Vie 05.02.2016
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CINE › UNA FAMILIA ESPACIAL

Casta de lunáticos

› Por Diego Brodersen

Casos y cosas de la lógica de mercado: de producción ciento por ciento española, Una familia espacial (Atrapa la bandera es su menos ganchera gracia original) fue pensada con ánimos “internacionalistas”. Su historia transcurre en los Estados Unidos y una mirada atenta a los labios digitales de los personajes permite confirmar que “hablan” en idioma inglés. Se puede ir más lejos y afirmar que el segundo largometraje de Enrique Gato –de manera similar a su anterior Las aventuras de Tadeo Jones– ha sido creado, muy a conciencia, a la sombra del estilo de animación mainstream que domina los mercados de todo el mundo y, en particular, del tipo de relato que ha hecho de los estudios Pixar uno de los más exitosos de las últimas dos décadas. Tres generaciones de hombres de una misma familia y las ansias de viajar a la Luna: el abuelo, astronauta retirado; el padre, cosmonauta activo sin misión; el hijo soñador, cuya meta en la vida parece ser la de restablecer el vínculo entre los mayores de su familia, quebrado por alguna rencilla del pasado remoto que sólo se revelará en detalle sobre el final.

Conflictos familiares, escenas de acción, la idea de aventura imposible como meta y medio. Una familia espacial cumple a rajatabla con esa promesa desde la primera escena, en la cual Mike y sus dos amiguitos kitesurfistas pierden al juego de atrapar una bandera sorteando las olas, hasta la persecución final sobre la superficie lunar, donde otro estandarte –el mismísimo que Armstrong, Aldrin y Collins dejaron plantado en 1969– debe ser recuperado para demostrarle al mundo que ese viaje no fue una invención de Kubrick (quien, sí, aparece caricaturizado en un par de planos, clásico gag para adultos cinéfilos). Pero lo hace como quien ocupa casilleros o tilda ítem en una lista. El guión escrito a seis manos y la dirección de Gato se esmeran tanto en no defraudar o aburrir, en cumplir las teóricas expectativas de su potencial público, que el film se siente como una repetición apenas correcta y profesional de un patrón o modelo preexistente.

Hay un villano, claro está, un capitalista salvaje dispuesto a todo con tal de llegar al satélite terrestre antes que la NASA (de extraño parecido físico a Buzz Lightyear), un comic relief encarnado por un gordito nerd con amplia experiencia en tecnología analógica y una chica que se revelará como eventual interés protoamoroso del pequeño protagonista. Y referencias no tan veladas tanto a la Apolo 13, de Ron Howard, como a los Jinetes del espacio de Clint Eastwood. Nada nuevo bajo el sol, narrado con algo de pericia y cierta pereza, animado con profesionalismo y marcado por el pánico a no seguir las reglas al pie de la letra. El final atolondrado demuestra que lo único importante era llegar al destino sin llamar demasiado la atención, aunque... ¿quién colocó convenientemente varios trajes espaciales tamaño infantil en la cápsula? Una familia espacial es una modesta muestra de rutina cinematográfica: no molesta ni empalaga, no emociona ni forja recuerdos.

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