CINE › LOS CUATRO DIRECTORES ARGENTINOS PRESENTES EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL
Federico León y Marcos Martínez (por Estrellas), Gaspar Scheuer (por El desierto negro) y Pablo Fendrik (por El asaltante) son los seleccionados locales para la sección central del 9º Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, con films que representan temas y estilos en los antípodas.
› Por Julián Gorodischer
La víspera es una carrera contra reloj en la cual los directores argentinos del Bafici dan últimos retoques a sus películas, embarcados en un tiempo de descuento que define el aspecto central de las condiciones de producción en la Argentina: el trabajo bajo presión. La cita es con los representantes locales de la Competencia Internacional del 9º Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici): Federico León y Marcos Martínez (directores de Estrellas), Pablo Fendrik (de El asaltante) y Gaspar Scheuer (de El desierto negro), reacios a encuadrarse en el mismo cartel. No están atravesados por alguna hipótesis que justifique la reunión; aportan temas y estilos disímiles: una gauchesca decimonónica nacida al calor del gusto por la filmografía de Leonardo Favio pero también del western (Scheuer), un documental que se nutre de ficciones para narrar el fenómeno de los villeros actores (León/ Martínez), un vertiginoso trip en tiempo casi real para seguir a El asaltante en su aventura, más fijado en las “acciones físicas” que en las razones del robo (Fendrik).
Estrellas se instala en la Villa 21 para contar un movimiento más o menos reciente: la autogestión de actores nacidos y criados para proveer elencos a películas y programas, capitalizando para sí –como dice Julio Arrieta, el gestor de esta agencia de colocaciones– el physique du rol de pobre. Se cuentan varias historias a la vez: la del manager del gran batacazo revalorizando la capacidad de organizarse desde el margen, la del mercado que demanda pobres y más pobres para talk shows y cine de autor en redescubrimiento tal vez tardío de que “hay un mundo” en las afueras, pero también la de la primera película fantástica en la villa (El nexo, de Sebastián Antico), que –según Arrieta– salda una deuda histórica que es tener “marcianos propios”. León y Martínez escuchan los relatos de Arrieta sobre el desdén de Alan Parker al desestimar el territorio para Evita por la saturación de antenas de TV; registran la demanda altísima de pobres que genera el espectáculo y nunca se quedan en “eso”. La ficción interviene en Estrellas para extremar las circunstancias, imaginando un encuentro entre el director que más villeros convocó, Adrián Caetano, y un gremialista que reclama trabajo para los históricos. “El punto de partida podría ser la historia de Alan Parker yendo a filmar a la villa; o la filmación de El nexo, o la historia de Julio Arrieta, manager de actores”, reconstruye León.
–En Estrellas la escena de ficción se pone al servicio del género documental...
F. L.: –Muchas de las entrevistas están guionadas; llegamos a armar un texto para que Julio lo leyera. A lo largo de dos años nos contó muchísimas cosas, y al momento de filmar había que reconstruirlo. Está editado en vivo: con el tratamiento de una película de ficción, pidiéndole que memorizara o recordara diálogos ya dichos. Pero el leitmotiv que sintetiza la película es la búsqueda de la igualdad: por eso hicimos posar a Julio a la manera de las fotos del Teatro San Martín, en blanco y negro, con ropa como de Alfredo Alcón, retratado por su mismo fotógrafo.
Si la pregunta –según le atribuye el catálogo del Bafici– es ¿Hasta dónde el cine es ser y no hacer de...?, Federico León y Marcos Martínez retratan sin bajar línea contra la abundante mitificación de la pobreza en el nuevo cine argentino, ni pretenden revestir a su estadía de más de tres años (que duró la experiencia) como aventura o excursión a las afueras. No cierran respuestas unívocas sobre cómo, cuándo ni por qué la villa se hizo espectacular. “Puede ser que haya surgido de lo más popular de Pol-ka”, dice Martínez. “Pero también coincide con la crisis del 2001; pero es solamente Julio Arrieta el que ve la demanda y decide hacer algo propio con eso.” Para León, en tanto, “desde el momento en que un grupo de personas se involucra en un proceso creativo es lo mismo que suceda en la villa o afuera de ella. Julio Arrieta, además, tiene más rodajes encima que nosotros. La película no busca una mirada romántica, respetando todo lo que dijeran... Yo soy el director y quiero decirlo de una manera y no de otra”. (Estrellas se verá el miércoles 11 a las 23, en el Hoyts 10.)
Pablo Fendrik, director de El asaltante, escribió su ópera prima pensando en un ultraprotagónico para Arturo Goetz (Derecho de familia, La niña santa), a cargo de un raid frenético en tiempo real que privilegia las acciones físicas y el in situ antes que las motivaciones o los destinos del dinero robado. Si Estrellas redefine la noción clásica de documental aportándole una retórica de la ficción, Fendrik arma su ficción partiendo del acontecimiento leído en los diarios sobre un hecho policial (del cual pide no dar detalles para mantener la intriga).
–¿Se podría vincular a El asaltante con otras películas recientes de protagónico unipersonal, como El custodio (Rodrigo Moreno) y El otro (Ariel Rotter)?
–Son propuestas diferentes, si bien tienen como elemento común el punto de vista único. El asaltante es una película más compacta, más pequeña; El custodio tiene otro timing, otra búsqueda. A mí me interesa la acción física, la tensión desde el movimiento constante.
La narración se construyó desde la investigación en campo, yendo personalmente a los lugares asaltados, confiando en el disparador que da la realidad menos con intención de reproducir que de empezar a imaginar. Otra vez, los géneros se cruzan hasta extinguir categorías anticuadas: ¿qué es una ficción? ¿A qué género le corresponde el privilegio de ocuparse de lo real? “Intervine prácticamente todo: fui a los colegios asaltados, toqué la puerta, entré, pregunté”, dice Fendrik. “Me cortaron el rostro y no me dejaron ni entrar. Le dejé una tarjeta a una chica, me llamó, nos reunimos y me contó de primera mano qué había pasado.” Tenía unas pocas cosas claras, cumplidas a rajatabla: quería contar sólo dos horas en la vida de esta persona, fascinado por “esa tensión dando vueltas, por el hecho de no cortar”. La herramienta para lograrlo fue el plano secuencia de larga duración, a veces de ocho minutos, complejo, entrando a un edificio, subiendo a un auto, “bordeando el malabarismo”. Quiso ver cómo alguien pelea contra la ansiedad. “Era documentar desde un punto de vista privilegiado la ejecución de un plan, no su porqué. Entre la gente a la que se la mostré se armaron discusiones sobre quién era ese tipo, por qué hacía eso. Y eso, justamente, era lo que yo quería que sucediera”, dice. (El asaltante se verá el lunes 9 a las 22.30, en el Hoyts 9.)
Gaspar Scheuer, que estrena ópera prima, se dice interesado en la historia en general, pero sobre todo atraído por la vida cotidiana en ámbitos rurales pasados. “Tenía la idea de utilizar el campo argentino, el medio rural, ese supuesto pasado histórico, para ambientar una historia en un tiempo mítico.” De esa búsqueda nació El desierto negro, protagonizada por Guillermo Angelelli, calificada en el mismo catálogo del Bafici como la primera película de época del nuevo cine argentino, marcada por la herencia del western clásico y de la gauchesca recreada por Leonardo Favio en El romance del Aniceto y la Francisca. Sobre ese retorno inaugural al pasado mítico del gaucho, el propio Scheuer prefiere desligarla de todo anclaje con un tiempo específico, aun identificándola con una época dada. “Esa es la idea de muchos westerns en los que lo que importa no es el año en el que se sitúa la acción, sino ese supuesto pasado que es excusa para poner en juego un planteo ético –explica el director–, o para enfrentar dos posiciones acerca de un tema. Es valerse de una distancia para dar con la atemporalidad del conflicto que se quiere contar. Es innegable que uno ve la película y parece situarse en un pasado cercano, en el siglo XIX, pero me gusta pensarla en forma atemporal. Lo importante no pasa por eso. No le recomendaría a nadie que vaya a verla para saber cómo era la vida en 1880.”
Entre sus influencias, Scheuer reconoce que “hay mucho de gauchesca en la medida en que me influye haber leído y conocer el tema. Pero es tan importante como la influencia que pudo haber tenido una lectura de Joseph Conrad. No me puse a leer para hacer la película, sino que ésta surge de haber metido el hocico en esas fuentes”. Pensarse marcado por el cine de Favio es, para él, “hablar del cine más sublime que se hizo en Argentina. Hay que tener mucho respeto antes de hablar de su cine. Creo que estoy contando cosas del presente: el deseo de mi generación de recuperar el pasado, de preguntarse cosas e interpelar a ese pasado para ver si podemos sacar en claro algo de todo eso. Estamos desprovistos de certezas, medio huérfanos; estamos más a la deriva, y tal vez eso nos hace ir a la búsqueda de algo”. (El desierto negro se verá mañana a las 22.45, en el Hoyts 10.)
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