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Miércoles, 20 de marzo de 2013

CINE › CESC GAY Y LOS HOMBRES DE UNA PISTOLA EN CADA MANO

“Perder poder es algo bueno”

En su nueva película, que se presentó en Pantalla Pinamar y ahora llega a la cartelera porteña, el director catalán retrata en tono de comedia a hombres con debilidades a la hora de manejarse con el nuevo rol de la mujer en las sociedades modernas.

 Por Oscar Ranzani

El hombre del siglo XXI tiene diferencias sustanciales con el de épocas pasadas, sobre todo por el lugar que fue ganando la mujer en la sociedad. El cineasta catalán Cesc Gay lo describe en Una pistola en cada mano, film que, en clave de comedia, a veces risueña y en otros casos dramática, establece una mirada sobre el sexo masculino no exenta de una profunda autocrítica sobre las conductas y actitudes de hombres, su dificultad para expresar los sentimientos y sus ansias de no perder nunca. Podría decirse que en el largometraje del director de Krampack y En la ciudad el preconcepto social del “sexo débil” está del otro lado. Gay presenta a cuarentones vulnerables, inseguros, frágiles frente a mujeres dueñas de personalidad, fortaleza y seguridad. Y lo hace a través de una estructura narrativa compuesta por cinco episodios. Se trata de encuentros que tienen un comienzo y un final que, en principio, no tienen una relación, pero con un final que los entrelaza. Cesc Gay contó con un elenco de lujo: Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Eduard Fernández, Javier Cámara, Clara Segura, Eduardo Noriega, Candela Peña, Leonor Watling, Cayetana Guillén Cuervo, Jordi Mollà, Alberto San Juan y Luis Tosar. Una pistola... “nació de las ganas de hacer una comedia buscando encontrar el tono que me gustaba y pensé en hablar sólo sobre los hombres, y reírnos, criticar y darle una vuelta a eso”, dice Cesc Gay a Página/12 sobre el film que presentó en Pantalla Pinamar y se estrena mañana en la cartelera porteña.

–¿Por qué la narración episódica?

–Porque al darme cuenta de que lo que me gustaba era trabajar a partir de esos encuentros y de esos diálogos que salían en los que había una situación o un conflicto, hacerlo en ese tiempo lineal sin cortar en noventa minutos era too much. Entonces dije: “Hagamos varios”. Si tú haces una película donde, por ejemplo, hay un encuentro entre dos hombres y hay un conflicto, la película se reduce a lo que está pasando en ese momento. Desde el momento en que yo armé cinco situaciones con ocho hombres, ya hay una temática. Son los hombres expuestos. No le puse nombre a ningún personaje porque los nombres diferencian a las personas. Está bien que el espectador no sepa cómo se llaman. Van a ser todos el mismo.

–Las mujeres que sí tienen nombre. ¿Por qué?

–Porque la película es sobre nosotros. En ese sentido, ellas son secundarias y sirven para apoyar las situaciones de los hombres y están al servicio de lo que yo cuento.

–¿Cómo logró sostener un tono homogéneo en una película con diferentes episodios y actores con situaciones distintas?

–Parto con la ventaja de escribir. Y eso ya exige un trabajo previo en el que alcanzas ese lugar y entiendes el tono. Al pasar por todos los meses de escritura uno ya viene con la lección muy aprendida. Es muy fácil porque son muchos meses de trabajo. El actor viene mucho más verde.

–¿Coincide en que lo fuerte del film radica más en lo discursivo? ¿Hay una puesta más teatral en ese sentido?

–Siempre se dice que cuando en el cine la gente no corre o no hay movimientos de cámara que se acerca más a lo teatral. Obviamente ésta es una película de texto. Pero, por otro lado, mis tonos no son nada teatrales. Tú haces eso tal como está hecho en el teatro y la gente se aburre muchísimo, porque el teatro es expansivo. El teatro necesita un tono de voz distinto. Yo tenía muchas ganas de darle importancia al texto, algo que no siempre pasa en el cine. O pasa muy pocas veces.

–¿Lo que hilvana a las historias puede sintetizarse en la crisis de identidad masculina?

–No lo sé. Yo hice un decálogo con mi guionista de cosas que creíamos que eran interesantes sobre las que escribir. Y cada historia tenía como base esa premisa. No sé si es crisis de identidad o una serie de cosas sobre las cuales reírme y preguntarme por qué hacemos eso.

–¿Los personajes son frágiles porque han experimentado el desencanto del amor? ¿La película esboza un retrato de psicologías masculinas?

–Sí, de conductas mal llevadas; por qué actuamos así ante la expresión de los sentimientos, ante la pérdida, ante el fracaso; por qué hay ese patrón masculino. De ahí vino el título, una frase que Candela Peña dice en su historia. Respondía a una cosa muy beligerante, por un lado, cuando en el fondo estás haciendo terapia y no puedes entrar ni a comprar una lámpara en un supermercado. ¿De dónde viene esa diferencia tan grande entre las crisis, las angustias o las cosas que te afectan y tú sigues siendo John Wayne? Y ése es el patrón con el que crecimos de niños.

–¿El hecho de mostrar las debilidades de los hombres tiene que ver con una autocrítica?

–Para empezar consistía en reírme de mí. Soy hombre y, por lo tanto, tengo todo el derecho. Más que si lo hubiera hecho de las mujeres. Y no me parecía un lugar muy común. No se hace mucho eso porque cuesta. Se hace desde otro lugar pero no desde esa debilidad tan flagrante, pero a la vez tan tierna. No son personajes que no te caen bien.

–¿Cree que el principal problema de la crisis de identidad masculina radica en la soledad y la necesidad del otro?

–No, yo creo que el hombre lleva muy bien la soledad. Mejor que la mujer. El hombre es más solitario.

–¿Otro de los ejes es la dificultad que tienen los hombres para expresar los sentimientos?

–Ese es el gran tema de mis películas. Y aquí está muy claro en la última historia donde dos amigos pudieron no haberse contado nada de todo lo que les está pasando y tienen que ser las mujeres respectivas que, sin querer, les hablan de “su amigo”. Pero eso también está en las otras historias. Tiene que ver con esa austeridad a la hora de expresar.

–La película hace una radiografía del hombre moderno del siglo XXI. En ese sentido, es un retrato dentro de un contexto contemporáneo que, si bien es universal, no es atemporal. ¿Usted lo ve así?

–También depende del lugar. Una cosa es Barcelona y otra es Tokio. Pero si algo cambió en las últimas décadas fue una feminización de lo masculino. La mujer se hizo más fuerte, ocupó lugares de poder, es presidenta de un gobierno. Y eso nos ha achicado, nos hizo más débiles. Esa pérdida de poder tiene algo muy bueno porque te libera de ciertas cosas, pero nosotros estamos tratando de equilibrar eso. Pero, a la vez, sin dejarnos mostrar. Los hombres no quieren mostrar el miedo, la debilidad, el fracaso que eso pueda conllevar.

–Es una comedia que no busca la risa fácil sino a través de la ironía o del sarcasmo. ¿Fue pensada así desde el principio?

–Sí, porque lo más difícil de la comedia es encontrar el tono, porque comedia quiere decir muchas cosas. A mí me encantan Chaplin, Billy Wilder, Peter Sellers... ¿Qué es comedia? Mil cosas distintas. Cada uno tiene que encontrar su tono. Y el mío tiene esa mezcla de algo bastante negro, cierto sarcasmo, pero también mucha ternura. Es un cóctel. Uno tiene que saber cómo combinar los elementos.

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“Para empezar, todo consistía en reírme de mí. Soy hombre y, por lo tanto, tengo todo el derecho.”
 
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