Martes, 13 de febrero de 2007 | Hoy
CINE › ARIEL ROTTER HABLA DE “EL OTRO”, QUE HOY SE PRESENTA EN COMPETENCIA EN BERLIN
Para su segundo largo, Rotter pensó específicamente en Julio Chávez: “Escribí para él, para esa mirada, esa presencia, esa bondad: ves en los ojos que es un buen tipo”, señala. Para el director será su segunda participación en el festival, ya que en 2001 estuvo con Sólo por hoy.
Por Oscar Ranzani
El cine argentino hace escala en Berlín: El otro, segundo largo de Ariel Rotter, se exhibirá hoy en la Berlinale, donde compite por el Oso de Oro. Será la segunda vez que este joven exponente del cine argentino pise Berlín, ya que su opera prima Sólo por hoy participó en una sección no competitiva en 2001. “Es la manera que mejor podía terminar el recorrido de cuatro años de trabajo durísimos. Hacer una película hoy en Argentina está bravo. El hecho de que la terminen invitando a la competencia de Berlín es un premio en sí”, dice Rotter a Página/12, antes de viajar a Alemania para presenciar la proyección junto al protagonista Julio Chávez, cuyo nombre volverá a ser motivo de debate del jurado por segunda vez consecutiva ya que el año pasado, El custodio, de Rodrigo Moreno –en la que Chávez fue protagonista– participó de la competencia. En El otro, Chávez es el abogado Juan Desouza, quien ante la inminencia del nacimiento de su hijo y frente al avance de la enfermedad de su padre, emprende un viaje –en principio de negocios– al interior del país, pero que se transformará en un recorrido introspectivo de su conciencia: Desouza cambiará de nombre y de profesión casi como un juego, aunque no modificará su personalidad.
Rotter dice que hay dos tipos de expectativas con las películas: “Una es la íntima, la personal. Es el hecho más propio de si te sentís reflejado, si lo que querías contar está en la película, si sentís que se logró ese universo y transmitir esa sensación o esa angustia, si de algún modo los fantasmas propios están durmiendo la siesta”. Detrás de la motivación de una película “siempre hay elementos muy íntimos, propios..., más allá de lo que es la otra parte, que la película encuentre su público, que la gente que la vea pueda transitar el camino que propusiste, hay una instancia previa que es más cercana y más propia y hasta como más pudorosa, que es de la que nadie se entera: qué quisiste hacer, contar, por qué, con qué tiene que ver”, afirma el realizador, quien reconoce que la expectativa de sentirse reflejado en el film se cumplió y que ahora es tiempo de la segunda: “Qué le pasa a la gente, si el hecho cinematográfico es compartible”.
–¿Cómo surgió la idea de la película?
–Es una sumatoria de inquietudes personales que se van acumulando con el tiempo. Una característica de lo que yo suelo hacer es que, por ejemplo, terminé de escribir un guión o tengo una idea fija de llevar adelante, encuentro en eso las cosas que me resuenan a mí en general. Temas que tienen que ver con el paso del tiempo, con el sentido, con la comprensión. De algún modo, del ciclo vital de para qué estamos.
–¿Es como un debate existencialista?
–Yo creo que hay una necesidad de comprensión que podría llamarse existencial o existencialista y que eso se cuela en todo lo que haga. Lo veo en los primeros cortos. Ahora, miro hacia atrás y digo: “Estoy siempre diciendo la misma cosa” o “estoy siempre haciendo la misma película”. Y eso es una característica, la impronta de cada uno. Hay mucha gente que todo el tiempo está haciendo la misma película y me encanta, quiero ver la próxima. Es como otra manera de decir lo mismo.
–¿Cuánto tiene de autorreferencial El otro?
–No, autorreferencial no porque por eso entiendo una necesidad de hablar de uno mismo. Sí creo en la propiedad, digamos. A mí me pasa algo o siento una inquietud acerca de un estado o una instancia de la vida, de la realidad, y el camino que recorre el personaje tiene que ver con eso. Pero no siento que soy yo ni siento que tenga que ver directamente con algo autobiográfico, ni que está limitado a mi persona. Entiendo que lo que te es propio es a la vez universal porque si te pasa a vos, seguramente les pasa a otros también. El desafío es encontrar la singularidad de la mirada y que no sean temas genéricos. La diferencia entre lo que me gusta y lo que no me gusta del cine que veo es lo específico contra lo genérico. Cuando el realizador es específico, funciona. La generalización o la mirada genérica sobre las cosas es un camino de ida de mal destino.
–¿Por qué Julio Chávez?
–Escribí desde la primera palabra pensando en Julio. Tenía miedo de que lo leyera y dijera: “Todo bien, flaco, pero no”. Escribí para él, para esa mirada, esa presencia, esa bondad. Es un tipo que se diferencia de muchos por la carga de verdad que tiene y la bondad. No importa el personaje que haga: ves en los ojos que es un buen tipo. Esa calidez es muy grossa. Tiene un magnetismo muy fuerte en la imagen, en la pantalla, que tiene que ver (creo) con todo lo vivido y con esa bondad. Además de su capacidad como intérprete que yo había visto en otras películas, al trabajar con él descubro una capacidad dramatúrgica muy importante: un autor, un director, un escritor. Es un tipo con una gran capacidad de análisis, una buena leche que no se puede creer y que dignifica el trabajo.
–Una de las primeras sensaciones con la película es que es más lo que no se cuenta que lo que sí. ¿Es intencional?
–Se cuenta pero son imágenes, no se habla mucho. Las cosas no están dichas pero pasan y se cuentan. Lo que sucede es que está la sensación de que si no se habla del tema no está dicho. Pero está dicho con imágenes. Por ejemplo, él mira la panza de la mujer y no le está mirando el ombligo. Ahí está pasando algo. ¿Se está hablando del tema ahí? No se habla pero se está diciendo. Es una película de planos fijos. Hay una puesta de cámaras que es muy estricta, donde intenté que cada escena usara la menor cantidad de planos posibles para contarse. Esta película sucede en el interior de un hombre, un hombre que elige entrar en un estado de disponibilidad en un lugar donde no conoce a nadie y nadie lo conoce. Con lo cual pareciera que este hombre se llama a silencio y se llama a no tener que compartir su cotidianidad con nadie, más allá de con quien él decida esporádicamente hacerlo. Me parece que hay cosas que te pasan en silencio. Hay cosas que no dan ni para agarrar a un amigo y decirle: “No sabés lo que me está pasando”. Por ahí eso lo lleva a un camino más solitario. Es una película que se llama al silencio y es más natural así que si fuera muy hablada.
–Los detonantes en el cambio de identidad de Juan son la enfermedad de su padre y el nacimiento de su hijo. ¿De qué manera pensó que estos sucesos podían incidir negativamente en el proceso interior del personaje?
–Ante todo siento que ésta es una película sobre el tiempo y el cuerpo. Es un hombre que está intentando entender y comprender el ciclo de las cosas. El decaimiento del padre es algo dado, no es una novedad, no es un disparador. No tiene un sentido, como sí lo tiene el embarazo. Lo del padre ya forma parte de la cotidianidad, que no por eso es menos dolorosa. Lo que sucede es que una serie de coordenadas que tienen que ver con el anuncio del embarazo, más la constante del padre, predisponen a este hombre a un estado donde, por un lado, va a pasar a ser como el próximo: el padre va a morir pronto y él va a pasar a ocupar el lugar del padre, un hijo va a ocupar el de él y el hijo en una proyección dentro de cuarenta años va a estar bañándolo a él. Es una suerte de espejo deformante del paso del tiempo y de lo que alguna vez fue su modelo de bienestar y seguridad. El es un buen tipo, está bien con su mujer, está bien con sus padres, con su vida, está contento. No es un tipo que está en crisis donde las cosas le están saliendo mal.
–A primera vista es un hombre común: casado, con un profesión exitosa. ¿Es un error pensar que lo que le sucede es una crisis existencial?
–No, no es un error. Es un error pensar que esto le sucede a un hombre en crisis. Te puede agarrar una angustia de vivir, como se diría en el bar, podés estar sensible y tener una angustia de estas características, de sentir que de golpe te quedás sin aire mientras está todo bien. No está mal con la mujer, el padre está mal y entonces él está mal. El tiene una relación muy afectuosa con el padre, y de respeto. Y lo mismo sucede con la mujer: tiene una relación en la que está todo bien. Está contento con el embarazo, emocionado. Pero es una película muy masculina en ese sentido.
–¿Por qué?
–Porque en el hecho del embarazo, junto con esa felicidad supuestamente inequívoca del hecho quizá más trascendente de nuestras vidas, se suma una sensación de (por lo menos en mi caso) ya está. Todo lo que imaginamos que la vida podía ser... No. Ahora hay algo que es para siempre, para toda la vida. Creo que el hijo trae la certeza y ayuda a la noción de finitud. Con el nacimiento de un niño se entiende algo sobre la muerte también.
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