Viernes, 4 de mayo de 2007 | Hoy
CINE › “RETRATO DE UNA PASION”, UN FILM POCO CONVENCIONAL DE STEVEN SHAINBERG
Con un feeling para lo raro que conjura la sombra de David Lynch, el director propone una semblanza imaginaria de Diane Arbus, la fotógrafa que mostró el costado “freak” de los EE.UU.
Por Horacio Bernades
(Fur, An Imaginary Portrait of Diane Arbus)
EE.UU., 2006.
Dirección: Steven Shainberg.
Guión: Erin Cressida Wilson.
Fotografía: Bill Pope.
Música: Carter Burwell.
Intérpretes: Nicole Kidman, Robert Downey Jr., Ty Burrell, Harris Yulin y Jane Alexander.
Desde hace un par de décadas el cine viene reescribiendo el mito de la bella y la bestia. No sólo mediante transcripciones literales del cuento de Charles Perrault (la versión que hizo Disney a comienzos de la década del ’90), sino a través de ciertos exponentes del cine de terror que en los papeles darían la impresión de no guardar relación con el cuento original, como La mosca y Lobo. No es como versión más o menos oficial ni tampoco como variante del terror que Retrato de una pasión reformula ahora ese mito. Lo hace desde un lugar bastante más bizarro y sesgado, pero por eso mismo más desconcertante. “Un retrato imaginario de Diane Arbus”: ése es el subtítulo original de la película; es justamente ese carácter imaginario el que permite desplazar el eje, del retrato de la artista al de la historia de amor inaudito, sólo concebible si se deja de lado cualquier verosímil realista.
Muerta de su propia mano en 1971, Diane Arbus (nacida Diane Nemerov en 1923) supo enrarecer no sólo el canon fotográfico sino la propia imagen de los Estados Unidos, al invertir el modelo Life que dominaba la iconografía de aquella época. Habiendo tomado de su marido Allan Arbus tanto el apellido como la profesión, desde fines de los años ’50 Diane fijó para siempre, en un blanco y negro de Rolleiflex con flash, una América de gente disfuncional y niños de granada en mano, de travestis y prostitutas, de nudistas y solitarios. En otras palabras, una América marginal, underground, decididamente no oficial. Una América freak. Es justo en el momento previo al florecimiento, cuando descubre aquello que la fascina y de inmediato convertirá en motivo de su arte, que Retrato de una pasión toma a Mrs. Arbus.
Encarnada por una Nicole Kidman casi medio metro más alta que la verdadera, morocha para la ocasión y dándole alas a su propio aspecto de freak, la primera secuencia muestra a Diane como una Cenicienta sin carroza, en el piso familiar de Park Avenue. Mientras su padre, el poderoso peletero David Nemerov (Harris Yulin) presenta a la alta sociedad neoyorquina la nueva colección, mamá Gertrude (Jane Alexander) trata a Diane más como mucama que como hija. Casada y con dos hijas, la relación de Diane con la fotografía se reduce a ayudar a su marido a encuadrar un montón de modelos, que posan de amas de casa perfectas junto a sus tablas de planchar. En esas circunstancias llega a su edificio cierto vecino extrañamente enmascarado y es en ese momento que el retrato de Diane Arbus comienza a hacerse locamente imaginario.
“Hipertricosis” es el nombre científico que se le da al exceso de pilosidad corporal, enfermedad sumamente rara, padecida por mujeres barbudas y otros fenómenos de circo. Ninguno de ellos habrá tenido jamás los mechones que cuelgan del rostro del nuevo vecino, y que a su lado hacen quedar al Hombre Lobo y a Chubwacca como pobres lampiños. Contra todos los pronósticos, lo que Lionel inspira a Diane no es rechazo sino una explosiva forma de fascinación, de atracción sexual incluso. Algo que la razón podría obstinarse en negar, pero Retrato de una pasión logra comunicar en términos casi físicos. La película es puro arte de la puesta en escena en manos de Steven Shainberg, un director que, reunido nuevamente con Erin Cressida Wilson (que fue guionista de La secretaria), vuelve a narrar una love story que de convencional no tiene un pelo, si se permite el chiste obvio.
Si en La secretaria el personaje de Maggie Gyllenhall florecía al lamerle los zapatos al jefe, en Retrato de una pasión Diane se erotiza, se humaniza y sensibiliza en compañía de Lionel, nombre lógico para el personaje encarnado por Robert Downey Jr. En compañía no sólo de Lionel, sino del mundo paralelo que el mechudo habita, hecho de masocas y dominatrices, enanos y viejas drag queens, necrófilos y gente de peluquín. Con sentido del humor y un feeling para lo raro que conjura inevitablemente la sombra de David Lynch, Shainberg & Wilson arrastran a Diane Arbus hacia el piso de arriba, y al espectador junto con ella. Lo hacen a partir de travellings tan magnéticos, tan eróticos como los susurros de cierto extraño de pelo larguísimo llamado Lionel.
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