CINE › LISANDRO ALONSO, FABIAN CASAS Y EL FILM CON VIGGO MORTENSEN
Sin título definido aún, la nueva película del director de La libertad y Los muertos suma como guionista al poeta Fabián Casas y como protagonista a Viggo Mortensen, que se involucró también como productor. “Todos tomamos muchos riesgos”, dicen.
› Por Diego Brodersen
La cita en el bar de viejos de Colegiales está pautada a las cuatro de la tarde, pero Fabián Casas llega un poco antes y se pide un “especial de matambre”. Conoce el lugar y al mozo, parece sentirse como en casa. Lisandro Alonso, en cambio, es sumamente puntual (la bicicleta no conoce de embotellamientos y de caos de tránsito). La entrevista tiene una excusa precisa y evidente para todos aquellos que siguen los avatares de la producción de cine local. El rumor, luego transformado en noticia, comenzó a circular hace ya más de un año: Alonso, uno de los realizadores insignia del Nuevo Cine Argentino, estaba preproduciendo una nueva película luego de un descanso de casi cinco años. Lo interesante (o lo chocante, partiendo de los prejuicios) era que ese proyecto llevaba adosado un par de nombres, a priori, totalmente ajenos al universo del director de La libertad y Los muertos. Más de una persona se rascaba la cabeza al pensar en los resultados de un film coescrito por Alonso y el poeta y escritor Fabián Casas, el autor de Ocio y Los Lemmings. ¿Y si a esa ecuación se le suma el factor Viggo Mortensen como protagonista y productor? No habrá que esperar demasiado tiempo para apreciar los resultados. El rodaje de la película –que aún no tiene nombre definitivo pero, por cuestiones formales, se conoce como Sin título– concluyó hace varios meses, y Alonso se encuentra editando la versión final, que seguramente comenzará a ser vista por los programadores de los principales festivales europeos para su posible inclusión en alguno de ellos el próximo año.
“Es muy raro contar la película, y eso es algo que disfruto. Es la primera vez que me pasa. Con La libertad te podía decir ‘es la vida de un hachero’ y listo. Ahora, a veces me pasa que le cuento a alguien de qué va la cosa y se me quedan mirando con cara extraña”, responde Alonso a la primera pregunta del periodista, quien insiste sin embargo en obtener alguna clase de precisión. ¿Qué ocurre en la historia? ¿Es realmente un film histórico? Interrumpe Casas: “No es una película histórica en el sentido de que nadie va a mirar en detalle la ropa del soldado para ver si hay ‘errores’. En mi caso, me inspiré tanto en libros sobre la Conquista del Desierto como en Mad Max. A grandes rasgos, es la historia de un tipo que está con su hija en un lugar desértico, alejado de la civilización. O donde se está intentando producir una civilización, es algo muy impreciso. Un extranjero en un país salvaje. Su hija se escapa y él tiene que salir a buscarla. Esa búsqueda produce una suerte de mutación en su personalidad, entre otras cosas”. “La película misma muta”, remata Alonso. “Mutan los tiempos, el idioma, el vestuario, el clima. Para algunos será algo caprichoso, pero creo que hay un elemento aglutinador que acompaña todos esos cambios.”
–Es la primera vez que Lisandro Alonso trabaja con otra persona en la escritura del guion. Y es también una primera vez con actores y con una estrella como Viggo Mortensen. A su vez, es el primer guion de Fabián Casas. ¿Cómo se sintieron ante tantos debuts?
Lisandro Alonso: –Fueron verdaderos retos. Todo es aprendizaje. Todavía el tiempo no me dio la distancia como para darme cuenta de qué cambios fueron para mejor y que cosas habrá que seguir mejorando. Sí puedo afirmar que fue un equipo un poco más grande que en mis películas anteriores: había más actores, verdadero vestuario, se necesitaron traductores, una nena de quince años vino con la madre desde Europa. Además, está el hecho de que comenzamos rodando en Dinamarca, en 2012, y terminamos en Santa Cruz en mayo de 2013. Creo que con este film recorrí más kilómetros que con el resto de mis películas juntas. Mi capacidad creativa es limitada, lo mío es la cosa más mínima y contemplativa. Por eso sumar a gente como Fabián fue muy importante. Lo interesante es que él no viene de la “escuela de guionistas asociados”, entonces las cosas que me iba tirando... lo hacía porque creía que eran buenas para la película, sin pensar demasiado en el hecho de si eran factibles o no. A veces me venía con algunos diálogos o situaciones que me parecían imposibles. Por ejemplo, hay una escena en la cual aparece un indio vestido de mujer. Mi reacción inmediata fue decirle “no, boludo, pará, nos estamos yendo a la mierda”. Pero después te ponés a pensar que la cosa no es como en las fotos de los libros de historia y la lógica que tiene la película es otra, se corre de la cosa observacional, realista y en tiempo real de mis trabajos anteriores.
–Suena a un auténtico quiebre en su filmografía.
L. A.: –Esta película tiene una mezcla de espacios y de tiempos, de lenguajes, de actores y no actores, de personajes masculinos y femeninos, tiene incluso relevancia el subconsciente de uno de los personajes. Para mí fue un gran riesgo, tal vez para Fabián también lo fue. Seguramente fue un riesgo para Viggo Mortensen: me lo imagino preguntándose hace un tiempo, ¿quién es este tipo que filmó a un hachero y a un tipo viajando en canoa? Hay que decir que Viggo no sólo terminó actuando en la película, sino que se echó al hombro la producción, hizo retoques en la historia, estuvo siempre activo y de buen ánimo, diría que las 24 horas pensando en la película. A su vez, trabajé junto a un nuevo director de fotografía, Timo Salminen, el DF de muchísimos films de Aki Kaurismaki. Timo trabaja usualmente con una luz durísima, muy artificial, y contrastar eso con una película teóricamente de época, de atardeceres naturalistas, tuvo como resultado una artificialidad que para mí es algo realmente novedoso. Espero haber sido capaz de capitalizar todo eso. Hubiera sido muy tonto de mi parte quedarme en un territorio conocido.
Fabián Casas: –En mi caso, también lo sentí como una cosa de riesgo. Conocía las películas de Lisandro pero no a él personalmente. En este punto, debo decir que lo que más me interesa al trabajar con otra persona es que me caiga bien, más allá de mi admiración. Tengo un trabajo como periodista precisamente para no tener que hacer boludeces con gente que no me interesa. Creo que uno hace las cosas para vivirlas, ya sea hacer una película, tener un hijo o conocer gente nueva. Ahora somos muy amigos con Lisandro y eso es genial, independientemente del resultado final de la película y del futuro, en el sentido de si volveremos a trabajar juntos o no. El mundo sin mis amigos sería un lugar horrible. Volviendo al trabajo en sí, me gusta ir en contra de mis habilidades, y escribir este guión fue como estar en un estado completo de incertidumbre. Lo contrario al confort, que es algo que te debilita. Me sentí muy estimulado por Lisandro, me daba libertad total. De repente, si trabajás con un director más conservador, la situación sería muy distinta. El punto de partida de todo el proyecto, según me contó Lisandro hace tiempo, tenía que ver con una persona que él conocía a la que habían matado en un asalto en Filipinas (Nota del redactor: se refiere a Alexis Tioseco y a su pareja Nika Bohinc, dos críticos de cine asesinados durante un robo en Manila, en septiembre de 2009). A mí se me ocurrió algo ligado con un perro que se convierte en hombre. Obviamente, las dos cosas no tienen mucho que ver entre sí. Pero en la discusión entre esas dos tensiones surgió un guión, que luego fuimos modificando. En realidad, yo escribí una novela, más bien una protonovela, porque no sé escribir en formato de guión. Yo le pasaba a Lisandro escenas y él me decía “esto se filma, esto no se puede filmar”. Y de esa forma nos íbamos proponiendo cosas para desarrollar.
L. A.: –Fue una suerte de collage, realmente. Yo tenía mis ideas, él tenía otras, las compartíamos. Gran parte de lo que escribió Fabián giraba alrededor de un perro, pero yo no podía poner como protagonista a un animal porque me traería problemas de logística, de producción. Y además no era lo que más me interesaba, que era la pérdida de alguien, de un ser querido.
–¿Llegaron finalmente al rodaje con un guión fuerte, definitivo?
F. C.: –Era un guión chico, de unas veinte páginas. Todo el tiempo se ajustaron cosas en el momento del rodaje. Si los diálogos nos sonaban ficticios, los cambiábamos, aunque algunos de ellos quedaron tal cual, porque algunas tomas de la película tienen algo artificial, como si fuera un teatro sobre piedras. No fue un guión de acero, eso seguro. Una cosa que me gustó mucho del rodaje fue que, a diferencia de lo que había visto en mi contacto previo con el ambiente artístico –por el laburo de mi viejo, que fue manager de Alberto Olmedo durante muchos años–, acá no había ninguna cosa de jerarquías, algo que siempre me pareció horrible. Todos éramos iguales y hacíamos de todo, tipo guerrilla.
L. A.: –Un ejemplo bien gráfico: la primera escena de la película en el montaje actual se le ocurrió al sonidista. Fue un comentario al pasar que explica de alguna manera que había que estar atentos y abiertos a lo que cualquiera pudiera aportar. Creo que todos sentíamos que la película era algo que no dominábamos por completo.
–¿Cómo se sumó Viggo Mortensen al proyecto?
L. A.: –Yo lo había visto una sola vez, en el Festival de Toronto, hace muchos años. Cruzamos dos o tres palabras y me regaló un pin de San Lorenzo... siempre anda regalando esas cosas. Me cayó diez puntos, en ese momento me di cuenta de que se lo podía tratar de igual a igual. Es un actor que me encanta, entre otras cosas por la manera en la cual transmite emociones físicamente, gestualmente. No es un actor al cual le suelan dar grandes líneas de diálogos, pero lo ves, por ejemplo, en el final de Una historia violenta, la película de David Cronenberg, y te das cuenta de lo increíble que es su trabajo, las cosas que podés leer en su rostro. Fabián lo conocía muy bien, es amigo de él desde hace tiempo. Además de actor, Viggo es un tipo con muchos otros intereses, cosas que hace en el anonimato. Por ejemplo, edita poesía, tiene un sello editorial dedicado a destacar las cosas que a él le interesan en el mundo artístico o periodístico.
F. B.: –Es una persona que no se da ninguna clase de importancia personal, muy relajado. Le mandé el guión de la película, quería saber qué le parecía. Y fue así: decidió involucrase como actor y después como productor. Fue un proceso de un par de años, no de un día para el otro, por supuesto.
L. A.: –Viggo fue además el que consiguió la participación de Ghita Norby, una actriz danesa de muchísima trayectoria, que actuó en una película de Bergman, por ejemplo. Viggo la quería sí o sí a bordo del proyecto. Y nos fuimos a Santa Cruz, con diez grados bajo cero, a un volcán; a veces llovía, goteaba agua de la cámara. Tuvimos una suerte enorme de poder juntarnos con gente que realmente amaba el proyecto. Cualquier otro podría decirte “no, mirá, yo me quedo acá, hoy no filmo”.
–¿Ve Liverpool ahora como una suerte de callejón sin salida creativo, en el sentido de final de un camino?
L. A.: –Liverpool fue jugar con los mismos tapones, la misma pelota y conocer la cancha. La situación podría definirse de la siguiente manera: todas las preguntas estéticas o historias que quería contar hasta ese momento estaban de alguna manera saciadas. Y no quería crearme un personaje y decir: bueno, ahora les voy a mostrar a un tipo perdido en el Aconcagua. No quería recrear y re-ambientar a partir de un modelo dominado. Me gusta estar alerta y no cerrar puertas sino, por el contrario, abrirlas.
F. C.: –Es un riesgo muy grande ése, el del artista representándose a partir de la imagen que los demás tienen de él. Eso lo asocio con el furor de los blogs. Y, ojo, que de ese formato han surgido escritores muy buenos, una cosa no quita la otra. Mi generación no tuvo esa posibilidad, la de escribir y saberse inmediatamente leído y observado. Y no sólo eso, abajo del texto tenés los comments. Soy de la idea de que está bueno escribir solo durante un tiempo, o leído apenas por colegas y amigos, porque el riesgo de la exposición constante es terminar siendo “escrito” por los demás. Un caso notable, saliendo un poco del cine y la literatura, es el de Los Redondos. Dos grandes discos, extraordinarios, y de golpe el tipo acaba siendo “hablado” por los chicos que lo iban a escuchar. No es posible que alguien de cuarenta años escriba “me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle”. Como escritor, director de cine o músico, creo que hay que estar atento a eso. Lisandro, por ejemplo, creo que siempre estuvo alerta para no caer en los deseos de los fundamentalistas de la radicalización en el cine.
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