Miércoles, 21 de agosto de 2013 | Hoy
CINE › MARíA FLORENCIA ALVAREZ HABLA DE SU PRIMER LARGOMETRAJE, HABI, LA EXTRANJERA
En la película que se estrena mañana, la directora pone el foco en Analía (interpretada por Martina Juncadella), una joven que se acerca al culto musulmán por curiosidad, pero termina experimentando una fuerte identificación... y un interés amoroso.
Por Oscar Ranzani
En 1998, cuando María Florencia Alvarez tenía veintidós años y la adolescencia florecía en su vida, solía preguntarse cómo construía su identidad y qué cosas la definían. Y, a la vez, también se interrogaba si era posible poder encontrarse con algo que la despojara de todo ese bagaje identitario y toparse con “algo más limpio”. Muchos años después, en 2006, ganó una beca de Fundación Proa para realizar su primer largometraje, Habi, la extranjera, en el que Alvarez deposita esas preguntas de su etapa adolescente en la figura de la protagonista de su ópera prima, protagonizada por la actriz Martina Juncadella, que brilló en Abrir puertas y ventanas, primer largometraje de Milagros Mumenthaler. “Cuando salió la beca, conocí a Lita Stantic, quien fue jurado de esa convocatoria. Así que escribí la primera versión del guión y, a partir de entonces, empezamos a trabajar juntas con Lita”, cuenta Alvarez sobre la productora de su película. El film se estrena mañana, luego de haber participado en la Sección Panorama del Festival de Berlín de este año. “Fue muy buena”, dice Alvarez sobre semejante experiencia. “Fue un reconocimiento para mí como directora, para la peli también y para todos los que la hicimos. También porque aporta una visión del Islam que me parecía bueno que fuera como una ventana al mundo”, agrega la cineasta.
Juncadella encarna a Analía, una joven que viaja de un pueblo del interior a Buenos Aires con la idea de entregar unas artesanías, tarea que le encomendó su familia. Casi por casualidad, cuando entra en el pasillo de una casa, se topa con un grupo de personas que están participando en el velorio de una mujer, miembro de la comunidad musulmana. Allí, Analía recibe algunos objetos de la fallecida: una túnica, un hiyab y un mapa de Medio Oriente. Tan sorprendida como fascinada, comienza a conocer un mundo nuevo, a tal punto que, entre los miembros de la comunidad musulmana, se hace llamar “Habi” (por “Habiba”), y dice que es una chica de familia libanesa. Desde entonces, se las ingeniará para vivir en una pensión para poder pasar los días en Buenos Aires y conocer más profundamente esa cultura y ese modo de vivir que le atraen tan fuertemente. Cuando conozca lo que puede llegar a ser un amor –un joven musulmán interpretado por Martín Slipak–, entenderá que no es tan fácil cambiar la identidad como si sólo se tratara de un juego.
–¿Le interesa particularmente el Islam o buscó construir un mundo lo más extraño posible para la protagonista?
–Fue de las primeras imágenes que se me ocurrió y fue muy intuitivo por qué elegí el Islam, ya que me imaginé directamente eso. No es que haya pensado en otra cosa y después haya dicho: “No, pero el tema del Islam andaría bien”. Las religiones en sí me interesan y ahora que lo conozco, el Islam también. Me interesa lo desconocido. Y, además, el Islam tiene elementos muy bellos con los que se puede empatizar o con los que uno puede disfrutar o enamorarse culturalmente. También es muy refinado todo el arte islámico y el recitado del Corán. Realmente, tiene elementos muy lindos para rescatar.
–¿Conocía algo? ¿Cómo fue el trabajo de investigación de la cultura islámica?
–Con las primeras imágenes que se me ocurrieron, no. Después tuve que empezar. Yo notaba cómo las miradas del otro también te definen. Inconscientemente, uno empieza a actuar de acuerdo a esas expectativas y a ser de acuerdo a las mismas, sin que sea algo patológico. Entonces, la vestimenta islámica en este personaje era algo que permitía liberarla de esa expectativa de los demás para poder ser ella misma.
–¿Qué tuvo en cuenta para abordar la cuestión religiosa?
–El objetivo de la película nunca fue explicar el Islam, sino mostrar un poco cómo vive una persona de ese culto en Buenos Aires. O sea, cómo se vive esta religión y busqué mostrar esa cotidianidad. Casi diría que tiene que ver con vivir una emoción de eso. No hay algo para entender de eso, sino poder entrar en contacto con algo que es muy difícil para nosotros como argentinos, porque no es una cultura ni una religión a la que tengamos acceso natural. Para hacer la peli investigué seis años.
–¿En qué consistió esa investigación?
–En ir a la mezquita, participar de las clases de recitado, de los rezos, entrevistar gente, hacerme amiga, charlar con las mujeres, ir a los eventos del Ramadán. En esos seis años no fui todos los días, sino que lo hice por etapas. Iba dos meses, transcribía... Y las cosas que están en el guión y que se ven en la película las fui sacando de mis propias experiencias.
–¿Por qué Analía se siente tan fascinada, al punto de fingir su propia identidad?
–Es alguien que no se anima a ser sí mismo desde quien es. No es algo premeditado. Ella lee un nombre y cuando le preguntan siente que tendría que ser diferente para poder vivir esa experiencia, como si fuese inadecuada estando ahí. Es un mecanismo que le da seguridad. No es que ella lo tiene premeditado y dice: “Bueno, voy a cambiar mi identidad, voy a ser otra”. Pero lo toma por su incapacidad de ser quien es desde quien es, como si necesitase ponerse una máscara para poder vivir su vida.
–Analía es una joven que no tiene prejuicios. ¿Por eso puede insertarse fácilmente en el mundo musulmán, sin cuestionarse por qué lo hace?
–Sí. Un día hicimos una proyección de prueba con gente que no me conocía y no sabía nada de la historia, y noté algo con el público que la vio. Decían: “¿Qué la motiva? ¿Qué es lo que ella siente?”. Y los jóvenes que la vieron no necesitaban toda esa explicación para poder vivir una experiencia. Me parece que la conexión entre lo que uno desea y la acción es un poco más directa a esa edad. No sé si ella necesita preguntarse qué es lo que le gusta. Actoralmente lo trabajé desde “algo que toca tu corazón por primera vez”. Y eso para cada persona puede ser diferente. Y no es racional.
–Analía no sólo es “extranjera” en la comunidad musulmana, sino también en Buenos Aires. ¿Esa decisión fue para fortalecer la mirada de lo desconocido?
–Sí. Yo no iba a ponerme a contar todo su pasado. Entonces, había cosas que tenían que ser más preestablecidas o fáciles de imaginar. Y en los lugares más chicos poder cambiar es más difícil, porque uno está en contextos que lo definen más. Era algo más acorde a la historia o más fácil si ella venía de un contexto más pequeño, donde este cambio fuese mayor. Igual, en términos de lo extranjero, me interesa ella como extranjera dentro de la comunidad islámica, viviendo esta nueva experiencia, antes que lo extranjero del viaje físico.
–¿El personaje experimenta un placer espiritual al conocer ese mundo? En ese sentido, ¿ese conocimiento influye en su personalidad?
–Sí. No creo que sea algo consciente que haga el personaje, pero sí creo que lo que hace es cambiar su punto de identificación. Al comienzo de la película, su identificación está puesta hacia afuera, en qué hacer, en cómo hacerlo y en qué piensan los demás sobre eso y qué expectativas tienen. Y eso, a través de su vivencia espiritual o de sentirse conectada con algo, le cambia su punto de identificación hacia sí misma.
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