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Jueves, 11 de abril de 2013

CINE › PUERTA DE HIERRO, EL EXILIO DE PERON

El general perdido en su laberinto

 Por Juan Pablo Cinelli

Escribir sobre una película que retrata los años de exilio de Juan Domingo Perón en España, los más complejos de su vida al frente del movimiento político y social más importante de la historia argentina, es una tarea espinosa por razones obvias. Pero hay algo más complicado que el mero ejercicio crítico: la decisión de intentar hacer esa película. El desafío lo asumió el actor (también coguionista y codirector; esto último junto a Dieguillo Fernández) Víctor Laplace, convencido de que era necesario reconstruir al hombre para comprender al líder. El resultado es Puerta de Hierro, el exilio de Perón, un relato que, como el peronismo, puede ser leído de maneras diversas, incluso opuestas, sin que ninguna resigne el derecho de ser la lectura correcta. La que aquí consta es sólo una de ellas.

La película comienza en octubre de 1972, el día del cumpleaños 77 de un Perón que ya es el león herbívoro enfermo de López Rega. Mientras el nefasto personaje le niega el ingreso a Puerta de Hierro –la residencia de Perón y su esposa Isabel Martínez en Madrid– a una joven que pretende entregar un regalo, el viejo líder observa todo desde lejos con incomodidad. El paquete contiene una cinta magnética donde enseguida Perón comienza a grabar algunos recuerdos. El recurso da pie a los directores para ir más atrás y contar cómo es que Perón llegó a esa situación de exilio.

Puerta de Hierro cuenta con una correcta factura. Una ambientación y reconstrucción de época simple pero cuidada al detalle, gran fotografía y trabajo de cámara (gentileza de Diego Poleri) y un reparto que tiene a la mímesis como primera virtud. Los actores se ven bien en la reproducción morfológica de sus personajes: Victoria Carreras como Isabel, Fito Yanelli como López Rega, Javier Lombardo como Jorge Antonio y Manuel Vicente como Cámpora, por citar los parecidos más logrados. De las actuaciones puede decirse que, aun con altibajos, el elenco de secundarios cumple su labor con eficacia. Por su parte, Laplace luce algo excedido en el intento de reproducir en la intimidad la gestualidad pública de Perón, personaje al que ya representó antes en cine y teatro, lo cual deriva en una composición un tanto artificial (aun cuando también hay algo de humor en ello). Esa dificultad se replica en un guión que abusa del recurso de adaptar el discurso político del personaje a su vida cotidiana, como si Perón hablara para la posteridad incluso cuando desayunaba.

Pero la mayor objeción que se le puede hacer a la película –y aquí es donde las miradas tienden a multiplicarse– viene por el lado de su lectura política. Puerta de Hierro peca de condescendiente y superficial al narrar una suerte de historia oficial que nunca se propone ir más allá. El resultado es un relato tibio, que no se atreve a juzgar al prócer. Poco se sabe acerca de cuál fue la traición de Vandor y de si esa acusación es justa o injusta; poco se sabe de la relación del líder con Montoneros, más allá de que Galimberti era fachero y entrador (y un poco imberbe); tan poco como de su relación con los líderes de la derecha, casi ausentes. Puerta de Hierro retrata a Perón como víctima de su entorno, como si él mismo no hubiera sido artífice y actor principal de ese escenario. Sobre todo en lo que se refiere al lugar que le otorga a Isabel dentro de la vida política y a la influencia que llegaría a tener un ser abominable como López Rega, dos hechos que mucho tuvieron que ver con las atrocidades ocurridas poco antes y después de su muerte y de los cuales Perón fue el único responsable.

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