Miércoles, 27 de septiembre de 2006 | Hoy
CINE › UNA PERLA COREANA Y UNA INDIE ESTADOUNIDENSE EN SAN SEBASTIAN
Dos películas sorprendieron en la muestra donostiarra: Delirious, lo nuevo de Tom Di Cillo, y The Old Garden, de Im Sang-soo.
Por HORACIO BERNADES
Desde San Sebastián
Alcanzada la mitad de su recorrido, la competencia oficial de San Sebastián presenta rasgos paradigmáticos. Ya desfilaron por aquí la típica película española en la que todo se dice, se explica y se recontraexplica (Vete de mí, de Víctor García León), el drama burgués enervantemente sensato (la francesa Mon fils à moi), el film en el que un director célebre demuestra que ya no es lo que supo ser (The Tiger’s Tail, de John Boorman) y, faltaba más, esa especialidad europea que bien podría llamarse “film turístico de conciencia” (Si le vent soulève les sables, donde una familia africana debe atravesar la miseria, la sed, la fatiga y la muerte). Otros clásicos de la programación donostiarra de todos los años son la película coreana y la indie estadounidense. Rubros que, por suerte, estuvieron mucho mejor representados que los anteriormente enumerados.
Orae doin jun won es el título original del nuevo film de Im Sang-soo, de quien en Argentina se conocieron La esposa del buen abogado y The President’s Last Bang (esta última, en el Bafici). Con 44 años y una creciente reputación, como lo había hecho en la segunda de las nombradas, en The Old Garden (título con que la película se lanza internacionalmente) Im vuelve a tomar un episodio de la historia reciente de Corea del Sur. Si el hecho central de aquélla era el asesinato del presidente Park Chun-hee –-que gobernó el país con mano de hierro hasta fines de los años ’70–, el motor de la trama es en este caso una violenta represión estudiantil de comienzos de la década siguiente, cuando el dictador Chung estaba en el poder. Pero así como The President’s Last Bang fusionaba el drama político con el cine hiperviolento, la comedia física y el absurdo, El viejo jardín no es un film de testimonio, en el sentido convencional del término. En verdad, si por algo destaca la nueva de Im Sang-soo es por su total falta de respeto por cualquier atisbo de convencionalismo.
Linealmente contada, la historia de The Old Garden es la de un activista estudiantil, que tras la masacre de Kwangjiu busca refugio en las montañas, donde es atendido por una artista plástica de la que se enamora. Sin embargo, su conciencia remuerde a Hjun-woo, que decide entregarse a la policía. Pasa 16 años en prisión y a la caída del dictador es liberado. Si en su película anterior Im fusionaba géneros, en este caso hace lo mismo con los tiempos del relato, viajando continuamente del presente al pasado, y de allí al futuro. “La discontinuidad corresponde al modo fracturado en que el protagonista experimenta el mundo”, señaló el director –un tipo eléctrico, locuaz y sumamente simpático– en la conferencia de prensa posterior a la proyección. Im empieza narrando la película desde el punto de vista del protagonista para pasar luego al de su enamorada, personaje femenino tan fuerte como el de La esposa del buen abogado. Suerte de melodrama desplazado y hasta, sobre el final, súbito film de fantasmas, Orae doin jung won es una película sorprendente, llena de quiebres y rupturas internas. En otras palabras: una verdadera película coreana.
Producto de un indeclinable independentismo, el italoamericano Tom Di Cillo es dueño de una obra espaciada, que incluye a Viviendo en el olvido (en Argentina salió directamente en video) y Una rubia de verdad, que se estrenó en salas. Como en la primera de ellas y tras un lustro sin filmar, para su nuevo opus, Delirious, Di Cillo volvió a asociarse con su actor fetiche, que no es otro que Steve Buscemi. Juntos dieron, a posteriori de la primera proyección, una conferencia de prensa tan divertida como la película. “Pongan a ese tipo en el jurado”, rogó Di Cillo ante los elogios propinados por uno de los presentes. Enseguida contó cómo, durante el rodaje de The Real Blonde, estuvo a punto de pegarle a un paparazzi que, persiguiendo a Daryl Hannah, se metió en cuadro y le arruinó un plano. Lo curioso es que Di Cillo terminó filmando la historia de un paparazzo. Aquí llamado Les, lo interpreta un siempre delicioso Buscemi, componiendo una mezcla de ratón callejero, rasca del fotoperiodismo y cholulo con cámara, verdadero corazón de la película.
Todo lo que gira a su alrededor es una reinvención del mejor cine estadounidense de los ’70. No sólo por el modo en que el tipo recuerda al De Niro de El rey de la comedia (y, sobre el final, al De Niro de Taxi Driver) sino por los interiores mugrosos y el mundo de cuarta en el que habita. Universo contra el cual el cine estadounidense emprendió, hace un buen par de décadas, una campaña de limpieza semejante a la que Rudolph Giuliani lanzó casi al mismo tiempo sobre Nueva York. Graciosa, con buenas dosis de veneno, filmada con una suciedad visual que le calza como anillo al dedo y reivindicando implícitamente a berretas y losers, el problema de Delirious es en tal caso que, para que le cierre comercialmente, Di Cillo se ve en la obligación de incorporar un cuento de hadas que nunca “pega” con el resto. Igual es una de las buenas sorpresas de la competencia.
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