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Miércoles, 9 de marzo de 2016

CINE › CARLOS GALáN, ANíBAL GARISTO Y EL DOCUMENTAL KOMBIT, OTRA MIRADA SOBRE LA REALIDAD HAITIANA

“No se muestra la lucha del campesinado”

El productor y el director viajaron al país centroamericano dispuestos a buscar un retrato diferente del habitual reporte sobre la pobreza y las consecuencias del terremoto. Y se encontraron con un perverso sistema donde se nota la mano del capitalismo.

 Por Oscar Ranzani

El productor Carlos Galán siempre se sintió fascinado por la historia de Haití, sobre todo por distintos acontecimientos que no se conocen tanto a nivel masivo, a diferencia de la pobreza del país centroamericano. Por ejemplo, que al ser Haití el primer lugar donde se asentó Cristóbal Colón, marcó, de alguna manera, la llegada de Occidente y por ende el inicio de la matanza de los pueblos originarios. Haití fue también una colonia que, gracias al floreciente mercado de la esclavitud, prosperó como la colonia más rica del continente. Pero Haití fue también el primer país latinoamericano que se independizó y logró una Constitución de vanguardia que prohibió la esclavitud, mientras en muchos países del mundo todavía no se había condenado la venta de personas. Entonces, luego de viajar a la isla, Galán le comentó parte de la historia al documentalista Aníbal Garisto, con quien trabajó en otras oportunidades. Y ambos decidieron ir a Haití y encontrar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo un país revolucionario, ejemplo de Latinoamérica, doscientos años después es uno de los más pobres del mundo? A partir de ese interrogante, viajaron fueron a Haití en 2012 para investigar más fondo. Finalmente, regresaron en 2014 para realizar el documental Kombit, que se estrena mañana en el Espacio Incaa Gaumont y que no se centra tanto en la pobreza y menos en el terremoto sino en la lucha cotidiana de los obreros campesinos del arroz.

“El trabajo de investigación previo consistió en leer mucho, todos los hitos históricos, también sobre el terremoto”, comenta Garisto, director del documental, en la entrevista con Página/12, en la que también participa Galán, en su rol de productor y guionista de Kombit. “Fuimos a charlar con la gente, a conocerla, a ver el lugar. Lo de Puerto Príncipe fue muy fuerte, estaba muy pegada al terremoto, y había un millón de personas viviendo en carpas en la calle. Y decidimos seguir nuestra investigación en el campo”, agrega Garisto. Allí se encontraron con los campesinos que defienden su soberanía alimentaria. “La película empezó a tomar forma en el campo. Decidimos contar una historia de Haití que no se conocía. Los medios mencionaban la pobreza o el terremoto. Nosotros fuimos por el lado de los campesinos y su soberanía alimentaria”, subraya Garisto sobre el núcleo de Kombit, que aborda ese trabajo diario y silencioso del cultivo del arroz frente a las injusticias y el avasallamientio de su trabajo que padecen cotidianamente porque Haití importa arroz de Estados Unidos.

–¿Qué rescatan de la experiencia de haber estado en un país tan diferente a la Argentina? ¿Cuáles fueron las principales sensaciones?

Carlos Galán: –Yo sentía que todos miraban el terremoto, pero lo que más mata es un sistema económico nefasto que destruye familias y hace que esas personas pierdan sus tierras y tengan que ir a buscar trabajo a la ciudad. Y como mano de obra barata.

Aníbal Garisto: –En mi caso, además de ver la pobreza en su mayor esplendor, vi un país ocupado militarmente por la ONU. Es muy fuerte ver en una esquina céntrica, como podría ser Scalabrini Ortiz y Corrientes, un tanque con militares con armas largas vigilando algo que no se sabe qué es. Eso me impactó más que la pobreza. Nosotros, que vivimos en Latinoamérica, estamos cerca de la pobreza y la vemos. En Haití también, pero, además de ver la pobreza en abundancia, se ve un país ocupado militarmente.

–¿Es por eso que el documental también busca desenmascarar la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah)?

A. G.: –Sí, porque es una ocupación militar que tiene más de doce años, que está conformada por 39 países que vigilan no sabemos qué todavía. Por ahí es para que la gente no se levante, pero lo real es que ahora hay tanques en las ciudades, camiones con militares de distintos países como, por ejemplo, Etiopía, India, Brasil o Chile. Eso no se muestra, siempre se muestra al casco azul dando agua, pero no se muestra que están fuertemente armados y vigilando una ciudad pacífica. Antes, Estados Unidos, Francia y las distintas potencias entraban directamente. Ahora, lo hacen a través de la ONU. Entonces, tienen ese paraguas.

–En el documental se explica que el título alude al trabajo solidario de los campesinos, pero no se menciona el idioma en el que se expresa ese término. ¿Cuál es?

C. G.: –Creole. Es un idioma “artificial”, que se creó mezclando el francés con distintas lenguas africanas. Los esclavos que traían eran de distintos lugares del Africa. Tuvieron que crear un idioma para poder entenderse.

–¿Creen que aun en la débil situación en la que se encuentran estas personas pueden luchar contra la injusticia? ¿Cómo lo notaron?

A. G.: –Nosotros lo vimos como la única salida que tienen los campesinos para enfrentar el arroz que viene importado de Estados Unidos. Se unen entre las familias, trabajan de una forma solidaria. Eso significa también hacer algo juntos, tiene un objetivo comunitario más amplio. “Kombit” viene de cuando venían los esclavos de Africa. Los dueños –para decirlo de alguna forma– no les daban su alimento. Entonces, ellos mismos tenían que producir en pequeñas parcelas. Ahí nació la palabra “Kombit” porque una familia hacía arroz en una parcela, otra hacía porotos y después todo se compartía. Es un sistema que viene de la época previa a la revolución de los esclavos. Eso se mantuvo, después desapareció y ahora está volviendo fuertemente porque es el único sistema que ellos creen que los puede salvar.

C. G.: –Es un sistema alternativo, dado que no tienen otra salida más que organizarse entre ellos y ayudarse mutuamente.

–¿Eligieron darles voz a quienes nunca tuvieron un micrófono enfrente como una manera de evidenciar el problema en directo?

A. G.: –Sí, porque lo que muestran la mayoría de los canales o los documentales es la pobreza. Vimos varios trabajos sobre las villas más grandes de Puerto Príncipe, sobre distintas problemáticas, pero dentro de lo que nosotros observamos ninguno mostraba al campesinado haitiano luchando por una soberanía alimentaria. Ellos no quieren una dependencia económica. Si viene una ayuda humanitaria esperan que no sea algo económico, que después se termina yendo. Se sigue regando con baldes, no hay sistemas de riego. Hay muchas cosas que pueden enriquecer mucho el campo, pero a la “ayuda” internacional no le interesa que el campo crezca. Entonces, fuimos a buscar una imagen muy cuidada a Haití de los campos, de esos rostros de esos campesinos para darle belleza a ese trabajo que ellos realizan como contraposición a la ciudad, al arroz que viene de Estados Unidos, a la mano de obra barata. Buscamos también desde lo estético. Por eso decidimos hacer una película.

C. G.: –Para nosotros también era importante que los entrevistados fueran hombres y mujeres haitianos; es decir, que fueran ellos mismos opinando y pensándose a ellos mismos como país.

–¿Cómo analizan la decisión del gobierno haitiano, que prefiere comprarle granos de arroz a las empresas estadounidenses en vez de utilizar los que crecen en su territorio?

A. G.: –No hay presencia del Estado. Al haber casi un setenta por ciento de desocupación, el Estado es muy débil, no hay fondos que se mantengan. Y la poca población de clase alta hace acuerdos con los políticos, crearon un mercado de libre comercio con Estados Unidos. Por eso, el arroz de EE. UU- entra gratis. No hay una retención, un impuesto, nada. Entonces, termina saliendo mucho más barato el arroz industrial que viene de afuera que el arroz orgánico, cosechado sin agrotóxicos en el mismo Haití.

–¿Ese arroz que cultivan los campesinos se utiliza, entonces, sólo para que se alimenten ellos mismos?

A. G.: –Ese arroz es para consumo interno y se vende en ferias del interior de Haití o donde no llega el arroz que llega a la ciudad. Y, de a poquito, donde van lo van vendiendo. O como muestra el documental hay algunos galpones que están totalmente llenos y, por ahí, llega un empresario y por migajas compra todo ese arroz. Hay un dato importante: Haití producía arroz para todo el territorio, exportaba a República Dominicana y a Jamaica. De ser un país que exportaba arroz, ahora está importando.

El film se estrena mañana en el Espacio Incaa Gaumont

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“La película empezó a tomar forma en el campo. Decidimos contar una historia que no se conocía.”
Imagen: Jorge Larrosa
 
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