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Miércoles, 31 de diciembre de 2014

CINE › BALANCE DEL CINE INTERNACIONAL QUE SE VIO EN LA ARGENTINA

Un año de meseta para una forma de arte que sigue viva

El año que termina no presentó cambios bruscos ni grandes novedades: como a nivel global, los tanques de Hollywood ocupan los primeros puestos de audiencia y las cinematografías de otras latitudes son las más perjudicadas, igual que la mayor parte del cine argentino.

 Por Diego Brodersen

El año de los Relatos salvajes fue también –como suele ocurrir desde hace décadas– el año de Hollywood. El enorme éxito de público del film de Damián Szifron, que encabeza la lista de las películas más vistas durante los últimos 365 días, viene seguida por siete títulos oriundos de Los Angeles, California, de los cuales cuatro están destinados al público infantil (la mitad de ellos realizados con técnicas de animación), un par a la audiencia teen y solo uno a un público más amplio. Entre los puestos 10 y 13 aparecen cuatro largometrajes con superhéroes como protagonistas absolutos y ningún film de los primeros quince escalones tiene su origen por fuera de los límites de los territorios estadounidenses o argentinos (ver recuadro). Nada nuevo bajo el sol, figurita repetida, más de lo mismo. Con un total de entradas vendidas cercano a los 43 millones y medio –unos tres millones menos que el año pasado, descenso importante pero no drástico–, el público mayoritario sigue inclinándose por apenas un puñado (literalmente) de films nacionales –como fue expuesto en estas mismas páginas en el balance del cine argentino cosecha 2014– y los tanques hollywoodenses que suelen batir records en todo el mundo: la tendencia es mundial con escasas excepciones.

De estos últimos los hubo malos, feos y muy buenos. Porque, ¿acaso El lobo de Wall Street no es el mejor Scorsese en años? ¿No fue La gran aventura Lego una película capaz de hacer dinamitar ciertas lógicas narrativas y discursivas desde el núcleo mismo del sistema? ¿Jersey Boys: persiguiendo la música no demuestra que Clint Eastwood sigue siendo el último de los clásicos, casi imbatible en su juego? ¿No fue Al filo del mañana, de Doug Liman, una auténtica sorpresa, un blockbuster que se las ingenia para hacer de Tom Cruise un héroe en extremo atípico? En el off-Hollywood también se cocinaron varias habas. Boyhood: Momentos de una vida, del hiperactivo Richard Linklater, es una nueva vuelta de tuerca a la tradición de la gran narración “americana”, relato a la vez íntimo y expansivo sobre la familia y la sociedad. Algo similar puede decirse de la particular road movie de Alexander Payne, Nebraska, con su apacible blanco y negro que remite a ese nuevo cine norteamericano de otras décadas. Wes Anderson también entregó su mejor película en bastante tiempo con su oda a los botones, El Gran Hotel Budapest, de intrincada estructura símil cajas chinas y múltiples formatos de proyección.

Es la economía, estúpido

Pero si se habla de números puros y duros, el gran perdedor de 2014 ha sido –como ocurre también desde hace unos cuantos años– el cine de otras latitudes, poco representado en líneas generales, a veces mal estrenado, desprotegido en la jungla de la cartelera semanal. La lucha entre los distribuidores independientes y las grandes cadenas de exhibición tiene uno de sus corolarios en la cambiante situación de los estrenos, algo que se ha transformado en práctica habitual. Esta costumbre ya no sorprende ni a propios ni a ajenos: los lunes –jornada en la que se decide finalmente qué películas irán a cuáles salas tres días más tarde– suelen desaparecer de la renovación de la cartelera una, dos e incluso más películas que habían sido anunciadas con anterioridad. En casos extremos, un film puede “caerse” varias veces con el correr de las semanas y de un estreno previsto a mitad de año llegar finalmente a las pantallas varios meses más tarde. Esta situación es casi exclusiva de aquellas películas extranjeras que no provienen de Hollywood (estas suelen tener su fecha de estreno blindada) y que tampoco es común –aunque se han dado excepciones– en las películas argentinas, protegidas en cierta medida por la cuota de pantalla obligatoria y la posibilidad de ser exhibidas por fuera de los grandes circuitos.

Se menciona constantemente la penetración extrema del cine norteamericano en las salas de cine, su presencia estilo topadora que todo abarca y todo aplasta. Hay mucho de cierto en ello y el lanzamiento de algunos títulos en gran cantidad de copias no ayuda precisamente a que la cartelera gane en calidad y, fundamentalmente, en variedad. El estado brasileño acaba de lanzar una medida proteccionista que limita la cantidad de copias que pueden circular al mismo tiempo: a partir del 1º de enero próximo, ninguna película extranjera podrá ocupar más del 35 por ciento de las salas de cine de ese país. Si bien el mercado brasileño es mucho mayor que el argentino, no parece una norma descabellada, aunque sólo puede ser efectiva –si lo que se desea es lograr cierto ideal de diversidad– si es acompañada por otras medidas de apoyo a esos “otros” cines a los que se desea dar mayor visibilidad, sean estos nacionales o foráneos. Si bien casi todos los países del mundo ayudan con subsidios y préstamos al cine local, pueden contarse con los dedos de una mano aquellos que defienden la idea de diversidad per se. Francia es uno de ellos y es por esa razón que pueden sobrevivir salas de cine ocupadas en proyectar exclusivamente cine asiático, por ejemplo, o clásicos del cine internacional, en grandes ciudades como París.

De allá y de acullá

Muchas de las películas que aparecen en las listas de fin de año en las revistas y sitios internacionales más prestigiosos no fueron estrenadas comercialmente en la Argentina, relegadas a la presencia esporádica en el Bafici o el Festival de Mar del Plata, o bien a la descarga non sancta, procedimiento cada vez más usual en la vida del cinéfilo de ley (valga la ironía). De todas formas, nobleza obliga, no todo fueron malas noticias: 2014 comenzó con el estreno de La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, y El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, dos de los films franceses más estimulantes de la temporada 2013. De allí cerquita, la región francesa de Suiza, llegó para cerrar el año Adiós al lenguaje, el último opus de Jean-Luc Godard, que tuvo varias funciones en su formato original estereoscópico. Como ya fue consignado en estas mismas páginas, vale la pena comparar el estreno exclusivamente en 2D que el film tuvo en España o el lanzamiento directo a dvd y blu-ray en el Reino Unido. El privilegio de haberla visto en salas sin dudas hay que agradecerlo a la distribuidora independiente Z Films, una de las resistentes a la lógica del mercado. Esta misma empresa fue la encargada de lanzar las notables Cae la noche en Bucarest, del rumano Corneliu Porumboiu, y Berberian Sound Studio, del británico Peter Strickland. Su mayor éxito de público, sin embargo, fue con la italiana La grande belleza, de Paolo Sorrentino, ayudada en parte por su nominación y posterior premio Oscar a mejor film extranjero (“de habla no inglesa”, como reza su actual y políticamente correcta denominación oficial).

El éxito del film de Sorrentino –más de 100.000 espectadores, número importantísimo para el mercado local– no puede, de todas formas, explicarse exclusivamente a partir de su carrera competitiva en la temporada de premios. Como tampoco es posible dar razones sencillas ante el fenómeno que se dio alrededor de la paraguaya 7 cajas. Estrenada originalmente en una única sala alternativa, Bama Cine, la película de los realizadores Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori se transformó, desde sus primeros días de exhibición, en un gran triunfo de público. El boca en boca positivo no hizo más que sumar espectadores semana tras semana, logrando la inusual proeza de agregar cinco salas a la pantalla seminal. Al momento de escribir estos párrafos, a 24 semanas del estreno, el film continúa en cartel y ha logrado perforar la barrera de los 65.000 espectadores, envidiable número para un título por el que pocos (¿nadie?) apostaban sus fichas. Pero por cada 7 cajas hay decenas y decenas de películas que “mueren” luego de su primera semana en circulación. La falta de salas al margen de las grandes cadenas (no ayudada precisamente por el cierre durante todo 2014 de la Sala Leopoldo Lugones) es una de las razones por las cuales cierto cine extranjero no encuentra una boca de expendio saludable y, consecuentemente, nunca logra hallar a su público.

Una de las grandes ideas de este año que se extingue fueron los “Encuentros con el cine brasileño”, que tuvieron lugar en el cine Gaumont Km 0 del Incaa. Demostración cabal de que, con un poco de inteligencia, es posible imaginar y gestionar formas distintas de acercar cierto cine no masivo (por la lógica del mercado y no por otras razones) a sus posibles espectadores. Esa seguidilla de films brasileños incluyó, por lo menos, tres grandes películas: Avanti popolo, Sonidos vecinos y El blanco afuera, el negro adentro. Además, permitió que muchos fueran testigos de una cinematografía que prácticamente ha desaparecido de las pantallas argentinas a pesar de la cercanía geográfica, y que evidencia una notable recuperación artística en sus capas independientes. El Malba hizo lo propio con algunos títulos que, de otra forma, nunca hubieran tenido estreno comercial por vías tradicionales. Entre ellos, resulta menester mencionar el extraordinario documental portugués ¿Y ahora? Recuérdame, de Joaquim Pinto, que formó parte del segundo “Festival de cine portugués” y luego fue exhibido durante varias semanas en la sala de cine de ese museo.

El presente nos encuentra digitalizados

La mentada digitalización llegó para quedarse y 2014 continuó acentuando una tendencia irreversible. Dentro de poco tiempo, las nuevas generaciones de espectadores jóvenes no habrán visto nunca una proyección en el centenario soporte físico de 35 mm. Algunos complejos, como los de la cadena Hoyts, se han volcado al digital en su totalidad; otros, como el Village, sostiene aún algunas salas en formato fílmico (el Village Recoleta deberá mantenerlas en el futuro, si es que desea seguir exhibiendo copias de archivo y revisión durante las jornadas del Bafici). De todas formas, las exhibiciones comerciales en 35mm que sobreviven en el país ya no son lo que eran: las copias hechas en piloto automático y la escasa o nula renovación de lentes y lámparas (“¿para qué, si es un formato obsoleto?”, parecen decir los responsables) han transformado esas proyecciones en experiencias pálidas, oscuras e incluso fuera de foco, tristes imitaciones de las mejores épocas del analógico. ¿Han revolucionado las copias digitales la exhibición, democratizado el acceso gracias al abaratamiento de costos? Difícilmente: si bien es cierto que un DCP, denominación genérica del formato digital de exhibición profesional, es mucho más barato que una copia en el viejo soporte físico, las reglas de juego de la adquisición de derechos siguen siendo las mismas. Y sus costos, idénticos.

El que termina no parece haber sido un año de cambios bruscos o novedades colosales. Tampoco un año de transición hacia algún otro estado de las cosas. No mucho más que 2013 o 2012, al menos. Más bien ha sido un año meseta, que ha mantenido sus tendencias de público en cuanto a preferencias y poder de captación. El negocio del cine, se sabe, ya no es lo que era, y los espectadores eligen cómo y cuándo ver películas de formas inimaginables hace apenas un par de décadas. ¿Es este el peor de los mundos? Los hay peores, más raquíticos y homogéneos. Tampoco es el mejor de los universos posibles, ni por asomo. ¿Se habla siempre de las mismas películas? Depende de qué se escucha. Y desde dónde. Si este fue un año de secuelas desabridas y superhéroes sacados del horno a medio cocer, también fue el año de Ida, del polaco Pawel Pawlikowski. Si 2014 estuvo dominado por las imágenes y sonidos pueriles de Transformers 4, también hizo presencia Jafar Panahi para decir que Esto no es un film es cine con todas las letras. Y si algo del peor cine francés, italiano o de otras cinematografías europeas hizo acto de presencia en las salas, ahí están los legos animados de Christopher Miller y Phil Lord o los estafadores de Escándalo americano, de David O. Russell, para demostrar que Hollywood no ha perdido la capacidad de asombrar y divertir con las mejores armas cinematográficas. A pesar de todo, el cine sigue vivo.

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Richard Linklater entregó la notable Boyhood: Momentos de una vida.
 
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