Viernes, 18 de julio de 2014 | Hoy
CINE › EL DOCUMENTAL DE SANTIAGO GARCIA ISLER SOBRE ROGELIO GARCIA LUPO
Combinando sabiamente lo familiar y lo profesional, el material de archivo y la animación, momentos íntimos y el testimonio de varios colegas, el realizador consigue un retrato bien ajustado de un periodista con más de sesenta años en la profesión.
Por Oscar Ranzani
No existe mejor comienzo para un documental sobre el prestigioso periodista Rogelio García Lupo que el que eligió su hijo Santiago García Isler, director de A vuelo de Pajarito. Con imágenes de archivo del suceso que relata, García Lupo confiesa que cuando el Graf Zeppelin volaba por el cielo de Buenos Aires, él tenía tres años y sus padres lo llevaron envuelto en una frazada a la terraza, a las seis de la mañana, para no perderse aquello que ese día era un gran espectáculo para ver en familia. “Fue la primera noticia periodística que tuve en mi vida”, señala con gran precisión García Lupo, dueño de una trayectoria de más de sesenta años en la profesión. Ese es el emotivo comienzo del documental que se sostiene con la calidez del relato del periodista, quien ofrece sus memorias, con una dicción que invita a prestarle atención y a compartir ese viaje cinematográfico y placentero de noventa minutos.
A lo largo del documental, Pajarito –como le dicen– cuenta con una memoria envidiable sus momentos más importantes como periodista, después de que desistió de ser abogado: su participación junto a Rodolfo Walsh en la Comisión Investigadora del Congreso de la Nación por el crimen del doctor Marcos Satanowsky, abogado del diario La Razón; el origen de la Agencia de Noticias Prensa Latina, donde se desempeñó un año y medio en La Habana entre 1959 y 1960, es decir, en plena efervescencia de la Revolución Cubana; su trabajo junto a Walsh y Horacio Verbitsky en el semanario CGT de los Argentinos, y su cargo de director de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) desde el gobierno de Héctor Cámpora y hasta la muerte de Juan Domingo Perón.
La estructura que diseñó García Isler se sostiene con el testimonio de su padre, no solamente muy cálido sino también atrapante, siempre con una anécdota disponible en su memoria mientras va repasando su trayectoria profesional. Paralelamente, la voz en off del documentalista va guiando el relato y aportando algunos datos que sólo puede brindar por su condición de hijo: que a García Lupo no le gusta el fútbol ni el psicoanálisis, que nunca manejó un auto, ni usó celulares ni computadoras, que tampoco utiliza cajeros automáticos y sólo se maneja con efectivo y que le tiene miedo al ridículo y a las enfermedades. Son datos que otorgan una cuota de intimidad (como cuando se lo ve a García Lupo en la peluquería) pero que, sin embargo, no apartan al cineasta de la distancia necesaria para abordar una de las figuras más importantes del periodismo argentino.
Los testimonios de García Lupo se complementan con imágenes de archivo de los sucesos que narra, entrelazados en algunas ocasiones con animaciones que lo muestran como un ser alado que vuela hasta sentarse y ponerse a trabajar en la máquina de escribir. Pero hay otro relato en paralelo que funciona como una trama dentro del documental: una vez García Lupo preguntó qué iba a ser de su gigantesco archivo de noticias gráficas cuando él ya no esté. Y su otro hijo Pablo le dijo que se podía llevar a la calle para los cartoneros. Ahí le nació la necesidad de donar todo a la Biblioteca Nacional. Y, entonces, se lo ve a Pajarito firmando el convenio de donación junto al director de la Biblioteca Nacional, Horacio González. Otro momento lo muestran observando en qué lugar va a quedar su archivo y también se lo observa supervisando el traslado de sus cajas desde su casa a la Biblioteca Nacional, con una rigurosidad propia de un periodista con mucho olfato. Olfato que le permitió descubrir, por ejemplo, los comportamientos de la mafia china a partir de la lectura de avisos clasificados de ciudadanos orientales que extraviaban sus pasaportes.
Para completar el documental, el director recurrió a pequeños testimonios de prestigiosos colegas y amigos como Eduardo Galeano, Horacio Verbitsky, Isidoro Gilbert y el recordado Juan Gelman, que le aportan una cuota de conocimiento al espectador. Algo notable en A vuelo de Pajarito es la sutileza con que el realizador logra dosificar la intimidad de su padre con el hombre público que es García Lupo de una manera que no termine siendo simplemente un registro familiar, sino una obra cinematográfica que perdure más allá del tiempo. También es todo un acierto del director haber reunido a García Lupo y Osvaldo Bayer en un encuentro en el que, más allá de los años, demuestran que el verdadero periodismo está vigente y goza de gran vitalidad. Como estas dos eminencias.
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