Jueves, 5 de marzo de 2015 | Hoy
CINE › INVASIóN, DOCUMENTAL DE ABNER BENAIM SOBRE EL DERROCAMIENTO DEL GENERAL PANAMEñO MANUEL NORIEGA
Por abusado y mal usado, suele creerse que el formato de cabezas parlantes es malo de por sí. Invasión demuestra que, cuando los testimonios son buenos y quienes los prestan lo hacen con elocuencia, lo mejor que se puede hacer es escucharlos.
Por Horacio Bernades
Una de las funciones más nobles de la crónica periodística y literaria, así como de ciertas variantes del documental, es la de registrar las marcas que la historia deja en quienes la viven o padecen. En cine, y para citar sólo un puñado de ejemplos al azar, es el caso de Harlan County U.S.A. (Barbara Kopple, 1976), que testimonia en vivo una huelga minera violentamente reprimida, Shoah (Claude Lanzmann, 1985), que reconstruye el entero genocidio nazi en la voz de los sobrevivientes, y la reciente ganadora del Oscar, Citizenfour (Laura Poitras, 2014), que filma el momento mismo en que Edward Snowden filtra documentos del más alto secreto. Candidateada por Panamá al Oscar al Mejor Film Extranjero, Invasión se propone documentar no la invasión estadounidense de 1989, sino lo que sus compatriotas recuerdan de ella. Lo hace del modo en que un estudioso analizaría las esquirlas de un misil: sabiendo que el análisis de los fragmentos permitirá dar una idea sobre los destrozos.
Por abusado y mal usado, suele creerse que el formato de cabezas parlantes está mal. Invasión demuestra que, cuando los testimonios son buenos y quienes los prestan lo hacen con la máxima precisión y elocuencia, lo mejor que se puede hacer es escucharlos. Y verlos. Lo que no hace el realizador Abner Benaim –y lo bien que hace– es echar mano del otro recurso trillado, que en los documentales-grado cero suele completar la operación: el material de archivo. Realizador de Empleadas y patrones (estrenada aquí unos años atrás), Benaim trabaja sólo con los testimonios, ubicándolos las más de las veces (como Lanzmann en Shoah) en los sitios en los que los hechos tuvieron lugar. “Trabajo con la verdad de quienes hablan. Si su verdad es una mentira, para mí es verdad igual”, asegura Benaim. “La única verdad es la subjetividad”, parecería sugerir Invasión, parafraseando cierta famosa frase de alguien que alguna vez pasó por Panamá.
Subjetividad y fragmento: nadie pretenda salir “sabiendo todo” sobre el derrocamiento del general Noriega a manos del gobierno de George Bush (padre). Invasión no es un libro de historia sino una crónica fragmentaria, a escala humana. “Era sabido que Noriega fue hombre de la CIA y narcotraficante, ante el que los Estados Unidos hacían la vista gorda”, dice un señor. “Noriega fue para los yanquis un inminente Saddam latinoamericano”, completa otro. “No es concebible haber bombardeado a la población civil sólo para detener a un dictador; acá había otra intención.” “Había unas seis cuadras cubiertas de cadáveres”, estima un hombre que vive en la calle. “Tiramos abajo varios helicópteros”, afirma un ex combatiente frente a la playa. “La esquirla del disparo de un tanque me rozó la frente y le dio de frente a mi amiga”, acota una mujer, con asombrosa calma y sin ahorrar detalles de lo más gráficos.
“El misil entró por esa pared, atravesó la sala, se incrustó sobre esa otra y el techo cayó sobre nosotros”, recuerda una señora con muchos hijos, alguno de los cuales no sobrevivió. “Había gente que agradecía a los soldados yanquis.” “Los americanos nos salvaron.” “¿Para qué quiere recordar eso? Es como remover el dolor.” “¿Qué invasión?”, preguntan dos jóvenes y un señor que por la edad tiene que haberla vivido. “Nuestros guerrilleros urbanos eran de juguete”, se lamenta un ex militante comunista. “Mientras los aviones bombardeaban, en el centro la gente festejaba la Navidad con el producto de los saqueos.” “No puedo arrepentirme de haber participado de un proceso nacionalista y antiimperialista”, se planta el ex jefe de los Batallones Dignidad.
Invasión crece en dramatismo, intensidad y precisión a partir del relato de un cantante de boleros llamado Ulises Rodríguez, casado con la secretaria privada del general –que lo “guardó” en una casa hasta que la Nunciatura aceptó darle refugio– y la narración de quienes estuvieron allí entre la Navidad y el Año Nuevo de 1989.
Entre los testimoniantes, Roberto “Mano de Piedra” Durán recuerda que cuando se enteró del operativo salió, borracho y fusil en mano, a defender al general. Rubén Blades evoca el dolor de los que cayeron. Tal vez inspirado en las reconstrucciones ficcionales de la nominada The Act of Killing (2012) o quizá por simple casualidad, Benaim recrea con los propios vecinos paisajes de cadáveres, bolsas para arrastrar a los muertos e incendios que los bombardeos produjeron en los barrios pobres. Esas puestas en escena se ensayan en el curso de la película y sus resultados se alinean sobre el final, como si antes no se les hubiera hallado lugar. No da la impresión de que la película necesite de esos fragmentos.
Panamá/Argentina,
2014
Dirección: Abner Benaim.
Fotografía: Mauro Colombo.
Edición: Andrés Tambornino.
Duración: 94 minutos.
Estreno en cines Gaumont y Malba (sábados a las 20).
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