Jueves, 31 de marzo de 2016 | Hoy
CINE › VOLANDO ALTO, DEL ACTOR Y DIRECTOR BRITANICO DEXTER FLETCHER
Por Ezequiel Boetti
Hubo dos casos documentados y televisados al mundo entero que, con apenas un par de días de diferencia, mostraron que la tierra de oportunidades puede estar un poco más al norte de lo que la cultura global invita a pensar. Más precisamente en la ciudad canadiense de Calgary, donde se disputaron los Juegos Olímpicos de Invierno de 1988. El primero fue el de los jamaiquinos que hicieron historia al participar en la disciplina bobsleigh, anécdota conocida en estos pagos gracias esa fija del Cine Shampoo de Canal 13 que supo ser Jamaica bajo cero. El segundo, el de un tal Eddie “The Eagle” Edwards, un británico medio aparato que logró convertirse en el primer oriundo de la isla en competir en salto de esquí desde 1929. Lo hizo cuando ni siquiera los integrantes de su comitiva olímpica creían en él. Razones no les faltaban: The Eagle estaba a años luz de sus rivales y era un amateur inexperto, torpe como pocos y sin técnica alguna. Pero también voluntarioso, perseverante, tenaz y honesto, factores que rápidamente lo convirtieron en el favorito del público y la prensa, en el deportista “del pueblo” y, claro está, en un personaje de película. Película que tardó casi tres décadas en llegar, pero finalmente lo hace aquí y ahora con el espantoso título de Volando alto.
El tercer largometraje como director del actor inglés Dexter Fletcher se encuadra dentro de las fábulas deportivas inspiracionales que en algún momento estuvieron moda y ahora orillan la caída en desuso. Volando alto es consciente de su carácter anacrónico, y lo manifiesta recorriendo todos los lugares comunes formales y narrativos del subgénero. El problema es que lo hace con tanto ahínco, con tanta firmeza, que por momentos no se sabe si se trata de una película “en serio” o de una parodia. Para comprobarlo basta atender a la persistencia de los sintetizadores en la banda sonora y el cierre a puro Van Halen, o ver las imágenes en cámara lenta de los rostros de sorpresa de familiares, amigos, rivales y conocidos de The Eagle ante el salto final, por citar apenas un par de los muchos ejemplos.
Fletcher apunta más a la emoción que a la razón, abrazando la empatía por sobre la comprensión y haciendo que todo lo exhibido y sugerido tenga como meta la movilización de la sensibilidad del espectador. De allí la literalidad con la que ilustra el concepto de levantarse y caerse o el juego de contraposiciones: a la madre bondadosa e incondicional le antepone el padre tosco y bruto que aspira a que el hijo continúe con su oficio yesero. A los rivales detestables en el centro de invierno de Alemania donde va a entrenar, una mesera medio calentona y más buena que Lassie. Al cinismo de los miembros del comité olímpico cuando le aseguran que nunca “participará de una competencia”, el carácter bonachón del ex atleta devenido en alcohólico y cuidador de pistas interpretado por un Hugh Jackman que entiende el tono deliberadamente naïf y humanista de un film que no será bueno, pero que difícilmente haga enojar a alguien. Igual que su protagonista.
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