Jueves, 2 de noviembre de 2006 | Hoy
CINE › “CABALLOS EN LA CIUDAD”
El documental de Ana Gershenson desvía la práctica del cartoneo de su marco natural.
Por Horacio Bernades
Que Caballos en la ciudad no es un típico documental de los que suelen llamarse “urgentes” se revela en el prólogo mismo. Allí se comparan detalles de carros de cartoneros con cuadros abstractos –sobre todo del catalán Antoni Tapiès– enmarcando unos y otros sobre fondo negro, como si se tratara de una exposición. Es verdad que la comparación puede resultar bastante caprichosa, ya que el hecho de que esos recortes luzcan como objetos de exposición no llega a emparentarlos con el arte abstracto. Ese capricho no le quita ni le agrega nada a la intención de la directora, Ana Gershenson, consistente en correr la práctica del cartoneo del estricto marco social en el que necesariamente se inscribe, para verla desde otro ángulo. En esa intención quedan fijados los límites en los que el documental se moverá, durante la restante hora y media.
Mucho más cerca del documental de observación que del documental social, Caballos en la ciudad prescinde por completo de toda voluntad de investigación, limitándose a acompañar, durante algunas horas, a un contado número de personas vinculadas a la práctica del cartoneo. Es como si la realizadora hubiera resuelto sentarse en el asiento del acompañante del carro y permanecer allí observando, silenciosa y casi prescindente. La decisión, que incluye la total ausencia de declaraciones a cámara por parte de los protagonistas, acarrea ventajas y desventajas. Entre las primeras, la más obvia es la anulación del canon documental convencional, con sus rémoras del relato en off, las cabezas parlantes, la impronta periodístico-televisiva y la omnisciencia del realizador. Las desventajas son producto de la renuencia de la realizadora a ahondar la investigación. Lo que hay es lo que se ve y al espectador le puede quedar una buena cantidad de incógnitas sin responder.
Finalizada en 2004, Caballos en la ciudad se estrena tras la muerte de su realizadora, a comienzos del año pasado. Historiadora del arte, la impronta de Gershenson se deja ver en cada encuadre impecablemente compuesto, en el suavísimo tono durazno de la fotografía, en la sofisticada relectura del folklore que el músico Mariano Zukerfeld practica en la banda sonora, en la buscada asincronía entre la imagen y el off de audio. ¿Debe acusarse a la realizadora de estetización; está mal que un documental sobre cartoneros luzca limpio y prolijo? Caballos en la ciudad no deja de transmitir la idea de que la recolección de restos y residuos callejeros no es algo que se elige por gusto, sino puro producto de la miseria. Lo que no hay en la película es miserabilismo, vicio bastante más repudiable que la simple prolijidad.
Quedan los retratos, leves, como al agua, que Gershenson hace de algunos de sus personajes. Brochazos, más que retratos completos. Una procesión de carros cruzando Puente Alsina, en plano cenital. El diálogo en el que un grupo de chicos cuenta cómo a otro le robaron el carro, con caballo y todo. El rendido comentario de Jimy: “Las yeguas son más aguantadoras, como las mujeres”. La admiración de una chica por su yegua, que un día “parecía ir flotando en el aire”, supuestamente al advertir que la dueña, embarazada, no podría soportar un solo salto. La historia, contada por la misma chica, de cómo un par de sandalias halladas en una caja le sirvieron para darle de comer a toda su familia. Las reiteradas imágenes de la policía apaleando manifestantes sobre algún puente, sabiamente enmudecidas. La historia de la yegua de Jimy, una de las pocas que tienen lugar, completas, frente a cámara. Lastimada, el hombre cubre una larga distancia para curarla, en un centro que promocionaban en la radio, y cuando llega no sólo no se la atienden sino que encima le recomiendan que no entre más a la Capital.
Más allá de esa feria interminable que en un momento la cámara recorre en largo travelling, es posible que el espectador se quede con ganas de conocer el circuito entero del cartoneo, saber cómo se comercializan y a dónde van a parar los distintos objetos recolectados. Tal vez quiera conocer algo más a cada personaje, seguirlo hasta su casa, pispear un poco de su vida cotidiana. Pero ése sería otro documental. Este, así como está, es posible que tenga sus límites, pero es irreprochable.
7-CABALLOS EN LA CIUDAD
Argentina, 2004.
Dirección: Ana Gershenson.
Fotografía: Guido Filippi.
Música: Mariano Zukerfeld.
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