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Miércoles, 11 de diciembre de 2013

CINE › LA JAULA DE ORO EN EL FESTIVAL DE LA HABANA

Sueños detrás de la frontera

Español de nacimiento, pero mexicano por adopción, Diego Quemada-Díez debutó en el largometraje con una película que ya fue premiada en los festivales de Cannes y Mar del Plata, por su veraz aproximación al mundo de los migrantes.

 Por Oscar Ranzani

Desde La Habana

El director Diego Quemada-Díez tiene una estrecha relación con la migración: nació en la ciudad española de Burgos y de niño se mudó con su familia a Logroño. Pero creció en Barcelona, luego vivió en Madrid hasta que se fue a Estados Unidos para finalmente asentarse en México, donde obtuvo la nacionalidad correspondiente. Quemada-Díez fue asistente de cámara de Ken Loach y operador de Fernando Meirelles, Oliver Stone y Alejandro González Iñárritu. No es casual que con semejante experiencia con pesos pesados del cine y con su propia historia posara su mirada sobre los migrantes (en este caso indocumentados) para construir su ópera prima, La jaula de oro, con la que debutó a lo grande: los tres protagonistas del film, los jóvenes guatemaltecos Karen Martínez y Brandon López y el mexicano Rodolfo Domínguez (elegidos entre seis mil postulantes), obtuvieron el premio a la interpretación en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes. Y La jaula de oro puede resultar conocida para el público argentino porque conquistó el Astor de Oro, el premio mayor del Festival de Mar del Plata, que se desarrolló el mes pasado. Ahora integra la Competencia de Operas Primas del 35º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

El film muestra con mucha crudeza el viaje que emprenden tres adolescentes que huyen de Guatemala hacia Estados Unidos y durante su paso por México conocen a Chauk, un indígena tzotzil que no habla español y que tampoco tiene papeles. Todos se dirigen a tratar de pasar la frontera con Estados Unidos buscando una mejor vida, pero el sueño americano pronto se transforma en la pesadilla latina, donde se enfrentan a una realidad tan dura como siniestra. La manera en que el cineasta mexicano aborda esta problemática severa es a través de un retrato muy crudo. De hecho, es el propio Quemada-Díez el que admite que buscó construir una mezcla de documental y ficción. “La idea era contar algo real, que se sintiera real y que tuviera la mayor verdad posible dentro de lo que es la construcción de una película”, explica el director a Página/12. Como consecuencia de esta decisión, hubo en la película migrantes reales, los protagonistas son no actores, las locaciones donde filmaron también son reales (por ejemplo, en un tren, en cuyo techo van los migrantes y los protagonistas) y el viaje que emprendió el equipo también fue verdadero: desde Guatemala hacia Estados Unidos.

Todo comenzó en 2003, cuando Quemada-Díez leyó un artículo de un periodista sobre una zona de tolerancia en Mazatlán (Sinaloa, México). El realizador no dudó en ir a conocer la zona, se subió a un avión y se dedicó a investigar el tema. Allí conoció a un taxista con el que entabló amistad, quien le ofreció alojamiento en el tren casa familiar, cercana a las vías, donde todos los días llegaba con cien migrantes. “Nos pedían tortillas, agua, y empecé a platicar con ellos. Nos contaban lo mal que la pasaban en el viaje, las cosas que les sucedían, los sueños que tenían. Sentí que eran héroes que estaban jugándose la vida por ayudar a sus familias y que tenía que contar su historia a otros”, confiesa el director. Desde entonces comenzó un proceso de recopilación de testimonios que duró más de seis años y, a partir de ahí, construyó los personajes y escribió la historia. También realizó un profundo trabajo de campo: Quemada-Díez fue a diferentes puntos de las vías del tren en México; también visitó los albergues de migrantes donde la mayoría pasan tres o cuatro días. “Ahí estuve platicando con ellos. Todos estaban en la ruta y yo grababa y tomaba nota. Eran testimonios anónimos porque tenían miedo de lo que les podía pasar y, entonces, me contaban todo de esa manera. Ellos compartían todo lo que les pasaba.” El director estuvo tanto en la frontera norte como en la frontera sur, y también en Guatemala, en las comunidades donde son expulsores de mano de obra hacia Estados Unidos. “Por eso me llevó tantos años”, reconoce.

El cineasta mexicano construyó la historia de la migración latina a Estados Unidos “tratando de honrar lo más posible los testimonios”. Por un lado, entiende que la función de su película “es advertir a muchos centroamericanos lo que les puede pasar. También hay un nivel que es el más importante para mí y que tiene que ver con cambiar la percepción que en el norte se tiene de los migrantes indocumentados. Que empiecen a ver que ahí hay un ser humano, que detrás de estas tragedias de muertes de muchísimos migrantes hay un rostro y hay una persona que tiene sueños y que un estadounidense, un suizo o un francés entienda que si estuvieran en su situación harían lo mismo, como lo hicieron sus antepasados”. Además, hizo hincapié en el problema racial porque “traté de hablar del problema migratorio como un problema poscolonial y como un problema de conflicto de razas, de culturas, de lenguajes”.

El tema de la problemática de la migración hacia Estados Unidos, ¿es una realidad que se conoce pero que se oculta? Quemada-Díez tiene su postura: “Cuando yo empecé con la investigación en 2003 no salía nunca en las noticias. Ahora sí y hay varios documentales. Pero creo que del problema de fondo no se está hablando. El enfoque de los gobiernos tiene que ver con la criminalización, la represión del migrante y la militarización de las fronteras. Por otro lado, el Norte, con la colaboración de los países expulsores, está creando indirectamente las situaciones que provocan que la gente emigre”. Para Quemada-Díez, las consecuencias del neoliberalismo y la globalización “hacen que las transnacionales entren a nuestros países y destruyan la producción nacional. Y la gente tiene que migrar. En México hay pueblos donde ya no hay hombres: sólo hay mujeres, niños y ancianos y la gran mayoría desde el Tratado de Libre Comercio se ha ido al Norte. Y hay que ir a la raíz del problema: que la gente no está teniendo oportunidades de trabajo. La gente no quiere irse a otro país porque sí, hay una razón económica. Y si la gente tuviera oportunidades, ¿para qué se va a ir y dejar a su familia?”, se pregunta el director.

La elección de los personajes adolescentes tuvo que ver con lo que sucede en la realidad: “Por un lado, con el Tratado de Libre Comercio ha habido una migración brutal hacia el Norte y los niños están haciendo lo que hicieron sus padres o lo que hace la mayoría de la gente en sus pueblos: se hacen adultos y parte de lo que es hacerse hombre es realizar este viaje al Norte. Entonces, eso está pasando en la realidad, a pesar de que ha bajado la migración al Norte por el tema de las deportaciones, pero está aumentando cada día la migración de niños que viajan solos, niños que están buscando realizarse como personas, que están buscando una vida mejor porque no encuentran oportunidades. Y eso es también lo que quería hablar con la película: qué mundo estamos creando para nuestros jóvenes”, concluye el cineasta mexicano.

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La jaula de oro está protagonizada por actores no profesionales, recompensados en Cannes.
 
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