Jueves, 15 de octubre de 2015 | Hoy
CINE › ULTIMAS CONVERSACIONES, EL FILM PóSTUMO DE EDUARDO COUTINHO
Joâo Moreira Salles y Jordana Berg, estrechos colaboradores del gran cineasta brasileño, fallecido el año pasado, hablan de su obra y de su última película, donde Coutinho se plantea cuestiones vinculadas con la vida y la muerte.
Por Horacio Bernades
“La obra de Eduardo Coutinho representa uno de los puntos más altos del documental de los últimos veinticinco años. No me refiero sólo al documental brasileño, ni siquiera al latinoamericano, sino al campo del documental del mundo entero”. Lo dice una voz autorizada. Joâo Moreira Salles no sólo produjo toda la última parte de la obra del autor de Edificio Master –la parte en que el realizador encontró su “voz” definitiva–, sino que él mismo es uno de los más notables representantes del documental contemporáneo, como testimonian Noticias de una guerra particular (1999) y, sobre todo, esa obra maestra llamada Santiago (2007). Durante los años que van de 1999 a 2014, Eduardo Coutinho confió en una sola y única montajista: Jordana Berg. Berg y Salles asumieron el compromiso de completar Ultimas conversaciones, film póstumo del cineasta fallecido en febrero pasado. Recién llegados a Buenos Aires, ambos presentarán ese film, apertura de la edición 2015 del DocBuenosAires, hoy a las 19.30 en la sala Lugones. Mañana a las 20 en el cine Gaumont, Berg hará lo propio con Eduardo Coutinho, 7 de octubre, documental en que el enorme entrevistador juega, por primera y última vez en su vida, el papel de entrevistado.
En Ultimas conversaciones, Coutinho –quien en 2009 había venido a presentar al Doc su anteúltimo film, Moscú– aparece al comienzo de la película, la barba crecida y el aspecto quebradizo, planteando ante su equipo de rodaje que la película que quiere filmar no va ni para atrás ni para adelante. Se queja de que los adolescentes no tienen memoria, no recuerdan, y entonces no va a tener nada de qué preguntarles. “En un principio Coutinho quería filmar con chicos de menos de seis años”, informa Jordana Berg, montajista de las nueve películas que el realizador de Edificio Master (2002) filmó desde fines de la década del 90 hasta su fallecimiento. Un collar de obras maestras que va de Santo Forte (1999) a Las canciones (2011), y que además de la mencionada incluye El fin y el principio (2006) y Juego de escena (2007).
“Un allegado le advirtió que si lograba lo que se proponía (que los chicos contaran sus fantasías, su lógica ‘otra’, sus locuras) muchos padres se negarían a que esos fragmentos se difundieran. Joâo le sugirió subir un poco la escala de edad hasta la adolescencia, pero a Eduardo le costó convencerse de que podía hacer algo que valiera la pena con adolescentes”. Moreira Salles agrega que “en el momento de empezar Ultimas conversaciones, Coutinho (N. de la R.: curiosamente, toda la gente de su confianza parece haberlo llamado siempre por el apellido) enfrentaba varios problemas. Uno de ellos estaba referido a la película y ese tema de la memoria, que en su cine es esencial. Pero también se planteaba cuestiones vinculadas con la vida y la muerte. En ese momento (hace casi exactamente un año) tenía 81, y sabía que la muerte estaba próxima”.
“Además de estar frágil de salud (fumaba cuatro atados diarios, desde los doce años), su espíritu parecía desconectado de las cosas”, sigue Salles, que como se sabe es hermano de Walter, realizador de Central de Brasil y Diarios de motocicleta. “El cine siempre le había permitido conectarse, y ahora él sentía que eso ya no funcionaba. El arco que describe la película demuestra, por suerte, que ese temor era infundado.” Efectivamente, las entrevistas a los chicos de Ultimas conversaciones, todos ellos de entre 11 y 15 años, son tan “directo al corazón” como siempre lo fueron las de Coutinho. Todos ellos desnudan su intimidad ante una cámara que a lo largo de su obra parece haber ejercido ese efecto continuo. Como los entrevistados de Babilonia 2000 o El fin y el principio, esos chicos cuentan sus sueños y pesadillas, su realidad y sus fantasías. Aquello que les da fuerza para vivir y lo que de a ratos se las quita.
Como los personajes de Santo Forte, Edificio Master o Las canciones, todos se confiesan. Algunos cantan o muestran alguna forma de arte. Tarde o temprano, casi todos lloran. Otro efecto que la cámara de Coutinho ejercía por sí sola; él jamás fue afecto al “Si querés llorar, llorá”. “Tengo el estómago revuelto”, advierte el propio realizador al comienzo de Eduardo Coutinho, 7 de octubre, convocado por su colega Carlos Nader a invertir los papeles. Después de dedicar media vida a ejercer el arte de la entrevista, este maestro de la escucha deberá hablar. Pone dos condiciones: que lo dejen fumar (a pesar del malestar estomacal) y putear. “Puta, carajo, carajo a cuatro”, empieza diciendo. “¡Carajo a cuatro! ¡Qué expresión genial! ¿Qué querrá decir, a quién se le habrá ocurrido?” Dejadas por un momento de lado las cuestiones verbal-escatológicas, de allí en más Coutinho cuenta la cocina de sus películas y brinda –sin la menor intención de hacerlo, de puro convencido y apasionado– una master class de cine, de ética, de ética cinematográfica.
“Es necesario ponerse reglas y cumplirlas, como si fueran penas de muerte”, dice el hombre que con un par de sillas (la suya, la del entrevistado) creó algunas de las películas más intensas, emotivas y complejas del cine contemporáneo. “Elegir tu propia prisión te da una libertad absoluta”. La prisión puede ser un lugar (una favela en Babilonia 2000, un edificio en Edificio Master, una sala de teatro en Juego de escena) o una estética. “En Santo Forte cometí el error de hacer unos inserts. Lo que en televisión llaman ‘planos de cobertura’, que se usan para disimular los saltos de montaje. ¿Para qué, qué se gana con ello? Me critican que filme gente hablando en planos fijos. La pregunta que hay que hacerse es a cambio de qué variar la posición de la cámara. Para qué, qué se va a ganar con ello.” Y así durante casi hora y media: 7 de octubre debería ser material obligatorio en las escuelas de cine. No sólo en las de cine documental.
“Otra regla de Coutinho era no hacer nunca retomas”, confía Jordana Berg, su colaboradora de mayor confianza de los últimos quince años. “Lo que había era lo que había, con eso se trabajaba. Si había quedado algo por preguntar, o repreguntar, mala suerte. Y no era que filmara entrevistas larguísimas, para después elegir qué dejar y qué sacar. Las suyas duraban promedio una hora. No tenía conocimiento previo del entrevistado: eso era otra cosa a la que se negaba. Tampoco trato posterior: el entrevistado no era para él una persona, sino un personaje. El momento era el de la entrevista en sí, con la cámara encendida. Lo que sí tenía era un equipo que hacía toda la investigación previa, que buscaba a los personajes y confeccionaba fichas detalladas de cada uno de ellos, para que Coutinho supiera por qué lado tenía que ir.”
Completa Moreira Salles: “Deseaba con pasión y hasta con desesperación que el otro le diera algo –una historia, un momento de belleza–, a cambio de lo cual él le ofrecía la más atenta de las escuchas”. “No filmo cabezas parlantes”, dice Coutinho en 7 de octubre. “Lo que me interesa es filmar el cuerpo, el que habla es el cuerpo”. Lo dice inclinándose hacia el entrevistador, abriendo grandes los ojos, agitando los brazos, fumando mucho.
Ultimas conversaciones se verá hoy, a las 19.30, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, y el sábado 17, a las 20, en el cine Gaumont. Eduardo Coutinho, 7 de octubre, mañana y el jueves 22, en ambos casos a las 20, en el cine Gaumont.
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