticamente que, por ejemplo, El dictador, de Sacha Baron-Cohen, cuyo villano respondía a todas las ideas preformateadas que de un dictador musulmán puede tener un espectador occidental medio. Pero como no todo es perfecto, Locos por los votos, que empieza siendo sucia y jodida, se va desinflando por el camino, hasta cerrar con uno de los finales más ridículamente concesivos de que se tenga memoria. Final que ni siquiera está sobrerridiculizado, de modo de volverse autoparódico.
Congresista republicano durante cuatro períodos por el Estado de Carolina del Norte, Brady (Will Ferrell, que alguna vez hizo una famosa imitación de Bush) tiene a los votantes tan en el bolsillo que puede convencerlos de que el chanchísimo mensaje sexual que dejó por error en el contestador de una familia cristiana-integrista (suponiendo que se trataba del teléfono de una de sus amantes) es apenas un ligero desliz, y seguir en carrera como si nada. Pero hay dos tipos a los que Brady, por corrupto e inescrupuloso que sea, no les ofrece las garantías que necesitan. Son los hermanos Motch (referencia a unos hermanos Koch, industriales de ultraderecha), dos recontramillonarios, con un proyecto digno del zar de la moda que el propio Ferrell encarnaba en Zoolander. No conformes con levantarla a paladas explotando trabajadores esclavos de la lejana China, quieren venderle directamente Carolina del Norte al gigante asiático, para que pueda trabajarse allí a “tasas chinas” (tasas en el sentido de sueldos, claro). Para eso necesitan un pelele total: hora de que Zach Galifianakis haga su aparición.
Producida, entre otros, por los propios Ferrell y Galifianakis (además de Adam McKay, “cumpa” de Ferrell de toda la vida), los blancos sobre los que apunta Locos por los votos son los correctos: el rastrerismo de la política estadounidense, el capitalismo ya loco de tan salvaje, el modo en que el capital maneja a la política, la idiotez de cierto americano medio (representado por Marty y su familia) y lo profundamente desagradable de todo ello. Durante su primera mitad, Locos por los votos es tan gruesa y chocante como debe ser. Y muuuy graciosa. La increíble “compañía turística” que maneja Marty, la pelea a brazo partido para ver qué candidato llega primero a besar a un bebé, la mucama china a la que el papá sureño de Marty (el gran Brian Cox) obliga a hablar como negra, la campaña de Brady dirigida a demostrar que su rival sería “un agente islámico encubierto”, un chiste genial sobre el perrito de El artista o la reconversión express a la que el asesor de imagen contratado por los Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd siempre suman) somete al pobre Marty, su casa y su familia, dan lugar a gags a la altura de la trayectoria (como cómico y motor creativo) de Ferrell.
Pero entre que a Jay Roach (director de las series Austin Powers y La familia de mi novia) parece darle todo lo mismo y que los guionistas parecen conformarse con gags cada vez más espaciados, en lugar de seguir con el acelerador a fondo en la línea en la que venían, la cosa se va desarmando. Hasta llegar a un final que es directamente una traición a mano armada a la película, al espectador y a sí mismos. Con lo cual todos los participantes terminan comportándose igual que esos políticos que, se suponía, habían venido a destripar.
6-LOCOS POR LOS VOTOS
The Campaign, EE.UU., 2012
Dirección: Jay Roach.
Guión: Chris Henchy y Shawn Harwell.
Fotografía: Jim Denault.
Intérpretes: Will Ferrell, Zach Galifianakis, Jason Sudeikis, Dylan McDermott, John Lithgow, Dan Aykroyd y Brian Cox.
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