Martes, 20 de mayo de 2014 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A HAIFAA AL MANSOUR, DIRECTORA DE LA ATíPICA LA BICICLETA VERDE
Es un caso ciertamente atípico: la realizadora logró llevar a cabo una película en un país donde no hay salas de exhibición y las mujeres tienen prohibido todo. “Me interesaba plantear problemas propios de mi cultura, pero no desde un lugar victimizado.”
Por Michel Brocca
La bicicleta verde, que se estrena este jueves en la Argentina, es la primera película de ficción filmada en Arabia Saudita. Esa película, cuyo título original es Wadyda, la filmó una mujer, Haifaa al Mansour. En Occidente no sería una gran noticia. Tratándose de Arabia Saudita, donde por regirse por la ley de la Sharia las mujeres tienen prohibido salir solas a la calle, es una noticia de primera plana. Con 39 años y tras haber filmado varios cortos, Al Mansour encaró previamente el tema en Women Without Shadows (2005), documental sobre la situación de la mujer en su país. Tanto ese documental como este primer film de ficción fueron filmados en la semiclandestinidad, con la realizadora cubierta con la abaya de rigor y oculta en una combi en las escenas de exteriores, comunicándose mediante walkie-talkies y monitores con técnicos y actores. Situación comparable a la del realizador iraní Jafar Panahi, que completó Esto no es una película (2011) y Pardé (2013) desde su prisión domiciliaria.
No le fue nada mal a Haifaa al Mansour con su debut en el largo de ficción: desde su presentación en Venecia 2012, La bicicleta verde se constituyó en una de las mayores ganadoras de premios de los últimos años. Incluidos tres obtenidos en Venecia y otros en festivales de primera línea, como el de Rotterdam. No resultó nominada al Oscar al Mejor Film Extranjero, aunque su país la propuso en esa categoría. La película, en la que la niña protagonista se anota en una competencia escolar de recitación del Corán –al solo efecto de conseguir los fondos que necesita para comprar la bicicleta que le permitiría desafiar la prohibición de manejar toda clase de vehículos–, pone en escena, de modo elíptico, los obstáculos, deseos y negociaciones que las mujeres se ven obligadas a afrontar en buena parte del mundo árabe. En la entrevista que sigue, Haifaa al Mansour habla sobre las dificultades de filmar en un país en el que no sólo rige la Sharia, sino que además carece de producción cinematográfica y hasta de salas de cine.
–No, quería filmarla en mi país porque me interesaba particularmente mostrar cómo son las cosas allí. Mostrarlas no sólo a público de otros lugares, sino al de mi propio país, que hasta ahora no tenía imágenes cinematográficas de sí mismo.
–Con alegría, pero también con un buen margen de impotencia y frustración, dado el impedimento que tenía para rodar libremente en exteriores.
–Es verdad. Me interesaba plantear ciertos problemas propios de mi cultura, pero no desde un lugar victimizado. Muchas películas de Medio Oriente se viven como una tortura, por la sensación de sin salida que plantean. A mí misma a veces se me hace difícil verlas. De allí que quería que la película transmitiera entusiasmo, poderío. Que el espectador, al verla, siente que se puede.
–Que se puede cambiar el estado de cosas.
–Creo que además de los cambios políticos, económicos o sociales están pendientes también cambios culturales de fondo en muchos países. Y la situación de la mujer es uno de ellos.
–Me imagino que lo habrán hecho un poco para mostrar flexibilidad ideológica y otro poco porque me cuidé de plantear la anécdota en términos lo suficientemente metafóricos como para evitar cualquier clase de censura. Yo quería que la película se viera, no que la prohibieran.
–Así es.
–Incluso. Igual, después del estreno de la película, el gobierno emitió una declaración, donde aclaraba que en ciertas zonas recreativas está permitido.
–Por supuesto.
–No en forma comercial, por la sencilla razón de que en Arabia Saudita no hay salas cinematográficas. Pero yo misma impulsé una buena cantidad de exhibiciones informales.
–Estudié cine en la Universidad de Sydney, Australia. Pero eso fue siendo adulta. Antes veía montones de películas en VHS, que sí circulaban en mi país.
–Sobre todo de Hollywood, chinas y de la India, que son las que se conseguían. Igual, si la película contiene imágenes o temas conflictivos, las cortan. Tenga en cuenta que la Sharia prohíbe toda clase de contacto público entre hombres y mujeres. O sea que cortan no sólo los desnudos, sino incluso los besos. Más tarde, cuando estuve en condiciones de viajar, lógicamente pude ampliar mi cultura cinematográfica.
–No, de pequeña no. Imagínese: en un país en el que no se filma y ni siquiera hay salas cinematográficas es difícil que uno se proponga eso. Pero lo que sí hacía en la escuela era escribir obras de teatro y dirigirlas. Actuarlas no, salvo que fuera imprescindible. Siempre me gustó mucho trabajar con actores.
–Sí, me lo propuse como hobby, como forma de hacer algo que me gustara, porque la vida cotidiana me resultaba sumamente frustrada. Me sentía invisible. Hice un primer corto con ayuda de mis hermanos. Lo mandé a una pequeña competencia y lo aceptaron. A partir de ese momento la gente se me acercaba a preguntar qué pensaba yo de esto o lo otro: era como que de pronto me escuchaban, había dejado de ser invisible. Como la experiencia me había gustado mucho, seguí filmando.
–Las dos cosas pueden ir juntas y en mi caso es así. Me interesa tanto contar historias como plantear temas que creo deben plantearse. Pero uno no hace películas “para hablar de algo”. Hace películas porque quiere hacer películas. Si esas películas le permiten abordar ciertos temas, mejor.
–En cine, ninguno. Reem Abdullah, la actriz que hace de la mamá de la protagonista, es una estrella de la televisión.
–Al principio no. El tema es que la televisión es popular, todo el mundo la ve, te hace conocido, te da un nombre y prestigio, y en cambio una película es nada: nadie va a ir a verla, porque no hay dónde verla.
–Insistiendo mucho, porque sentía que era la actriz perfecta para ese papel.
–Haciendo mucho casting. La encontramos una semana antes de empezar el rodaje. Antes habíamos encontrado otras chicas que estaban bien, pero los padres no las dejaban. Waad, que es la protagonista, por suerte no tenía problemas y sus padres tampoco. Y encima canta muy bien, y hay escenas en las que tiene que hacerlo. Así que resultó perfecta.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades
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