Sábado, 13 de junio de 2015 | Hoy
CINE › DOLORES FONZI HABLA DE SU PROTAGONICO EN LA PATOTA
Elogiada unánimemente en el Festival de Cannes, la actriz discute las aristas más controvertidas de su personaje en la nueva película de Santiago Mitre, el director de El estudiante. “Una está haciendo política todo el tiempo”, dice.
Por Oscar Ranzani
Cuando tenía tan solo cuatro años, Dolores Fonzi ya sabía que quería ser actriz. Siendo una niña, no tenía referentes, pero su juego era la interpretación. Después, estudió teatro, y en 1996, luego de cumplir los diecisiete, hizo su primera aparición televisiva en la serie La nena. Dos años más tarde, tuvo su protagónico en Verano del ’98. Cuando concluyó su labor en la tira creada por Cris Morena, comenzó a trabajar en cine: primero integró el elenco de Plata quemada, de Marcelo Piñeyro, y al poco tiempo de Esperando al Mesías, bajo la dirección de Daniel Burman. Desde entonces, su carrera se fue alternando entre la televisión y el cine, y su mirada penetrante, casi podría decirse intimidatoria pero a la vez cautivante, fue una marca personal. El año pasado, Santiago Mitre, director de El estudiante, la eligió como protagonista de su segundo largometraje de ficción, La patota, que se estrenará el próximo jueves, tras haber logrado los premios Fipresci y el de Mejor Película de la Semana de la Crítica en el 68º Festival de Cannes. El espectador se encontrará con una actuación notable de la actriz, seguramente la más importante de su carrera. Y así lo certifican los numerosos elogios de la prensa extranjera hacia ella durante la realización de la muestra cinematográfica más prestigiosa del mundo.
La patota es una remake de la película de Daniel Tinayre, protagonizada por Mirtha Legrand en 1960. Pero se trata de una versión libre, donde se nota el pulso de Mitre para darle su tono personal que ya había demostrado con considerable éxito en El estudiante. “En principio, leí el guión y me pareció una obra maestra”, cuenta Fonzi sobre los motivos que la llevaron a aceptar el desafío de encarnar a una abogada que tiene su propia visión de lo que significa la justicia. “Estaba excelentemente escrito y me llevaba y me traía en la historia y como espectadora estaba fascinada. Leí el guión y quería hacer la película”, comenta la actriz. También recuerda que estuvo más de un año para preparar a un personaje complejo: “Fue mucho tiempo de ver películas y de leer libros de referencias. Hubo también mucho lugar para la discusión, para preguntar. Y, entonces, llegué al momento del rodaje sintiéndome bastante preparada, pero con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar”, admite. En la ficción es la joven abogada Paulina, que pretende dejar la comodidad burguesa para llevar a cabo una misión humanitaria que se ajusta a sus ideales: dar clases de formación política en un colegio secundario de un barrio rural y pobre de la provincia de Misiones, donde la violencia es parte de lo cotidiano. Al poco tiempo de llegar, Paulina es violada por un grupo de jóvenes –entre los que cree reconocer a algunos de sus alumnos–, y, a pesar de los intentos de su padre (Oscar Martínez), un hombre importante de la Justicia, y de su novio (Esteban Lamothe), decide seguir adelante con su proyecto y tomar decisiones que ellos no comprenden: no interrumpir su embarazo, por ejemplo.
–Santiago Mitre dijo en una entrevista que siempre quiso “darle el peso narrativo a los actores, que ellos tengan la responsabilidad de sostener la narración desde su propio cuerpo, más allá de lo que se narra”. En ese sentido, ¿éste fue su papel más difícil?
–Sí, pero a la vez agregaría que, desde lo narrativo, también era complejo. Más allá de que él quiere que los cuerpos narren, había un texto que era muy complejo y un guión muy discursivo. Se habla mucho. Entonces, a la vez, estábamos sostenidos por un texto muy contundente. Teníamos armas para poder defender eso que él dice. Había que ponerle el cuerpo a un texto que ya era una estructura donde no se improvisó ni una palabra en todo el guión. Por otro lado, está bien que Santiago diga eso porque trabajamos entre todos y hubo un trabajo de colaboración y de pensar todos juntos pero, a la vez, nosotros como actores estábamos tranquilos porque había un texto que nos sostenía.
–Igual hay un trabajo suyo desde lo físico que también es muy importante y digno de destacar. En ese sentido, ¿fue difícil en lo personal la escena de la violación?
–Sí, fue difícil desde lo práctico y en todo sentido. Es cierto que había un coreógrafo y una bailarina que estaba entrenadísima. Entre los dos, con los chicos de “la patota” trabajaron para quitarles el miedo. Hacer eso con un cuerpo podía implicar que los chicos tuvieran miedo a lastimarme. Se entrenó muchas veces la secuencia. Y después yo lo hice tres veces. Y fueron tres tomas largas. Fue duro porque el piso era hostil, había polvo y nos tragamos todo el polvo. Era difícil no lastimarse porque había que generar esa violencia. Entonces, sí, fue intenso. El día previo tenía miedo y el día posterior estaba agotada.
–La película se estrena un par de semanas después de una multitudinaria marcha contra la violencia hacia las mujeres. ¿Cree que puede ser leída en un contexto especial?
–Todo lo que venga a aportar al tema está bien. Justo cae en este momento en el que la sociedad también necesita, donde están en jaque ciertas cosas y cambios necesarios. La película apoya eso sin tener la pretensión de dar un mensaje sobre eso, pero yo creo que, con respecto al momento, mejor imposible.
–¿Cree que respecto de la original esta versión está más anclada en problemáticas más actuales?
–Al quitarle la visión religiosa al asunto, obviamente esta película es más actual y menos naïve que la anterior. Pero hay que considerar que la original se estrenó hace casi sesenta años y en ese momento fue transgresora y súper polémica. Ahora, ésta también. Y el debate que viene a proponer es un debate que ya no debería existir, pero que existió hace sesenta años. Y sale esta película y sigue incomodando de cierta manera.
–Y hay cosas que se sigue discutiendo como, por ejemplo, el derecho al aborto.
–Exacto. La mujer debería ser libre de poder elegir su camino, de tomar sus decisiones y tener soberanía sobre su propio cuerpo. Y un montón de cosas que ya no deberían ser debate.
–¿Cree que la tensión entre dos mundos, uno culto y otro marginado, es propio de la Argentina o ese planteo es el que hace universal a La patota?
–Más que nada, lo que hace universal a la película es que habla de una generación y de otra: la de los padres en el mundo y la de los hijos en el mundo. En este caso, son la generación de Paulina y la del padre. Yo llevaría la película hacia el lado de la convicción. Y, en ese sentido, es universal; es decir, la convicción universal de esta mujer que cree que el cambio es posible, que no haya más violencia hacia nadie, ni a sus propios agresores, siendo ella víctima de la una situación violenta. Yo diría que lo universal va más que nada por el lado generacional.
–Si hiciera un juego de espejos con Paulina, ¿cuál sería su límite para concretar una convicción?
–Mi límite sería el bien común. Si mi convicción perjudicara en cierto sentido a los que tengo cerca, ahí lo consideraría. Si es un tema mío, en eso sí me siento parecida a Paulina: voy hacia adelante, creo en mí y en la libertad. Igual creo que la libertad en cualquier individuo no debería afectar al otro.
–¿Pondría el cuerpo, por ejemplo, por defender un ideal?
–Creo que hoy en día se puede plantear un cambio desde otro lugar. Es que ya se puede hablar y somos más libres que antes, aunque no tanto como deberíamos. Pero sí más que cuando había que morir por un ideal. Eso no creo que sea necesario en la actualidad. Existieron quienes han hecho ese camino y ahora no existe esa lucha sino otra: podemos hablar, tenemos acceso a mucha gente más rápido. Y hay un montón de cosas que nos benefician como para no tener que morir por un ideal. Igual, si me lo pregunta en un sentido romántico, digo que sí. Creo que si hubiera sido joven en los ’70, habría muerto por una causa.
–¿Le interesa la política?
–No desde un punto especializado. No tengo idea, pero hay ciertas cosas que acepto y cosas que no, según lo que yo creo que es el bien común. Uno está haciendo política todo el tiempo. Yo tengo dos hijos y estoy haciendo política, de alguna manera, criándolos y diciéndoles lo que para mí está bien o mal. Entonces, me interesa la política desde ese punto, desde lo cotidiano y los cambios que se pueden hacer desde lo que uno dice y cómo lo dice. Pero de lo partidario no tengo idea.
–Dijo que para entender al personaje la sirvió ver El hijo, de los hermanos Dardenne. ¿Qué fue precisamente lo que le atrajo de esta película y que le sirvió para la composición?
–Yo lo torturaba a Santiago preguntándole: “¿Por qué Paulina hace esto?, ¿Por qué determina tal cosa?, ¿Qué es lo que la lleva a esto?”. Para las cosas que me hacían pelear con el personaje no encontraba respuesta. Y no sabíamos bien, ni él sabía decirme bien. Era una búsqueda que yo tenía que hacer. Y en la película de los Dardenne está esa escena en la que un padre se encuentra con el asesino de su hijo y empieza a convivir con ese asesino, le da trabajo, lo lleva de viaje, se mete en su casa y en su cama. Y la ex mujer, madre del chico, ve que él está en contacto con el asesino, no entiende y se vuelve loca. Hay una escena en que a ella le agarra un ataque de nervios en un estacionamiento. Y le dice: “¿Por qué lo estás haciendo?”. Y uno, como espectador, está tratando de entenderlo durante toda la película y no lo logra. Y él le responde: “No sé”. Paulina está en una reflexión personal y todo pero, a la vez, sin saber muy bien por qué, ella necesita hacer ciertas cosas. Y yo me amparé en que no entender está bien en cualquier situación. Pero si una persona sufre una situación violenta de este calibre, nadie que no estuvo ahí con ella sabe lo que fue, nadie lo vivió, nadie puede opinar sobre eso ni juzgar su accionar. Lo único que puede hacer es acompañar a esa persona para sobrepasar esa situación.
–¿Asimilar un trauma es sólo una decisión personal?
–No, yo creo que tiene que ver con un montón de cosas. Por ejemplo, qué contexto es el que te acompaña, si tenés una familia que te apoya. Todas las decisiones están influidas por todo lo que te pasa en el momento, si estás contenido. Si no, es raro. Si fuese una cuestión de decisión personal solamente sería facilísimo poder salir de las situaciones difíciles que te tocan. Creo que es un conjunto de cosas.
–Había participado hace siete años con Salamandra en el Festival de Cannes. ¿Esta segunda experiencia fue más fuerte?
–Fue más fuerte. Es algo que tiene que ver con la película y con el personaje. También fue más fuerte porque tuvo un recibimiento muy acogedor en la Semana de la Crítica y ganó los dos premios por los que competía. Fue un gran momento. Y, además, la otra estuvo en la Quincena de los Realizadores, que está más afuera del festival que otras secciones.
–¿Qué toma de los reconocimientos? Los medios extranjeros elogiaron su actuación enormemente, ¿le sirve o le resulta indiferente?
–Obviamente, te regocija, pero lo que más me alegra o me hace sentir más plena con la película es la sensación de la labor cumplida. Había algo de la previa de La patota que me hacía pensar que me estaba enfrentando a un gran desafío. Y ahora, que ya se terminó, que filmamos, que a la película la va bien, pienso que hay que soltarla. Siento que lo logramos y que yo salí “viva” de eso.
–¿Es de elaborar mucho los personajes?
–En este caso, era un personaje que demandaba mucha reflexión y un equilibrio. También tuve que estudiar muchísima letra y, obviamente, era muy complejo y muy demandante el personaje. Pero, en general, depende. Hay personajes que tengo que preparar mucho, hay otros que leo el texto y ya los entiendo. En todo caso, es fructífero.
–Está por estrenarse la tira La leona por Telefe, donde usted participa. ¿Prefiere el cine o la televisión?
–Haciendo La leona la estoy pasando muy bien. Es un poco como ir al colegio. Es un elenco con muy buena onda, con el que me divierto y que me parece fundamental para hacer televisión. Es como un lugar de juego, donde todos nos complementamos bien porque todos tienen ganas de jugar y nadie juzga a nadie. Estamos todos contentos y convencidos. Y, en ese sentido, la paso bien. Y hacía dos años que no hacía tele. Hay algo de una cierta disciplina, de ir todos los días a un lugar, todo medio ordenado, que me viene bien hoy en día. Mis hijos están más grandes, tengo energía expansiva que puedo poner ahí. Después, seguramente haga más películas que tele, pero cada cosa tiene su gracia.
–¿Vive de manera diferente la actuación en cine que en televisión?
–Es distinto, porque en cine hacés una o dos escenas por día y en televisión hacés veinte. Hay un músculo de la actuación y de la memoria que en la tele está súper entrenado y que leés la escena una vez, la hacés y te salió. Y es a tres cámaras. La diferencia de trabajar a tres cámaras me parece fundamental. En el cine tenés que administrar mucho más la energía porque es un plano por vez y ese plano se repite en contraplano. Pero la tele tiene también esta gracia de que todo lo que hacés lo agarran porque son tres cámaras. Hacés una toma y quedó, y la escena ya está contada. Es más vertiginosa.
–Con el camino recorrido, ¿qué le permitió y qué le quitó la actuación?
–Siento que no me quitó nada. Bueno, sí, anonimato, que es lo que uno disfrutaría; es decir, la privacidad de que nadie te conozca. Por otro lado, me dio una libertad. Digo “actuación” pero es válido para cualquier carrera esto de sentirse contento con la labor cumplida y de las cosas que uno va decidiendo que sucedan de una manera u otra las cosas. Conocí gente que me cae bien y que admiro. La actuación te encuentra sí o sí con gente talentosa. No me imagino haciendo nada que no tenga que ver con esto. Puede ser actuar, dirigir o producir.
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