CINE › TAN CERCA COMO PUEDA, DE EDUARDO CRESPO
› Por Diego Brodersen
A esta altura del partido puede hablarse, con absoluta propiedad, de un cine made in Crespo. Esa pequeña localidad entrerriana ha alumbrado, en los últimos años, a un puñado de jóvenes realizadores que –más allá de sus diferencias– parecen estar creando un corpus fílmico coherente, tanto en su intencionalidad como en algunos de sus postulados estéticos. El pionero y, a la fecha, más prolífico de ellos es Iván Fund: dirigió cinco largometrajes (dos de ellos en tándem) y se desempeña regularmente como camarógrafo y montajista. Hace un par de años surgió Maximiliano Schonfeld y su ópera prima, Germania, se llevó el Premio Especial del Jurado Internacional en el Bafici 2012. Apenas unos meses más tarde, otro debut en el largo, Tan cerca como pueda, de Eduardo Crespo, se presentaba en el Festival de Mar del Plata. Fund, Schonfeld y Crespo no sólo se conocen y comparten una experiencia generacional (nacieron a principios de los ’80 y se criaron en el mismo sitio), sino que trabajan juntos en diversos proyectos. Fund, por caso, es el director de fotografía y uno de los montajistas de Tan cerca como pueda.
¿Cuáles serían entonces esos tonos, ritmos, temas que conectan algunos de los films, en particular los de Fund y el de Crespo? Tal vez una cita del italiano Cesare Zavattini, principal apologista del neorrealismo, sea útil a la hora de buscar definiciones: “En lugar de tomar situaciones imaginarias y transformarlas en la ‘realidad’, tratando de que se vean ‘reales’, hacer las cosas como son, casi por sí mismas, y crear su propia significancia especial”. Tan cerca... –como La risa, de Fund, o AB, de Fund y Andreas Koefoed– adhieren a esa máxima. No se trata, solamente, de que la utilización de actores de la zona donde se rueda (no-actores, en muchos casos) o el uso de locaciones reales acerque estas películas, tal vez inconscientemente, a cierto ideal purista ligado a esa tendencia del cine de posguerra. Lo que hay es un rechazo a la anécdota extraordinaria, a lo fuera de lo común, y una búsqueda de potencia cinematográfica alejada de la trama, el “arco dramático” o el psicologismo. Una búsqueda de verdad a partir de la observación, del choque entre la ficción cinematográfica y la realidad que transcurre ante cámaras.
En Tan cerca como pueda esas búsquedas generan resultados notables y otros que quedan a mitad de camino, como si la falta de énfasis le jugara a veces en contra, encontrando un tono demasiado opaco y poco interesante. La excusa argumental es mínima; los protagonistas son dos hombres: Daniel, de mediana edad, y Giovanni, su sobrino, que está dejando atrás la adolescencia. Ambos parecen compartir el cansancio, cierta falta de perspectivas, un hastío cotidiano. El joven trabaja de lo que puede y, en sus ratos libres, comparte juegos y cervezas con sus amigos. El otro, un arquitecto separado y con problemas económicos, evidencia el peso de la existencia en unos constantes dolores de cuello. Pero ninguna sinopsis aporta demasiado al describir un film de estas características. Los buenos momentos –que no son pocos– generan emoción y auténtica empatía gracias al naturalismo de las actuaciones y de las “actuaciones” (difícil saber cuánto hay de registro documental y de improvisación). Como esa escena en el kiosco, con la chica con síndrome de Down y sus bellos dibujos en línea oblicua o la extensa secuencia entre Daniel y la profesora de baile, en la cual puede estar naciendo un improbable romance, una férrea amistad o, simplemente, esté teniendo lugar un encuentro fugaz entre dos seres solitarios. Momentos como ésos son los que justifican la búsqueda crespense (la del realizador y la del grupo).
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