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Viernes, 6 de marzo de 2015

CINE › TOPOGRAFIA DEL SOMETIMIENTO Y EL DOLOR

Una geografía humana

Tan alejado del patetismo para la galería como del cine de propaganda, aunque no menos firme en sus convicciones, Hamdan recuerda que un travelling sigue siendo una cuestión moral.

 Por Diego Brodersen

Silenciosamente –según los arbitrios de la masividad cinematográfica– pero con un una voz tan audible como personal, la obra de Martín Solá continúa investigando mundos y a aquellos seres humanos que los habitan con la paciencia del artesano, ya se trate de un navío pesquero en las costas de Barcelona, como en su ópera prima Caja cerrada, o la transformación de un cartero puneño en eventual trabajador de una salina (Mensajero). El opus tres de Solá, que viene de recorrer una docena de festivales especializados en todo el mundo, fue rodado en tierras palestinas y forma parte de un proyecto de trilogía, con un segundo capítulo en Chechenia y un tercero en el Tíbet. “Tres lugares unidos por un drama similar: no ser reconocidos como país”, según declaraciones del propio realizador (ver entrevista). Proyecto sin dudas atípico para un documentalista argentino. E indiscutiblemente ambicioso.

Hamdan concentra toda su atención en la crónica biográfica de Ali Mahmoud Hamdan Sefan, miembro de Al-Fatah detenido a mediados de la década del ’70 y encarcelado durante quince años en diversas cárceles israelíes. Escapándole al concepto de las “cabezas parlantes”, ese relato permanecerá en estricto off: cadenciosa, suave y con un hálito poético, la voz de Hamdan recorre el camino de su vida en Siria, el regreso a tierras natales con la misión de entrenar a un joven miembro de la organización, la posterior detención y encarcelamiento, las torturas y las breves visitas de los familiares. Su rostro en primer plano, serio y mudo, puede verse dos veces, cerca del comienzo y en el final de la proyección, testimonio vivo de una existencia individual y colectiva, de un hombre y una sociedad. Porque si algo intenta –y, en gran medida, logra– el film es registrar una geografía humana como reflejo y símbolo de un territorio, una topografía del sometimiento y el dolor, perfectamente sintetizada en la imagen de esa casa demolida sin más justificaciones que la violencia insana del que tiene el poder de ejercerla.

Dibujada con trazos mínimos, conscientemente rigurosa en la elección y uso de los recursos audiovisuales, Hamdan recorre rutas y callejones palestinos en largos travellings que no llegan a ningún lugar específico, observa los derruidos pabellones de las cárceles abandonadas, se detiene en los rasgos de sus antiguos compañeros de encarcelamiento y sólo incluye dos entrevistas tradicionales a cámara –una a la madre del protagonista, la otra al tío del joven adiestrado por Hamdan– que ganan en potencia precisamente por su exigüidad. Eventualmente, las particularidades del encierro de ese hombre (¿justo, arbitrario, debido, necesario, excesivo?) se transforman en metáfora del encierro de un pueblo, que el film ejemplifica de manera sencilla e impetuosa en un último movimiento de cámara semicircular. Tan alejado del patetismo para la galería como del pseudo documental propagandístico, pero no por ello menos firme en sus convicciones, el cine de Martín Solá recuerda en cada plano aquella vieja máxima que afirma que el travelling es una cuestión moral. Y confirma que el fondo no es otra cosa que la forma.

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Escapando al concepto de “cabezas parlantes”, el relato permanecerá en estricto off.
 
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