Miércoles, 1 de junio de 2016 | Hoy
CINE › NAHUEL MACHESICH ESTRENA MAñANA SU PELíCULA EL SABLE
El cineasta construyó un film que parte del episodio del robo del sable corvo de San Martín, en 1963, para hurgar en la resistencia peronista. Brindan testimonio los dos sobrevivientes de ese episodio, representantes de distintas corrientes ideológicas dentro del movimiento.
En 1963 el sable corvo del general José de San Martín estaba ubicado en un cofre de cristal del Museo Histórico Nacional. Ese símbolo que el Libertador había ordenado en su testamento que se lo entregaran a Juan Manuel de Rosas estaba en ese lugar desde 1897. Pero el 12 de agosto de 1963 la culata de un revólver rompió el cristal. Cinco hombres pertenecientes a la juventud de la resistencia peronista fueron los responsables de aquel episodio, con una misión: llevárselo al general Juan Domingo Perón, que había sido derrocado ocho años atrás por la autodenominada Revolución Libertadora y desde entonces estaba exiliado en Puerta de Hierro, España. Pasaron más de cincuenta años de aquel hecho que tenía también la intención de dar muestras claras de que el peronismo seguiría existiendo. Sólo dos integrantes de los que participaron en el robo están vivos: Osvaldo Agosto y Manuel Gallardo. Motivos personales e ideológicos terminaron por alejar a uno del otro. Y en esas diferentes ideologías que cada uno tiene puede verse condensada la tensión de un movimiento tan amplio como el peronismo. El cineasta Nahuel Machesich, de 38 años, investigó el tema, logró que hablaran Agosto y Gallardo y construyó un documental que partiendo del episodio del robo del sable corvo de San Martín propone analizar el significado de la resistencia peronista. El film El sable se estrena mañana en el Espacio Incaa Gaumont.
La idea surgió, como muchas veces sucede, casualmente. En 2008, durante una charla, un compañero de trabajo e historiador le comentó a Machesich: “¿Vos sabés que se robaron el sable de San Martín?”. El cineasta lo desconocía. Pero no se quedó con ese dato solamente sino que empezó a indagar de a poco, porque en aquel entonces, Machesich estaba trabajando en el documental Rawson, que codirigió con Luciano Zito, el productor de El sable. “Lo más interesante fue cuando me encontré con los personajes. Ahí realmente surgió la película porque de los cinco sólo dos están vivos y cuando empecé a acercame a ellos para vincularme y obtener información me di cuenta de que los dos representaban las dos vertientes más clásicas del peronismo: una postura más ortodoxa y otra más vinculada con la izquierda nacional”, comenta Machesich a Página/12.
–El film tiene una arquitectura atravesada por el relato de estos únicos protagonistas de entonces. ¿La idea fue reconstruir parte de la historia colectiva de la resistencia peronista a través de la combinación de esos testimonios personales?
–Era una complejidad porque había muchos componentes. Estaba el tema de la resistencia peronista que me interesaba que quedara plasmado. Es un hecho que fue muy largo en el tiempo y no hay mucho material de eso. Si el peronismo es maldito, la resistencia dentro del movimiento es el hecho maldito. No se habla mucho. Y ellos eran dos exponentes de esa lucha política, de esa militancia. Me interesaba que en sus relatos quedara explicitado cómo era esa militancia, muy diferente a la que vino después, la del 70, que es la más conocida. Quería que estuviera ese relato atravesado por el hecho concreto del robo y que hubiera una buena contextualización histórica para que se entienda.
–El robo del sable tenía como objetivo mostrar que el peronismo no era un proceso terminado, ¿no?
–Sí, el idéologo del robo dice en la película: “Queríamos dar un golpe de efecto a la sociedad para que supiera que el peronismo estaba vivo”. Es muy interesante el modo que eligieron para hacerlo. Por eso, para mí la historia es muy atrayente, porque pensaron mucho en términos simbólicos.
–¿Usted lo dice porque esa historia condensaba las figuras de San Martín, Rosas y Perón?
–Por eso también, porque el otro objetivo era llevarle el sable a Perón. Y ahí se completaba esa trilogía muy mentada en esos años que era incluso un canto de protesta: “San Martín, Rosas, Perón”. También era como una línea histórica de cierto revisionismo histórico que se peleaba con el costado más liberal en el modo de contar la historia y de hacer política en la Argentina. Ese “San Martín, Rosas, Perón” se unía si esa operación hubiera salido como pretendían.
–En la película se trasluce que hubo motivos personales para el distanciamiento entre los dos protagonistas, pero lo que enriquece sus testimonios es que también hubo razones ideológicas: están en las antípodas uno del otro. ¿Cree que en ellos se resumen las posiciones que ocuparon y ocupan las distintas ideologías dentro de un movimiento tan amplio como el peronismo?
–Sí, el episodio del robo es una excusa y una metáfora para hablar sobre eso que usted acaba de decir. Sin ser grandilocuente ni tener tantas pretensiones, me parece que esas dos biografías militantes representan eso. Ahí está lo atractivo de la historia: cómo de esas historias pequeñas que vivieron un hecho poco conocido pero que simbólicamente era muy importante se puede vislumbrar ese conflicto al interior del peronismo. Eso que se plasmó fuertemente en Ezeiza, donde los dos bandos tuvieron ese enfrentamiento, en cuestiones más cotidianas también aparece.
–De todos modos, la película no toma postura ni por uno ni por otro. ¿Fue algo pensado desde un principio?
–Eso siempre fue una gran preocupación, sobre todo en el momento de la edición. No quería decir: “Este es el bueno y este otro es el malo”. No sirve para un documental y menos sobre el peronismo, porque impide que el espectador asuma su posición. Obviamente el espectador que lo vea va a tener más empatía por uno que por el otro, dependiendo del lugar desde donde lo mire. Pero mi idea no era bajar una línea. Obviamente tengo más afinidad política por uno, pero tuve que manejar eso en el momento de la edición porque no quería que fuera blanco o negro.
–Por lo que pudo investigar, ¿había esperanza en los grupos resistentes en cuanto a que se podía revertir la situación de proscripción y que se podía reimplantar un gobierno peronista?
–Sí, el fin de ellos estaba claramente marcado por eso. Imagínese que fueron 18 años de resistencia. Con los vaivenes producidos en ese período hubo más o menos esperanza, pero eso siempre estuvo latente. Por un lado, el efectuar acciones para llamar la atención de la sociedad de que el peronismo estaba vivo. Y por el otro, para tratar de erosionar el poder político o militar, según quién estuviera gobernando. Y esto era así si se estaba gobernando de un modo de facto o de “democracia”, con una fuerza –quizás la más importante– proscripta. Entonces era una democracia medio rara.
–Desde el aspecto estético, ¿por qué decidió recrear el episodio del robo del sable con animaciones?
–Lo primero que me surgió fue hacerlo con actores, pero por una cuestión presupuestaria era imposible. Justamente en ese momento vi Infancia clandestina, de Benjamín Avila, y allí usó el recurso de la animación que era más bien rústica, y me gustó mucho. Pensé que podía andar para El sable. Empecé a pensar más en el recurso y no sé por qué se me venía todo el tiempo el dibujo de El Eternauta, esa estética, que tenía que ver un poco con la época. Y también la cosa del formato cómic vinculada con esa época. Empecé a averiguar de ilustradores. Y un compañero de trabajo me dijo: “Conozco al último discípulo de Francisco Solano López”. Me puse en contacto con él, Pol Maiztegui. Por suerte teníamos coincidencias políticas, se copó mucho con la idea. Y eso que parecía un plan B como recurso, después me hizo darme cuenta de que funciona muy bien. Y potencia a la película, no la tira para abajo.
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