CINE › COMIENZA EL CICLO ESPAñA ALTERADA: EN BUSCA DEL NUEVO CINE ESPAñOL, EN LA LUGONES
Dieciocho films españoles inéditos en la Argentina –entre cortos, medios y largometrajes– se verán desde hoy en la sala del Teatro San Martín. Dos de ellos, Vikingland y Montemor, llegan acompañados por sus directores, Xurxo Chirro e Ignasi Duarte.
› Por Ezequiel Boetti
Una aproximación etnográfica ficcional a una pequeña comunidad portuguesa, un mosaico de recuerdos ajenos armado mediante la reutilización de materiales audiovisuales, retazos de imágenes y sonidos del pasado configurados como un diario íntimo, la búsqueda de un abuelo aparentemente esfumado relatada en primera persona, un ejercicio de género tan marginal como retorcido. Podría pensarse que todo lo anterior proviene de un muestreo azaroso del catálogo de cualquier festival atento a la variedad de formas y estilos que campean a lo largo del globo cinéfilo. Pero no. Se trata de un grupo de documentales, ficciones y sus correspondientes híbridos realizados a lo largo del último par de años y provenientes de una misma geografía: España. Ya la jugosa sección “Estados alterados” del último Festival de Mar del Plata había mostrado que una nueva ola, con los documentales independientes en su cresta, empujaba con fuerza desde la Madre Patria, más allá de la ausencia de contornos artísticos definidos. La observación se revalidará desde esta tarde, cuando en la Sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530) comience el ciclo España alterada: en busca del nuevo cine español, compuesto por dieciocho films, entre cortos, medios y largometrajes, todos inéditos en la Argentina. Dos de ellos, Vikingland y Montemor, cruzaron el Atlántico acompañados por sus directores, Xurxo Chirro e Ignasi Duarte, quienes dialogaron con Página/12.
La nave de los recuerdos
Lo define como un milagro. Siete años atrás, Chirro desempolvó unos viejos VHS con el objetivo primario de descartarlos, pero sintió curiosidad cuando leyó “Vikingland” en los dorsos. El término le resultó familiar: así se llamaba el barco con el que su padre marinero había recorrido el norte de Europa durante años. “Cuando puse play descubrí un tesoro”, recuerda el cineasta. El botín era menos material que espiritual. Al fin y al cabo se trataba de 16 horas de grabaciones caseras realizadas por un marinero gallego entre 1993 y 1994 en las que se exhibe la cotidianeidad de la vida en alta mar de la tripulación. Tripulación que incluye a Manolo, su padre. “Al principio pensé en hacer un documental más teórico con preguntas actuales, imágenes de archivo y demás, pero me di cuenta de que el material era bastante autónomo, entonces decidí contar la historia que aparecía en esos videos”, recuerda.
Pero no fue fácil. El descuido y el paso del tiempo habían confabulado para dejar inutilizable gran parte de las cintas. “Fue más que nada un trabajo de negación en el que tuve que deshacerme de las partes deterioradas y de aquellas a las que no les encontraba un tono dentro de la película. Siempre espero mucho de la acción del protagonista. El no tenía idea de cómo hacer cine y se puso a grabar, y yo respeto ese proceso primigenio casi naïve. Traté de contar no sólo el documento, sino también cómo se hizo. En esa reflexión sobre el mundo de la imagen está lo más interesante”, observa Chirro, quien durante gran parte de su juventud hizo gala de legado paterno sirviendo en altamar: “El oficio del marinero es parecido al del cineasta porque ambos tienen muy construida la mirada: ven un elemento en el horizonte y empiezan a fabular sobre qué es y de qué se trata”.
–¿Su idea era reflejar lo más fielmente posible cómo es la vida a bordo?
–Sí, obviamente el tema del trabajo me interesaba mucho. También el “no trabajo”, porque si te vas a trabajar afuera, tal como ocurrió con mi padre, significa que en tu tierra estás desocupado. El trabajo es una de las actividades más negadas en el cine y yo quería afrontarlo de una manera directa amplificando la historia que contaban esas imágenes. Busqué mostrar que todo lo que hacía mi padre trabajando seis meses en el extranjero servía para algo.
–En ese sentido, usted definió a la película como “la historia de una derrota”.
–Derrota por el tema casi milagroso. Es una película que hubiera quedado olvidada en la basura. Por eso también está presente la idea de fragilidad de la memoria: cómo a esas personas que viven en ese momento de microhistoria nadie les hubiera dado importancia si no fuera por estas cintas. Quería que la gente se encontrase con un grupo de personajes que pasaron inadvertidos para la historia.
La tierra de los paquidermos
La localidad portuguesa de Montemor-o-Velho es un terreno yermo, casi inhóspito, que sin embargo albergó al que durante años fue el festival de teatro de creación contemporánea más antiguo de la Península Ibérica. Hasta allí llegó en 2005 la compañía que integraba Ignasi Duarte: “Cuando conocí el lugar y las personas, que después serían personajes, pensé en hacer algo en torno del deseo. Me llamaba la atención que un pueblo donde no había nada pudiera armar un festival tan grande. Ahí me quedó dando vueltas la idea de hacer algo a partir de un relato medieval vinculado con la forma geográfica. Después fui desarrollándola hasta que finalmente el relato tomó suficiente entidad propia como para desechar el relato medieval en el que me había inspirado. Planeé veinticinco o treinta secuencias sin guión escrito pero sí con las locaciones y las relaciones entre los personajes claras y marcadas, y terminé rodándola con dos o tres amigos que viajaron conmigo. Fue una experiencia casi de chicos exploradores”, explica.
El resultado final es, tal como define la sinopsis del ciclo, una “ficción con tonos y actitudes de documental” atravesada por la particular fauna de personajes locales. “Hay una voluntad real de improvisar con actores no profesionales desde algunos lineamientos prestablecidos. Eso ya lo hacía trabajando con taxistas, inmigrantes e indocumentados en el teatro. Ahí me decían que hacía teatro documental, o sea que ya sé lo que es cargar con el rótulo de lo no real. Ese género es una argucia que sirve para hacer ficción ‘a partir de’. Está todo muy manipulado. Me parece un poco trillado el discurso en torno de lo real y la ficción”, opina Duarte.
–Dijo que en Montemor conoció a unas personas que después serían personajes. ¿En qué momento ocurrió ese cambio?
–Es que son personas con un carácter muy fuerte y ciertos rasgos atávicos muy marcados de lo que podía ser un ser humano sin desarrollar. Usé una parte de esa personalidad y la trabajamos charlándola para que la exageraran y saliera una parte más animalesca que los convirtiera casi en paquidermos. Siempre he visto a mi película como una de grandes mamíferos, en la que yo estaba rodando casi como si fuera una documental en la sabana con una cámara muy quieta, más allá de que los diálogos estuvieran marcados por mí. Ellos eran intérpretes poco autónomos.
–Entonces podría pensarse que el interés de los personajes por la religión fue idea suya. ¿Qué le interesa de ese aspecto?
–Me gusta ese apunte místico porque tiene algo muy ancestral y lírico (en la película hay mucha música). Además, formalmente me gustaban mucho esas mujeres que cantaban. Ellas forman un grupo folklórico que recupera canciones tradicionales de la zona. Son un grupo etnográfico. Fui a muchos ensayos, pero fue muy difícil trabajar con ellas porque no entendían muy bien el proyecto ni qué participación tendrían. Sin embargo, en la película también hay mucho silencio. Creo que el asunto termina siendo muy espiritual más que nada por esa presencia, que es una rareza en estos tiempos.
* Vikingland se verá el jueves a las 14.30, 17, 19.30 y 22, mientras que el viernes en esos horarios será el turno de Montemor. En ambos casos, las funciones de las 19.30 serán presentadas por los directores. El resto de la programación está on line en la web del Complejo Teatral de Buenos Aires: http://complejoteatral.gob.ar/ver/cine
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