Con el documental Final de obra, el director de cine José Glusman devuelve en imágenes parte de la “cocina” de la obra de teatro De mal en peor, de Ricardo Bartís. Con una cámara sigilosa, Glusman registra el proceso creativo comandado por Bartís, hacedor de un estilo propio de actuación y de dramaturgia, y propone el retrato de un hombre políticamente incorrecto en sus conceptos culturales y políticos. Final de obra presenta a Bartís en medio del escenario, cuerpo a cuerpo con los actores, en un juego complejo, que descree de los mecanismos convencionales de dramaturgia y actuación: “Al no trabajar con textos, no aceptar su dominio –dice Bartís en el film– el ensayo se te va abriendo y abriendo y hay momentos en que estás muy perdido. Arena entre las manos. Y como son relaciones humanas, en odios, en amores humanos, esos procesos son sumamente desgastantes. Uno debe ‘creer’ en el ensayo, producir un ‘nosotros’ aislado del mundo...”

La personalidad de “Bartolo”, como se lo conoce en el medio teatral, y la enorme dificultad en el manejo de un elenco numeroso como el de De mal en peor (ver recuadro), son capturados por el documental con un registro muy vivo y dinámico. En la entrevista con Página/12, el director y guionista José “Toti” Glusman –conocido por la película Cien años de perdón, con la que ganó numerosos premios– se refiere a Final de obra, que se estrena hoy –en el Cosmos y el Malba– luego de su paso por el último Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente.

–Una relación de amistad lo une a Ricardo Bartís. ¿Qué lo impulsó a filmar un documental específicamente sobre esta obra?

–En ese momento había empezado a rodar el largometraje Solos, un inversor se había caído y tuve que parar el rodaje. Esto me significaba una gran frustración. Con ese estado de ánimo, en una charla con Bartís salió el tema de documentar parte del proceso. Así comencé a entrar a los ensayos, pero sólo podía hacerlo determinados días y en ciertos horarios. Desde mi época de formación como actor, yo había visto registros y materiales audiovisuales de grandes directores como la francesa Arianne Mnouchkine, el polaco Tadeusz Kantor, el inglés Peter Brook, entre otros. La Argentina cuenta con directores de teatro que se destacan internacionalmente, hay material sobre ellos en Canal á y el Canal 7, pero nada en formato fílmico. Entonces, como antes no había cuadrado el momento, ahora se daba una circunstancia única, porque si no hubiera tenido que esperar tres años más, que es el tiempo que demanda su próximo espectáculo.

–¿Qué aspectos nuevos de Bartís descubrió en el trabajo con los actores?

–No descubrí nada nuevo, porque fue mi maestro, me formé como actor con él. Sí percibí una madurez en el trabajo, una profunda relación con lo musical y una nueva dramaturgia. Y además algo impensado en otro momento: que fue capaz de dejar de fumar...

–Uno de los mejores momentos es cuando Bartís, camarita en mano, registra los ensayos para luego mirar y revisar con el elenco...

–Paradójicamente, lo que se ve en ese momento no es lo que parece. Bartís sólo estaba mirando por el view finder de la camarita Súper 8 porque no había monitor. Teníamos que filmar esa secuencia que sale en la obra, y que la rodamos con Daniel Roiz. A eso hace referencia Bartís cuando en el documental dice que “estos hijos de puta hacen saltar los tapones por la cantidad de luz”. Nosotros éramos esos hijos de puta. Bartís más que nada grababa el audio sobre el que trabajaba para arribar al texto final.

–¿Final de obra acercará a un público renuente a concurrir al teatro?

–Ojalá. Aunque hoy por hoy, salvo con los tanques extranjeros, tengo la sensación de que va más gente al teatro que a ver cine argentino.