Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
CINE › RECUERDOS DE UN FESTIVAL
En diciembre de 1986, La Habana era una fiesta. Aunque estaba cerca, la sombra del llamado “Período especial” ni se sospechaba en Cuba y el VIII Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana era cualquier cosa menos austero: bullía de películas, invitados y periodistas del mundo entero. Las noches del Hotel Nacional se confundían con el alba y las animaba el trompetista Arturo Sandoval. No era difícil, tampoco, encontrarse con los miembros de la Nueva Trova Cubana a la vuelta de la esquina o con Pablo Milanés improvisando un concierto sorpresa en el enorme cine Yara. Pero la estrella del momento era Gabriel García Márquez, vestido cada mañana con un impecable conjunto de guayabera, pantalón y mocasines blancos, que contrastaba con el rústico uniforme de fajina del comandante Fidel Castro, casi siempre a su lado.
Aquel caldeado invierno cubano, a Gabo le tocó presidir, en el marco del festival, dos inauguraciones: primero cortó las cintas de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y, apenas unos pocos días después, las de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, cuyo primer director fue el argentino Fernando Birri. Ambas habían sido iniciativas suyas y en el lapso de un año Cuba las había hecho posible. Ante centenares de invitados extranjeros (entre ellos Francis Ford Coppola, Jorge Amado, Gian María Volonté), Gabo hizo leer los telegramas de adhesión –de Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Agnés Vardá, Bibi Andersson– y le pasó la palabra a Birri, que enunció el acta de nacimiento del nuevo centro de estudios. “Esta nueva escuela –decía Birri– no será una escuela escolástica sino antiescolástica. Será una central productiva de energía creativa para imágenes audiovisuales, un laboratorio del ojo y de la oreja. En arte, la libertad ante todo. Para definirnos, para autorreconocernos en esta libre búsqueda de humildad, verdad y belleza, decimos: dentro de la revolución de la belleza todo, fuera de la revolución de la belleza nada.”
El acto también tuvo sus sorpresas: Silvio Rodríguez apareció acompañado por su guitarra y entonó una canción llamada “Blancanieves”, que acababa de componer y recogía sus primeros recuerdos y experiencias como espectador de cine. La segunda sorpresa la forzó Birri cuando invitó a tomar el micrófono a Fidel, que por supuesto no se hizo rogar. Aunque aclaró que no tenía previsto pronunciar ningún discurso, se explayó durante más de una hora sobre la significación de la escuela, sobre las bondades del pueblo que la alberga (San Antonio de los Baños, a 35 km de La Habana) y hasta sobre los beneficios de una alimentación basada en verduras, ya que la escuela nació con una huerta, que debía ser cultivada por los propios alumnos. Finalmente, Fidel felicitó a Birri y a García Márquez por la concreción del proyecto, “porque en verdad no los creía tan ejecutivos”, dijo con una sonrisa que asomaba entre sus barbas. Después vendrían tiempos más oscuros, pero ésa ya es otra historia.
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