Miércoles, 19 de febrero de 2014 | Hoy
CINE › SANTIAGO LOZA PRESENTA SU PELICULA LA PAZ
Premiado en el Bafici del año pasado, el largometraje más reciente del director de Los labios llega a su estreno en un momento particularmente proteico de Loza, que tiene tres obras teatrales en cartel y prepara una serie para la TV.
Por Oscar Ranzani
El cineasta y dramaturgo Santiago Loza se muestra entusiasmado al hablar. Y no bien se enciende el grabador del cronista, se entiende por qué: este cordobés de 42 años cuenta todos los proyectos en los que está embarcado. Y lo hace con la verborragia característica de su modo de articular el lenguaje que –vaya paradoja– está en las antípodas del cine que realiza, porque sus películas suelen tener escasos diálogos. Más bien son historias donde el silencio dice mucho más que las palabras. Y la excepción no es La Paz, su séptimo largometraje que, tras ganar la competencia argentina del 15º de Bafici, en abril del año pasado, se estrena oficialmente mañana. Loza disfruta de este momento de plenitud: a La Paz se le suman tres obras teatrales de su autoría que se reponen por estos días (La mujer puerca, Todo verde y Mau Mau o la tercera parte de la noche) y un proyecto que le consume la mayor cantidad de horas del día, pero en el que se siente muy a gusto: la tira 12 casas, historia de mujeres devotas, que se emitirá por la Televisión Pública a partir de abril.
En diálogo con Página/12, Loza señala que La Paz tiene varios puntos de origen. Por un lado, está inspirada en algunas experiencias personales. A esto se sumó cierto deseo de tocar determinados temas “que se relacionan con mi primera película, Extraño, pero que busqué tomar desde otra zona”, explica el director. También sentía la necesidad de contar “un tipo de relaciones que tienen que ver con los vínculos que no son familiares, pero que se terminan volviendo más familiares que la familia misma”, expresa el realizador. La Paz también marca el reencuentro de Loza con Lisandro Rodríguez, que trabajó en varias obras escritas por el cordobés y que, en este caso, es el protagonista de la película. “Conociendo su mundo y el ámbito en el que vivía, más todo lo anterior, eso confluyó en el deseo de contar esta historia”, subraya Loza.
Dividida en ocho capítulos, La Paz tiene como protagonista a Liso (Rodríguez), un joven que acaba de salir de una internación psiquiátrica, aunque no se explicita el motivo. Liso vuelve a reencontrarse con sus padres, pero a los pocos minutos queda claro que los vínculos familiares se quebraron, producto de esa internación, aunque el personaje intenta recomponerlos. Convulsionado por lo que le tocó vivir, no encuentra la paz en sus padres, que tienen un buen pasar y le ofrecen todo tipo de comodidades, propias de la clase media-alta. Pero no es material lo que Liso necesita para lograr la plenitud anímica. Sin embargo, Liso logra construir un sólido vínculo con Sonia, la empleada doméstica de origen boliviano que trabaja en su casa. Y también encuentra un trato cálido con su abuela, a quien invita nada menos que a pasear en moto. Si bien tiene una angustia contenida, Liso busca el bienestar. Y por eso, la película indaga en los modos en que el personaje puede llegar a encontrarlo.
–¿Es una historia que parte del dolor de una persona que queda prácticamente excluida del mundo?
–Sí, el personaje de La Paz está atravesando una neoinfancia. Está vulnerado y tiene cierta zona desvalida. Sale de una internación y vuelve a la casa de los padres. Como toda situación de internación o de encierro genera una situación de infancia. Es un personaje que, por un lado, está un poco roto y, por otro, tiene la parte luminosa de la situación con la posibilidad de reconstruirse. Cuando alguien tocó fondo tiene la posibilidad de la reconstrucción. La película trabaja más sobre la idea de la reconstrucción que sobre la de la destrucción.
–¿Sufre una regresión a la adolescencia?
–Nunca se aclara cuál es la dolencia. Estaba en una institución psiquiátrica. Pero nunca se aclara porque me parecía que era catalogarlo o situarlo en términos médicos, cuando lo que toca son ciertas zonas de dolor. Y el dolor no se explica: sucede, acontece. Entonces, quise tomarlo como una pulsión que tiene el personaje y, probablemente, tiene que ver con la adolescencia, con alguien que no tiene claro a dónde ir o para qué ir.
–¿El problema del personaje es que tiene lleno su mundo material y vacío el afectivo?
–Sí. La película describe cierta comodidad o confort del consumo que no siempre es favorable a ciertos abismos existenciales. Pero no se hace una crítica directa a esa clase, sino que tiene una cierta ironía. Hay cierto humor. Cuando filmamos en Bolivia, alguien comentó que hay tres leyes de los andinos: “No robarás”, “No mentirás” y la otra era “No serás flojo”. Y siempre nos daba gracia (y yo siento) que el personaje tiene algo de flojo. Por un lado, está desvalido y, por otro, se aprovecha de las situaciones. Hay humor sobre eso. Como todo síntoma, tiene algo de real y de ficticio.
–¿Fue premeditado construir una historia de personajes de clase media, luego de haber codirigido Los labios, con Iván Fund, donde indagaban en la pobreza?
–Sí. Siempre creo que las películas son una respuesta o dialogan con otra, se responden o se refutan. Cuando viajábamos a presentar Los labios, en algunos países se producía cierta mirada romántica hacia la pobreza. Había una cosa medio progre de decir: “Uh, el Tercer Mundo, la pobreza, qué triste”. Había una idea caritativa hacia la pobreza. No sucedía eso con el público de todos los festivales, pero había algunos muy propensos a la caridad, a cierta mirada idealizada. La Paz dialoga y un poco se burla de esa mirada y de esa idea romántica que tiene cierta clase media-alta de que por irse van a curar algo de sus heridas, sus carencias o su gran vacío.
–¿La relación con Extraño es que en su primer largometraje también había un hombre desconectado del mundo?
–Cuando hice ambas, había un sentimiento que el cine puede retratar, pero que me cuesta definir. Tiene que ver con el vacío, con la desconexión. Es como una sensación que va flotando en las películas. La Paz era volver a esa sensación, pero sin la premura, la angustia o la oscuridad que tenía cuando hice Extraño. Era como volver a visitar los lugares con cierta luminosidad, con las heridas más curadas.
–En ese sentido, ¿La Paz tiene una mirada melancólica pero, a la vez, esperanzadora?
–Sí, Tiene una melancolía que me aparece de manera involuntaria cuando me pongo a hacer algo. Pero creo que La Paz es un intento de accesibilidad mayor que otras películas anteriores, como también pasó en Los labios. Antes, me hubiera horrorizado esa voluntad, pero aparece aunque sea tímidamente. En Extraño, el personaje era alguien que no podía estar con el otro y aquí hay alguien que sí quiere estar con el otro. Y para mí era visitar ciertas zonas de dolor, pero desde una mirada con más luz y con más humor. En La Paz aparece cierto humor. No es para reírse a carcajadas, pero lo tiene. O cierta ternura.
–La película da a entender que los vínculos familiares se quebraron, producto de la internación psiquiátrica del personaje, que intenta recomponerlos. ¿Cree que esto es también así en la vida real?
–Lo que pasa es que yo entiendo la lógica de los personajes en la ficción y cuando escribo puedo convivir con ese mundo. Me cuesta pensar cómo sería en la vida real. La Paz o Los labios son como pequeñas fábulas. Y los personajes son mucho más simples que las personas. El aparato psíquico del ser humano es mucho más complejo que un personaje. Y, a veces, yo puedo entender la ficción o convivir con ella, pero no estoy capacitado para hablar de la realidad. El problema lo tenemos los que estamos en la realidad y no los personajes. Nosotros nos vamos a tener que levantar mañana para ver cómo seguir vivos y para qué seguir. Los personajes, en cambio, tienen esa vida acotada de la ficción. Por eso, siempre discuto un poco con la psicología de los personajes. Ellos son la pulsión que dura lo que dura la película y luego se extinguen. No tienen ni pasado ni futuro. Nosotros sí. O esperamos tenerlos.
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