CINE › LA REALIZADORA TERESA ARREDONDO Y SU DOCUMENTAL SIBILA, SOBRE UNA MILITANTE DE SENDERO LUMINOSO
Ganadora de la competencia de Derechos Humanos en la última edición del Bafici, la película de Arredondo estrenada ayer se interroga por “la justificación de la lucha armada y específicamente en cómo se llevó a cabo en el Perú”.
› Por Ezequiel Boetti
La familia como entidad rectora de la formación ideológica de quien la vive, cúmulo de secretos aparentemente inexpugnables, sucesión de temas que no son tales. Por esos avatares pasó la realizadora Teresa Arredondo a lo largo de sus primeras décadas de vida. Hija de un chileno exiliado en los albores del gobierno de Pinochet y de una peruana, Arredondo nació hace 35 años en Lima, donde hacía varios años que vivía Sybila, su tía paterna. La relación entre ambas se asentaba en la reciprocidad: ambas eran la favorita de la otra. Hasta que algo pasó y la hermana de su padre simplemente se fue, dejó de estar. En cuerpo y en palabras, porque a la ausencia física le correspondió la del léxico familiar. Arredondo tuvo que entender qué había pasado, el cómo y los por qué de ese silenciamiento. Pero no lo hizo sola, sino que decidió retratar todo el proceso con una cámara. “No bien me pidieron un proyecto para un Master de Cine Documental en España apareció la necesidad de contar esta historia”, asegura la cineasta ante Página/12. “Esta historia” es la de Sybila Arredondo, personaje central del film casi homónimo, retrato de una mujer que perteneció al movimiento insurgente Sendero Luminoso y estuvo presa quince años. “Ella no quería poner su nombre tal cual, porque decía que si no la película se centraba demasiado en el individuo.”
La sinopsis presupone no sólo un dispositivo profundamente enraizado con lo histórico-personal, sino también que Sibila es mucho más que una película. Se trata, quizá, de la concreción de una idea alojada durante años en el inconsciente de la cineasta. Lugar más que pertinente, sobre todo si se tiene en cuenta que antes de empuñar cámaras y micrófonos Arredondo se dedicó a la psicología. ¿Existe algún vínculo entre esa base teórica y la elección de la propia familia como objeto de estudio? “Imagino que sí, porque a la hora de pensar una historia la primera que encontré fue ésta”, reconoce la peruana actualmente radicada en Córdoba, y completa: “Sibila es una película de palabras. Es un encuentro con mi familia que se da a través de los diálogos. Y el hecho de crear un espacio de conversación para atreverme a preguntar, a lo mejor tiene que ver con una visión desde la psicología. Es la utilización de la palabra como una forma de acercarse a la realidad.”
–¿Cuál fue la reacción de su familia cuando presentó el proyecto?
–Desde el principio fue bastante abierta. Tengo la sensación de que en el fondo pensaban que era solamente una idea y no sé si eran conscientes de que lo llevaría hasta el final. En ese sentido hubo bastante apoyo, aunque por ejemplo Sybila me decía que no sabía si era el momento de hablar de esas cuestiones.
–¿Usted había hablado previamente con ellos sobre estos asuntos?
–No, nunca. De hecho pensé que las conversaciones con mis padres que se ven al principio iban a servirme sólo como material de investigación. Nunca me había sentado con ellos a hablar de esos temas. Después traté de rehacer o replantear algunas conversaciones, pero me encontré con que no tenían la fuerza, la tensión ni los silencios de esos primeros momentos. Más allá de las cuestiones técnicas o estéticas, eran las que mejor transmitían cómo fue esa primera vez. Por eso quedaron esos fragmentos en el corte final.
–A lo largo de la película se ven dos posiciones diametralmente opuestas dentro de su núcleo familiar. ¿Llegó a entender la complejidad de esa situación?
–En ambas familias hay una preocupación por lo social muy presente, que se manifiesta de formas muy distintas. Creo que el conflicto viene de ahí, de cómo llevar adelante esa preocupación. Yo empecé a hacer la película sin certezas, con muchísimas preguntas y la mente bastante abierta. Eso me permitió escuchar ambas posiciones y entender muchas cosas: comprender por qué un movimiento como Sendero Luminoso nació en un momento determinado de la sociedad peruana u otras cuestiones que al principio no tenía claras. Pero también hubo algunas que seguí sin entender aun después de terminar y haber escuchado y visto todo, como por ejemplo los métodos utilizados por ese grupo y su justificación. Eso se mantuvo tanto antes como después.
–En ese sentido parece haber una diferencia casi ontológica entre su noción de terrorismo y la de su tía.
–Yo tenía un interés en saber qué pensaba ella por ese término que utiliza la mayoría de la población peruana cuando habla de Sendero Luminoso. Y el que haya incluido el momento en que ella me dice que hablo por la boca de Bush, significa que de alguna manera me parece que tiene razón, porque sé que repito esa palabra y todo lo que implica. Pero más que la noción de terrorismo, la diferencia está en la justificación de la lucha armada y específicamente en cómo se llevó a cabo en Perú y en seguir justificándolos hoy.
–Más allá de esa diferencia, usted al principio dice que su objetivo era acercarse a lo que vivió su tía y a sus razones. ¿Logró comprenderla?
–Sí, después de hacer el documental siento una admiración absoluta por sus convicciones y por la forma con que las defiende. Ese fue un gran aprendizaje en todo el proceso. Me sorprende y me emociona escucharla, y también hace que me replantee todo lo que estoy haciendo hoy.
–Usted dice que la admiración surgió después de hacer el documental, pero la película transmite la sensación de que incluso antes de comprenderla sentía algo muy fuerte por ella.
–Es que antes era una mezcla de cosas. Al no conocerla, era una figura muy mítica a la que no tenía “aterrizada”. Creo que este tipo de documentales ayudan a bajar esas figuras heroicas o monstruosas que se construyen. En ese sentido quizá sí había una admiración previa, pero era más idealizada y no tan concreta como ahora.
–El riesgo era que pase lo contrario. Podría haber conocido sus motivaciones y “desilusionarse”. ¿Pensó eso?
–Era una posibilidad que podía darse tanto cuando hablé por primera vez con la familia y me enteré de muchas cosas como en los momentos en los que intenté comprender los procesos que se dieron en Perú. Incluso también al visitar a mi tía y conocer sus razones. No sabía con qué me iba a encontrar ni tampoco su posición. Por eso para mí era muy importante, tanto a nivel personal como dentro de la película, decirle que no estaba de acuerdo con su visión, pero también asumir que hay dos cuestiones diferentes: puedo disentir en eso, pero sí comprender de dónde viene. En ese sentido, siento que después de la película pudimos construir una relación muy cercana. Hablar de todo eso nos permitió tener mucha más confianza.
–El corto que filmó antes de Sibila narraba en primera persona el reencuentro con su abuela después de varios años sin verla. Ahí ya estaba muy presente la cuestión de los recuerdos y la reconstrucción de su pasado. Da la sensación de que la cámara le da una “seguridad extra” al momento de enfrentarse a esos asuntos. ¿Cómo ve esa cuestión?
–Sí, es algo de lo que me di cuenta durante el proceso mismo. En un punto ése fue el lugar que encontré para hablar. Con mi abuela no tenía una relación muy fluida, entonces fui con la cámara y empecé a conversar con ella como nunca antes lo había hecho. Me cuesta hacer una interpretación, pero creo que tiene que ver con que tanto a mí como al resto de la familia nos ha costado hablar de todo esto. No sé, quizá sea el hecho de tener una motivación más concreta que me hace decir “bueno, esto lo tengo que hablar”. Como que nace de una necesidad personal y la cámara termina dándome un marco en el que me siento más protegida.
–La película tiene una suerte narración en espiral en la que gradualmente empieza a aproximarse a su tía hasta finalmente dar con ella. ¿Por qué decidió aplicar esa forma?
–En el momento del montaje hubo muchas pruebas. Para nosotros era muy importante ver cómo y en qué momento aparecía Sybila. Finalmente, optamos por lo que había sido mi propio proceso. Yo primero me encontré con mi familia, fui a Perú, empecé a abrir este tema por distintos lugares para conocerlo yo misma y recién después fue el encuentro con mi tía. Para mí hay un antes y después tanto a nivel de la película como a nivel personal en ese momento. Además narrativamente funcionaba bien la idea de atrasar su aparición. Era una forma de trasladar al espectador el misterio que yo tenía sobre ella.
–En una de las primeras escenas con su tía, usted le confiesa que siente que de alguna manera perdió todos los años que ella estuvo en la cárcel. ¿Cómo convivió con ese pensamiento?
–Cuando era chica no tenía mucha conciencia. Pero con los años me di cuenta de lo lejos que había estado en esas vivencias familiares. Yo era la más chica cuando ella fue presa, pero después crecí y no sabía cómo acercarme a eso ni cómo construir esta historia más allá de lo que escuchaba o leía en la prensa. Fue difícil darme cuenta no tanto de que había perdido esos años, sino de que no había estado con mi familia cuando estaban viviendo eso.
–¿La película le permitió lidiar con esos sentimientos?
–Sí, la película me permite encontrar ese lugar. También saber qué pensaban ellos me ayudó. De alguna manera fue revivir esos años. Hacer la película fue una vivencia interna que me permitió recorrer desde hoy todo ese pasado y encontrar mi lugar dentro de esta historia.
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