Jueves, 27 de noviembre de 2014 | Hoy
CINE › JAUJA, UN VIAJE HACIA EL EXTRAñAMIENTO Y LO DESCONOCIDO
Los aportes de Fabián Casas en el guión y de Viggo Mortensen como su espléndido protagonista no hacen sino potenciar el universo creativo de Lisandro Alonso, que entrega su mejor film.
Por Luciano Monteagudo
En el comienzo, a la manera del cine mudo, un cartel cuyo tono parece referir a algún cuento de Borges, habla de Jauja como una tierra mitológica, un paraíso terrenal, en el cual aquellos hombres que se atreven a buscarlo se pierden en el camino. De ese destino incierto no podrá escapar el Capitán Dinesen (Viggo Mortensen), un agrimensor danés de paso por esas tierras extrañas, que se asemejan mucho a la Patagonia en tiempos de la Conquista del Desierto. Será allí, en esa inmensidad sin brújula, donde los raídos militares hablan abiertamente de exterminar a los indios y se menta el carácter legendario de Zuluaga, un oficial “más rápido que el viento”, donde Dinesen perderá a su hija primero y también, inexorablemente, se extraviará a sí mismo después.
A continuación de una obra tan sólida como exigente, hecha de films extraordinarios como La libertad, Los muertos, Fantasma y Liverpool, pero cada vez más cerrados sobre sí mismos, parecía difícil para el director Lisandro Alonso abrirse hacia otros horizontes. Lo singular de Jauja, su quinto largometraje, es que Alonso logró salir de su laberinto sin dejar jamás de ser fiel a sí mismo. Por primera vez en su cine, Alonso no hace un film ambientado en un puro tiempo presente. De la misma manera, Jauja es la primera de sus películas en la que trabaja no sólo con actores profesionales sino con una estrella de la dimensión de Viggo Mortensen. Y es la primera vez también que escribe un guión en colaboración, en este caso con el poeta y novelista Fabián Casas. Todas estas novedades, sin embargo, no hacen sino potenciar al máximo su universo creativo, que sigue siendo intransferiblemente propio y que lo confirma como uno de los pocos, auténticos autores del cine argentino.
Como los protagonistas anteriores de la obra de Alonso, el Capitán Dinesen es un hombre parco y solitario. Su única, obsesiva preocupación es su hija adolescente, Ingeborg, a quien ha arrastrado con él a esas tierras vírgenes. Enceguecedoramente rubia en un mundo pardo, Ingeborg despierta el deseo de un lascivo teniente, pero será un joven recluta quien una madrugada se fugue con ella a caballo en dirección al desierto, allí donde acecha no sólo la amenaza de los indios, sino también la del mentado Zuluaga, de quien llegan las historias más descabelladas. Y tras el rastro de su hija irá entonces Dinesen, que cambia su ropa de civil por las de militar, como quien finalmente asume que deberá reemplazar los científicos instrumentos de medición por las armas, los modales de la civilización por la violencia atávica de la barbarie.
Plena de ecos y reverberaciones de todo tipo, es francamente notable cómo Jauja incorpora todas esas voces –que provienen tanto del cine como de la literatura– de manera tan orgánica. Siempre en un poderoso fuera de campo, ese Zuluaga a quien nunca se llega a ver parece haber enloquecido como el Coronel Kurtz de Apocalypse Now: lo último que se sabe de ese militar intachable es que estaría comandando una tribu de indios “cabeza de coco” (la libertad con que el guión maneja nombres y apodos es fascinante). Y que lo haría vestido con ropas de mujer... A su vez, la hija de Dinesen recuerda un poco a la del Aguirre de Herzog; aunque más modesta, no deja de ser menos alucinada: “Me encanta el desierto, la forma que tiene de entrar en mí”, dice del paisaje como si despertara sus fantasías eróticas, mientras en unas manchas de nacimiento que tiene su amante en la espalda cree ver una estrella y luego toda una constelación. El extrañamiento que se va apoderando paulatinamente del relato remite más a la afiebrada novela La liebre, de César Aira, que a Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, aunque un personaje del film (encarnado por Esteban Bigliardi) parece ligeramente inspirado en el dandismo del legendario militar y escritor argentino. Ese progresivo extrañamiento será clave hacia la segunda mitad del film, cuando ya enajenado el capitán Dinesen parezca ingresar a otra dimensión espacio-temporal. El límpido cielo patagónico –fotografiado en 35mm por finlandés Timo Salminen, operador habitual de Aki Kaurismäki, en el antiguo formato 4:3 de los viejos westerns– de pronto se oscurece y se vuelve escandinavo. Lo mismo que la lengua, cuando el dificultoso castellano del protagonista deja paso a su idioma natal, el danés. Es como si el mismo universo anterior de Alonso siguiera estando allí (los hombres taciturnos, los grandes espacios abiertos, la naturaleza áspera, los perros, las armas), pero reorganizado de manera distinta, propalado por el guión de Casas hacia una zona que trasciende el realismo crudo para ubicarse en un plano poético, metafísico.
Algo similar sucede con el aporte de Mortensen. El gran actor de Peter Jackson y David Cronenberg se suma aquí como coproductor e incluso como autor de los brevísimos pero significativos momentos donde el film se permite incorporar música. Pero es su presencia primero –a pie, oteando el horizonte con un catalejo; a caballo, como en una película de John Ford– y luego su mirada, plena de ternura y de dudas, de determinación y desesperación, lo que le suma al cine de Alonso aquello que un actor no profesional ya no podía darle: la hondura y la complejidad que hacen de Jauja su mejor película.
Argentina/EE.UU./México/
Holanda/Francia, 2014.
Dirección: Lisandro Alonso.
Guión: Fabián Casas y Lisandro Alonso.
Fotografía: Timo Salminen.
Música: Viggo Mortensen.
Duración: 108 minutos.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Ghita Norby, Viilbjork Malling, Esteban Bigliardi, Diego Román, Adrián Fondari.
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