Jueves, 26 de febrero de 2015 | Hoy
CINE › SE ACABó LA éPICA, DE MATILDE MICHANIE, SOBRE EL ESCRITOR NéSTOR SáNCHEZ
El documental de Michanie cuenta la vida de este gran novelista maldito (a pesar de haber sido apadrinado por Cortázar) de modo deliberadamente desordenado, copiando el estilo literario de Sánchez y construyendo un laberinto que lo refleja.
Por Horacio Bernades
“Cuando bajó del avión traía un bolsito con un piyama y los documentos.” Tratándose de alguien que venía de pasar varios lustros en el extranjero, el dato es por lo menos desconcertante. Salvo que viniera de pasar una década despojado de todo, como Néstor Sánchez. De la propia fama, en primer término. En los ’60, Néstor Sánchez había representado una aparición fulgurante para la literatura de vanguardia en Argentina. Apadrinado por el mismísimo Cortázar, su obra sirvió de iniciación para otros escritores, como es el caso del catalán Enrique Vila-Matas. A Sánchez lo publicaron Sudamericana en Argentina, Seix Barral en España y nada menos que Gallimard en Francia. Pero hay un punto en su vida en que algo se quiebra. O son varios los puntos de quiebre. A esa vida y obra se asoma Se acabó la épica, como quien intuye que se trata de materias insondables. De allí el subtítulo: “Apuntes sobre la vida y la obra de Néstor Sánchez”.
Presentando las cosas tal como lo haría una biografía tradicional, debería decirse que Sánchez nació en Villa Pueyrredón en 1935 y falleció en el mismo barrio 68 años más tarde. Porteño de manual en su juventud, fue bailarín de tango (¡a dúo con Juan Carlos Copes!), jugador de billar, burrero y, cómo no, cafisho. Pisando los 30 escribe un primer libro del que reniega y un segundo que se vuelve clave entre iniciados: Nosotros dos, editado por Sudamericana en 1966, por consejo de Cortázar. La misma editorial publica sus “novelas poemáticas” Siberia Blues (1967) y El amhor, los orsinis y la muerte (1969). Ante tanta repercusión, Sánchez se va. Viaja a Perú y Venezuela, vinculándose con seguidores del místico armenio George Gurdjieff, cuyas enseñanzas practicaría hasta el día de su muerte.
En Barcelona publica su última novela (Cómico de la lengua, 1973, reeditada post mortem, como casi todas las demás), se gana la vida con traducciones y otros rebusques, lo traduce Gallimard en París, pierde a una niña de meses, su compañera lo deja por excesos alcohólicos. Lo encuentran en coma en el Boulevard Saint Germain, lo expulsan por indocumentado y en Barcelona termina de pelearse con los amigos que le quedaban. Cortázar incluido. Siguiendo a Gurdjieff, se propone despojarse de todo. Literalmente. Abandona la escritura, pasa en Nueva York ocho inviernos en patas y en la calle. Escucha voces que lo instan a caminar. Desaparece del mundo hasta tal punto que en Buenos Aires lo creen muerto y le organizan un homenaje.
A mediados de los ’80 pide a su madre un pasaje urgente. De regreso en Buenos Aires publica La condición efímera (1988), al tiempo que comienza a atenderse en el Centro de Salud Mental Nº 3. “No puedo escribir más porque se me acabó la épica”, anuncia a su terapeuta, refiriendo a que su escritura siempre fue producto de lo que le ocurría. “La ética me indica que debería suicidarme; no lo voy a hacer”, remata en el Ameghino. En 2003 lo encuentran muerto de un infarto en su cama. Todo esto, el documental de Matilde Michanie (realizadora de Licencia Nº 1, sobre la Tigresa Acuña, y de Judíos por elección, sobre conversos a esa religión) lo cuenta de modo deliberadamente desordenado, copiando el estilo literario de Sánchez y construyendo un laberinto que lo refleja.
Sin embargo, nada más lejos de la vanguardia estética que Se acabó la épica. Más allá de su forma rapsódica –que deja huecos sin rellenar y en ocasiones se permite disociar imagen y sonido–, la línea cronológica que trazan las voces de amigos y parientes (su hermano, su ex mujer, su hijo, su psicoanalista, su traductor al francés) no disiente de la de un documental tradicional. La secuencia introductoria incurre en el vicio más remanido: el de las cabezas parlantes. Por suerte, en el resto del metraje las cabezas se espacian, se recurre poco y nada al archivo y los pasajes de la vida de Sánchez se ilustran con imágenes de los rincones en los que tuvieron lugar. La falta de testimonios específicamente literarios se subsana con fragmentos en off, de los cuales los más viscerales (y terminales) son los del Diario de Manhattan, incluido en La condición efímera.
En esos diarios, mientras anda sobre el hielo el ex escritor de culto abjura de Estados Unidos, su vida y su cultura, con ferocidad digna de Louis Ferdinand Céline, a quien alguna vez tradujo. “Cada instante perdido estaría perdido para siempre”, escribe, en un aparte íntimo, dos décadas antes de morir.
Argentina, 2014.
Dirección y guión: Matilde Michanie.
Fotografía: P. Zubizarreta, A. Marquardt, C. Stella, M. Glez, A. Arce Maldonado.
Música: Horacio M. Diéguez.
Montaje: Andrés Tambornino.
Duración: 70 minutos.
Estreno exclusivo en Cine Gaumont.
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