Viernes, 6 de febrero de 2015 | Hoy
CINE › LA TEORíA DEL TODO
Por Diego Brodersen
Continúa abierta la temporada de films biográficos, como ocurre todos los años en la cercanía de la entrega de los premios Oscar. Esta semana llegan a la pantalla dos largometrajes dedicados a sendos científicos británicos: el matemático y “padre de la computación” Alan Turing y el astrofísico Stephen Hawking, reconocido a nivel popular por sus libros de divulgación. Más allá del suicidio del primero y la inesperada longevidad del segundo a pesar de los diagnósticos iniciales, huelga decir que las vidas de uno y de otro poseen el suficiente atractivo humano como para construir alrededor de ellas algún tipo de espectáculo cinematográfico. Lógicamente, son films que concentran poco y nada de su atención en la obra específica de los homenajeados. ¿O acaso es un demérito que El código enigma y La teoría del todo no dediquen ni un par de segundos a explicar la hipótesis de Church-Turing o la termodinámica de los agujeros negros? Esa sí sería una tarea ciclópea si no imposible, como atestigua la famosa anécdota de Einstein y el huevo frito ante el pedido de un periodista de bajar a tierra las teorías de la Relatividad.
Eliminadas entonces las fórmulas matemáticas como centro del relato –aunque sobrevivan un par de ellas como elementos de utilería–, La teoría del todo se basa en el segundo libro autobiográfico de Jane Wilde Hawking, primera esposa del cosmólogo y madre de sus tres hijos, interpretada por Felicity Jones con una vehemente mezcla de fragilidad y resistencia. El período retratado es extenso, desde su encuentro con el protagonista en la Univerdad de Cambridge a comienzos de los años ’60, en tiempos en que éste se dedicaba a afinar su tesis doctoral y luchaba contra los primeros embates de la enfermedad que lo aquejaría durante décadas –la esclerosis lateral amiotrófica– hasta algunos años después de la publicación de su primer volumen para las masas, el best-seller Historia del tiempo. Biopic oficial y autorizada por todas las partes interesadas, el de James Marsh es entonces uno de esos largometrajes diseñados para homenajear la vida de una personalidad que luchó toda su vida contra dificultades y limitaciones propias y ajenas para terminar, de una manera u otra, venciéndolas. Y también, por cierto, para el lucimiento del actor protagónico, en este caso el británico Eddie Redmayne, previsiblemente nominado a un Oscar. En otras palabras, otro film aquejado por el síndrome de Mi pie izquierdo.
Medianía es aquí la palabra clave. Profesional en todo sentido, prolijamente programática y narrativamente conservadora, la película amaga con algún momento de intensidad real cuando un joven profesor de coro entra en la vida del matrimonio, aunque esa misma exaltación tiende a desembocar en el melodrama cándido. Si se transforman en un estorbo para el guión, los hijos pueden desaparecer de pantalla durante casi media hora sin demasiadas justificaciones. Tan edulcorado resulta finalmente el retrato de Hawking que su orgulloso ateísmo militante es casi puesto en duda, en virtud de una demagogia narrativa que intenta desposar ciencia y religión, partiendo de ese lugar común que afirma que del ateísmo –como de las ciencias duras– deriva cierta frialdad, la antítesis de una supuestamente ardiente fe. Paradoja de paradojas, La teoría del todo –con sus cinco nominaciones a los premios Oscar, incluida la de Mejor película– parece por momentos dirigida por algún software automático de realización integral de films y no tanto por seres de carne y hueso.
The Theory of Everything; Reino Unido, 2014.
Dirección: James Marsh.
Guión: Anthony McCarten.
Fotografía: Benoît Delhomme.
Montaje: Jinx Godfrey.
Música: Jóhann Jóhannsson.
Duración: 123 minutos.
Intérpretes: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Charlie Cox, Emily Watson, Simon McBurney, David Thewlis.
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