Viernes, 15 de abril de 2016 | Hoy
CINE › PETER BOGDANOVICH HABLA DE SU CINE Y LAS DIFERENCIAS ENTRE EL VIEJO Y EL NUEVO HOLLYWOOD
El gran director de La última película, que entrevistó y puso en valor a los mayores cineastas de Hollywood del período clásico, dice que ahora “se gastan fortunas en hacer películas y luego más fortunas en publicitarlas, y no creo que eso sea bueno”.
Por Diego Brodersen
La entrada en español de la Wikipedia dedicada a Peter Bogdanovich provee la siguiente información: “Bogdanovich (Kingston, Nueva York, 30 de julio de 1939) es un historiador, actor, productor, crítico y director de cine estadounidense”. El orden de los factores no altera el producto en lo más mínimo: más allá de su extensa carrera como realizador, su pasión por el cine (fundamentalmente, el producido durante el período clásico) lo llevó a escribir una gran cantidad de textos en forma de artículos y libros, entre otros los dos volúmenes de El director es la estrella (horripilante traducción del original Who the Devil Made It) y el indispensable Ciudadano Welles, además de un libro dedicado al cine del alemán Fritz Lang en su período americano y la muy recomendable guía de recomendaciones Movie of the Week. Sus largometrajes también están empapados por esa fascinación por los géneros y estrellas de la era dorada de Hollywood, a mitad de camino entre la melancolía y la reinvención, el lamento por aquello que se ha perdido y la esperanza de recuperarlo.
La introducción del libro Peter Bogdanovich - El último testigo, editado por el Bafici para acompañar su visita y escoltado por la proyección de un puñado de sus films (ver recuadro), afirma que su “cine supo clavarse como una canción country, desolado y seco, con La última película (1971), pero también supo bailar con Al fin llegó el amor (1975), enamorarse con Nuestros amores tramposos (1981), reír con ¿Qué pasa, doctor? (1972), sentir el tiempo con Texasville (1990), emocionar con Máscara (1985), asolar con Saint Jack (1979). Su cine siempre supo ser una visita a rincones (americanos, sin dudas) donde cabían historias tremendamente humanas de gente que sueña, que se siente apretada por su realidad, que busca llegar a lugares; donde las miradas y los rostros decían lo que las palabras (aunque filosas) no podían. En Bogdanovich siempre aparece lo humano”.
El encuentro del ilustrísimo visitante con Página/12, en su primera visita no sólo a la Argentina sino a Sudamérica, es breve pero ameno y jugoso, aunque la pregunta inicial lo deja un tanto desconcertado: “¿Ha visto la última Star Wars?”. Bogdanovich afirma que no suele ver demasiado cine contemporáneo de gran presupuesto, a lo cual le sigue una breve charla acerca de la gran cantidad de influencias y referencias en la entrega original de la famosa franquicia espacial (“George Lucas dijo alguna vez que para la película original estuvo muy influenciado por Más corazón que odio”) y la conclusión de que muy pocos espectadores jóvenes sabrán hoy reconocer esos lazos con el western, el cine de capa y espada (swashbuckler, suelen llamarlo los angloparlantes) o las películas de aventuras o bélicas clásicas.
–¿Es realmente tan distinto hacer películas en estos días en Hollywood, y en los Estados Unidos en general, en comparación con la situación a comienzos de los años 70?
–Completamente diferente. Para cuando me mudé a Los Angeles en 1964, el sistema de estudios original ya estaba acabado o a punto de hacerlo. Así que el Hollywood sobre el cual escribí tantas líneas ya había desaparecido cuando llegué allí. Luego hubo un período donde no ocurrió realmente nada interesante, pero, en 1966, las cosas comenzaron a cambiar. Roger Corman hizo Los ángeles salvajes y un año más tarde se estrenó Bonnie y Clyde. Se dice que el viejo Hollywood fue reemplazado por eso que suelen llamar el Nuevo Hollywood, que incluyó a jóvenes directores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Jonathan Demme y, bueno, yo mismo. Y eso estuvo bien por un tiempo, pero luego llegó esta noción de los blockbusters. Cuando en 1977 se estrenó La guerra de las galaxias todo comenzó a cambiar de nuevo, aunque lentamente, no de la noche a la mañana. Esta idea de los diez films más taquilleros... Nada de eso era para el público, en un primer momento era algo que salía en la revista Variety y le interesaba exclusivamente a la industria. Ahora es como el Top Ten y no creo que eso haya sido demasiado beneficioso para las películas, porque lo que ocurre es que ahora se gasta una fortuna y tienen que estrenarse en 2000, 3000 salas de los Estados Unidos.
–Ya no es posible, entonces, una experiencia como la de BBS (N. de R.: la productora independiente que produjo Busco mi destino, el film de Dennis Hopper, y La última película, entre otras).
–No lo creo, no. Por supuesto que se filman muchas películas independientes, cuyo costo va de los cinco a los diez millones de dólares, pero es muy difícil hacer esas películas y más aún que se vean. Y las películas de 150 o 200 millones... me parece una locura. Gastan una fortuna en hacerlas y luego otra fortuna en publicitarlas. Y si no les va bien... Es como esta película, Batman versus Superman: empezó bien pero luego cayó, por la sencilla razón de que a la gente no le gustó. Por supuesto que, a pesar de todo, hará dinero, pero creo realmente que es una manera horrible de hacer películas.
–En películas como ¿Qué pasa, doctor? supo recuperar el arte perdido de la screwball comedy. ¿Cómo ve la comedia actual en general?
–He visto algunas, aunque no de las más recientes. Cosas como Loco por Mary. Pero me parece que están demasiado pobladas de chistes sobre fluidos corporales. Mucho chiste con esperma en el pelo o el pito atrapado en la cremallera. No me parecen tan graciosos, son gags de shock. No creo que la comedia esté muerta, de ninguna manera, pero tampoco creo que esté tan bien de salud.
–Muchos estudiantes de cine se preguntan, ¿cómo es posible que un sistema teóricamente tan coercitivo como el de los grandes estudios de Hollywood haya generado semejante cantidad de grandes películas?
–Es que el sistema funcionaba. Tenías a todo el mundo bajo contrato, es como cuando cocinás un plato, hay tener todos los ingredientes. La carne, las especias, todo lo necesario. Cuando hacés una película necesitás actores, un camarógrafo, músicos, etcétera. Y todos estaban disponibles, bien a mano. El mayor dolor de cabeza al hacer una película hoy en día es que necesitas conseguir los actores. Hasta que no los conseguís no tenés una película, a menos que hagas un film con muy poco dinero, de tres o cinco millones de dólares. Y ni siquiera eso es sencillo. Mi próximo film, que será producido por Brett Ratner, una comedia llamada Wait For Me, no puede producirse con diez millones, es mucho más cara. La historia transcurre en cinco países y en cuatro continentes, hay un accidente de avión y seis fantasmas, es decir, efectos especiales. Y para ello necesito a un actor de renombre, una estrella, que estará en prácticamente todas las escenas. Una vez que lo consiga tendré una película. Es tan simple como eso. O tan complicado como eso. Pero esa no era la situación en los viejos tiempos. Por ejemplo, una película como Casablanca fue un famoso accidente de los estudios, como suele decirse. Todo el talento estaba en la pantalla: tenemos a Humphrey Bogart, Peter Lorre, Sydney Greenstreet, Claude Rains, Ingrid Bergman. Y ni siquiera sabían cómo era el guión. La cuestión de tener actores contratados es que no sólo facilitaba enormemente la realización de una película sino también la escritura del guión. Porque sabían cómo escribir para esos actores en particular, se sabía en qué eran buenos. La personalidad de los actores infiltraba a los personajes. Si escribías para Bogart o James Cagney o cualquiera de las grandes estrellas sabías con qué contabas de antemano. Todo eso ha desaparecido. Es lo que el viento se llevó.
–Ya a fines de los años 40 algunos realizadores como Ford o Howard Hawks habían adquirido cierta independencia, como productores-realizadores de sus películas.
–Es cierto, pero era un mundo absolutamente diferente al actual. Eran independientes, pero tenían un fuerte lazo con los estudios.
–¿Cuál fue el origen de Tom Petty and the Heartbreakers: Runnin’ Down a Dream, su documental de cuatro horas que forma parte del homenaje realizado por el Bafici?
–El origen de ese proyecto es interesante. Un amigo, un productor discográfico llamado George Drakoulias, que también ha producido mucha música para diversas películas (es lo que se llama un supervisor musical) me llamó y me preguntó si me interesaba hacer una película sobre Tom Petty. Le respondí con una pregunta: “¿Por qué me lo pedís a mí?”. “Bueno, Tom desea hacer un documental sobre los treinta años de la banda y quiere a un buen director. Y le mencioné tu nombre”. Le pedí un rato para responderle, colgué el teléfono, llamé a mi ex esposa y le pregunté “¿Quién es Tom Petty? ¿Es un cantante country o folk?”. “No, no, no, no, es una de las estrellas de rock más importantes en el país y en el mundo. Hazlo”, fue su respuesta. Así que le devolví a George el llamado, le dije que me gustaría conocer a Tom, volé a California y nos juntamos. Inmediatamente me cayó muy bien y mi ignorancia sobre él ayudó mucho a la realización de la película, porque estaba interesado e hice preguntas y quería conocer las respuestas. Y no es lo mismo que hacer las preguntas conociendo de antemano las respuestas. Me gusta mucho Tom, me gusta su música y creo que llegué a conocerlo bastante bien. Y no quería parar, me llevó dos años porque la estaba pasando muy bien en el rodaje. Y ganamos un Grammy, lo cual es gracioso: un director de cine ganando un Grammy. Fue un buen trabajo y además fue muy bien recibido.
–La suya fue una generación de cineastas cinéfilos. En los últimos años, ha hecho muchos comentarios de audio en ediciones en dvd para coleccionistas de films clásicos. ¿Es algo que le gusta hacer?
–Siempre me llaman para eso y es algo que me gusta hacer, si la película me agrada. Lo interesante es que a veces reveo determinado film y ya no me gusta tanto. Me sorprende que no sea tan buena como la recordaba. Me pasó recientemente con Furia, la primera película de Lang en los Estados Unidos, y con Tierra de faraones, de Hawks, que es realmente bastante mala.
–Alguna gente admira mucho esa película. Si mal no recuerdo, en ese comentario de audio hacía una comparación con Cecil B. DeMille y afirmaba que era mucho mejor que Hawks haciendo ese tipo de películas.
–Por supuesto, porque DeMille no tenía sentido de la vergüenza.
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