Jueves, 21 de junio de 2007 | Hoy
CINE › “LIBERO”, NOTABLE OPERA PRIMA DE KIM ROSSI STUART
Lejos de todo sentimentalismo, el actor y ahora director construyó un film cálido pero duro, seco, que plantea las complejidades de la relación de un padre con sus hijos.
Por Luciano Monteagudo
LIBERO
(Anche libero va bene)
Italia, 2006.
Dirección: Kim Rossi Stuart.
Guión: Linda Ferri, Federico Starnone, Fancesco Giammusso y Kim Rossi Stuart.
Fotografía: Stefano Falivene.
Música: Banda Osiris.
Intérpretes: Alessandro Morace, Kim Rossi Stuart, Barbara Bobulova, Marta Nobili, Pietro Da Silva.
La sorpresa ya lleva un año. En la edición 2006 de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes impresionó el repunte del cine europeo de autor. De cinematografías que parecían perdidas para la causa, como la española o la húngara, asomaron films luminosos, fuera de lo común. Y de Italia, que también daba la impresión de ser irrecuperable, apareció Anche libero va bene, ópera prima como realizador del actor Kim Rossi Stuart, cuyo estreno ahora en Buenos Aires –bajo el sintético título de Libero– viene a confirmar la solidez y la sensibilidad de esta película infrecuente, compleja, que no debería pasar inadvertida.
El hecho de que su protagonista sea un niño no debería llamar a engaño. Desde su refundación con el neorrealismo, el cine italiano ha privilegiado la mirada infantil, para bien pero también muchas veces para mal. Lo notable del film de Rossi Stuart es la manera en que asume esta tradición sin traicionarla y sin bastardearla, evitando en todo momento la infección sentimental. Libero es un film cálido pero duro, seco, que jamás cede a la tentación de la extorsión o la lágrima.
Tommi tiene once años y vive con Viola, su hermana mayor, y con su padre, Renato (el propio Rossi Stuart). La madre es algo más que una figura ausente: es motivo de silencio, de furia, un anatema. Dejó la casa familiar más de una vez –poco a poco se irán infiriendo los motivos, que tienen que ver con su desequilibrio emocional– y ahora Renato la lleva como puede, con un orden por momentos marcial, que él mismo se encarga de socavar cuando por la noche les permite a sus dos hijos compartir con él la tibieza de la cama matrimonial, donde él también se siente solo.
“Te voy a mandar a la Academia Militar”, grita exasperado Renato cuando no consigue despertar por la mañana a Tommi para ir al colegio. Y los gritos de ese padre son verdaderamente terribles. El inteligente uso del sonido los vuelve metálicos, hirientes, casi más que si levantara su mano. Pero Tommi no le teme a su padre, más bien lo padece, lo comprende, con una rara madurez, con un equilibrio que lo pone en el lugar de una figura adulta, a diferencia de ese hombre y esa mujer que parecen niños a pesar de ser sus padres.
Para ser un actor asociado hasta ahora a personajes de galán, Rossi Stuart no se reservó precisamente un papel agradable. Renato no es por cierto ningún villano, pero en sus actitudes cotidianas se revela un rencor, un oscuro resentimiento contra el mundo que lo vuelve muchas veces estúpidamente orgulloso, obsecado, odioso, preocupado por un dinero siempre escaso y que él ve magnificado exageradamente en los demás. A Viola, su hija mayor, la cuida, la mima pero también le grita por naderías. Y de Tommi exige lo que Tommi no quiere: que sea un eximio nadador, cuando él querría conformarse con jugar al fútbol con los compañeros de su escuela.
Una de las muchas virtudes del film de Rossi Stuart es la relación que impone entre sus personajes, que es una relación afectuosa, familiar pero también laboral. En esa casa cada uno tiene sus obligaciones, su trabajo, que los chicos no necesariamente cumplen, por el solo hecho de ser eso, niños. La puesta en escena de Rossi Stuart acentúa estas tensiones entre padre e hijos con una rara sobriedad, elaborando sentido a partir de planos cortos, cerrados, donde privilegia no sólo el cruce de miradas sino también la relación entre los cuerpos: las caricias, los manotazos, los empujones.
En la neurosis de esa familia hay una permanente dicotomía entre ternura y violencia que remite al universo de John Cassavetes antes que al de Nanni Moretti, que a priori podría parecer el modelo de Rossi Stuart, aunque más no fuera por su doble calidad de actor y director. Pero Libero no habla en primera persona, como el cine de Moretti, sino en tercera: el punto de vista es siempre el de Tommi, el del hijo, y es a través de sus ojos que el film de Rossi Stuart va elaborando la figura difícil, compleja, contradictoria del padre.
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