Viernes, 31 de julio de 2015 | Hoy
CINE › MISION: IMPOSIBLE - NACION SECRETA, CON TOM CRUISE
Aunque pueda parecer que la historia que se cuenta es lo de menos, la nueva entrega de la saga hace gala de una precisión y una economía dramática en la que no hay secuencia, personaje o acrobacia que no sean funcionales al relato.
Por Juan Pablo Cinelli
En un paisaje general en donde las grandes producciones del cine estadounidense de los últimos 20 años se han vuelto perezosas, cayendo cada vez con más facilidad en el molde hiperbólico y gigantista que reproduce automáticamente la fórmula “historia elemental + estrella masculina mostrando el torso + persecución + catástrofe”, las películas que integran la saga Misión: Imposible siempre han conseguido destacarse. No porque hayan evitado utilizar muchos de esos mismos elementos, sino porque han modificado la fórmula incorporando el empeño de ponerlos al servicio de algo más. Y ese plus, ese algo más que distingue a la saga, es una voluntad cinética innegociable de la cual el actor (y también productor) Tom Cruise es el principal impulsor y garante. Como ocurría ya desde los dos primeros episodios, dirigidos por Brian De Palma (1996) y John Woo (2000), Misión: Imposible - Nación Secreta confirma su compromiso con una ética del movimiento en el que la saga sólo se parece a sí misma, virtud que de algún modo también representa su principal defecto.
Porque si bien cada nueva película consigue sorprender con el arte de la coreografía puesto al servicio de un cine en el que la acción es entendida de un modo mucho más amplio que el de la simple etiqueta genérica, como contracara se hace evidente que la lógica narrativa de sus relatos siempre obedece más o menos al mismo patrón. Una característica que, por otra parte, es constitutiva de la mayoría de las sagas de este tipo, con James Bond como paradigma, pero que en este caso también responden al respeto por el espíritu de la serie de televisión original que reunía a un grupo de expertos en montajes, que con tanto ingenio parodió Damián Szifron en la inolvidable Los Simuladores y que las películas han adaptado, llevándolo a su non plus ultra.
En Misión: Imposible 5 se observa cierto carácter paradójico. Aunque puede parecer que la historia que se cuenta es lo de menos, sin embargo la película hace gala de una precisión y una economía dramática en la que no hay escena, secuencia, personaje, chiste, pirueta o acrobacia que no sea funcional a ella. Con lo cual dicha historia puede ser vista como soporte que justifica la acción, hecho que curiosamente acaba por poner en evidencia la relevancia y la solidez del relato. El resultado es una simbiosis eficiente entre acción y narración, cuyo equilibrio parece abonar a la idea de que también es posible entender al entretenimiento como una de las bellas artes.
Detrás de todo eso está Tom Cruise, un actor del que tal vez puedan discutirse sus capacidades (aunque desde muy joven ha dado sobradas muestras de su talento y carisma), al que no sin argumentos se le puede achacar cierta egomanía y a quien hasta quizá sea posible ridiculizar por sus creencias, pero que asume la actuación como el oficio de poner el cuerpo al servicio de la puesta en escena. Ciertamente no muchos de sus colegas son capaces de asumir ese compromiso de un modo tan literal, mucho menos de llevar el asunto a los extremos a los que él se aventura. La escena inicial, incluida en los avances promocionales de la película, en la que el actor realmente se cuelga de un gigantesco avión de carga en el momento del despegue, prescindiendo del apoyo de pantallas verdes o de la tecnología digital, sin dudas puede ser vista como un megalómano golpe de efecto. Pero quedarse con eso es permanecer en la superficie del asunto, porque en el fondo de ese acto en apariencia innecesario, en lo profundo de esa manera tan explícita de entender la acción, hay una declaración de amor al cine. A cierto cine, a uno que ya no se hace, donde un cuerpo es un cuerpo y no una colección de bits y pixeles y en el que hacer una película es un riesgo a correr. Visto desde ahí, no hay mucha diferencia entre Cruise colgado del fuselaje de un avión y Buster Keaton corriendo delante de una locomotora en marcha. Ambos casos representan una manera de entender qué es el cine, qué elementos le son propios en tanto arte y lenguaje, y comparten una ética y una pasión por el movimiento que de algún modo convierten a Misión: Imposible 5 en un ejemplo genuino y honesto de cine clásico.
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