Miércoles, 25 de julio de 2007 | Hoy
CINE › JAMES HEWISON, DIRECTOR DEL AUSTRALIAN FILM INSTITUTE
Según el crítico, ésa es la tendencia del “Encuentro con el nuevo cine australiano”, que se verá desde hoy en la Lugones.
Por Horacio Bernades
“Estoy seguro (¡eso espero!) de que los cinéfilos conocerán al cineasta Rolf de Heer, realizador de El rastreador, y el notable trabajo de Clara Law, Vida flotante”, exclama James Hewison, director del Australian Film Institute, en el programa de mano del ciclo Encuentro con el nuevo cine australiano, que se inicia hoy en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y se extenderá hasta el lunes próximo. Tan entusiasta en persona como los signos de exclamación dejan entrever en el texto escrito, tal vez Mr. Hewison (que antes de acceder al funcionariado oficial supo ser crítico de cine y director del Festival de Melbourne) peque de excesivo optimismo, a la hora de evaluar el saber cinéfilo con respecto al cine de su país. En cualquier caso, a eso apunta justamente este ciclo, que cuenta con curaduría del propio Hewison: a llenar los casilleros vacíos.
Nueve largometrajes y otros tantos cortos componen este “Encuentro con el nuevo cine australiano”, organizado por el Complejo Teatral Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, con colaboración de la Embajada de Australia y auspicio de la línea aérea Qantas. El panorama suena diverso y va desde el rescate de la cultura aborigen y denuncia de su aplastamiento, por parte del hombre blanco (en El rastreador, Resplandor y El muchacho Yoingu), al film de género (negro) como Lantana y Dos manos, pasando por el realismo urbano-contemporáneo de Los muchachos y Vida flotante y sin dejar de hacer parada en las drogas, sexo y rock and roll de De frente o Alabanza.
Algunos conocerán al mencionado de Heer por su película más reciente, Ten Canoes, parte de la competencia oficial del último Festival de Mar del Plata. Otros habrán oído el nombre de Clara Law, de destacada carrera en el cine hongkonés. Los más memoriosos recordarán que de John Curran, realizador de Alabanza, se estrenó en Argentina, un par de años atrás, una película que llevaba el título de Adulterio. Habrá quien se interese por saber que Geoffrey Rush y una reaparecida Barbara Hershey forman parte del elenco de Lantana, que en la revulsiva Los muchachos tiene un relevante papel la genial Toni Colette, que Dos manos fue el primer protagónico de la estrella Heath Ledger, antes de pasar a Hollywood. O que el inolvidable David Gulpilil –que en la no menos inolvidable La última ola era el puente entre lo salvaje y lo civilizado– es protagonista, no sólo de El rastreador, sino también de uno de los cortos (Zambullida local) incluidos en el ciclo de la Lugones.
–Cuando se oye hablar de cine australiano, en lo primero que se piensa es en aquella primera oleada de mediados de los ’70, con películas como La última ola, Picnic en las rocas colgantes, Después de la emboscada, El año que vivimos en peligro o la serie Mad Max. ¿Qué pasó desde entonces?
–Los realizadores de esas películas –Peter Weir, Bruce Beresford, George Miller, Fred Schepisi– fueron absorbidos por el cine estadounidense y más allá de algún regreso eventual, siguen trabajando allí, con mayor o menor fortuna. Después se hicieron buenas películas de género, como Terror a bordo, de Philip Noyce; Fin de semana mortal, de Colin Eggleston, o Razorback, de Russell Mulcahy. En los ’90 vino una segunda ola, con películas de una sensibilidad bien distinta, entre lo pop y lo camp. Me refiero a El casamiento de Muriel, Priscilla, reina del desierto o la primera de Baz Luhrmann, Baila conmigo. La selección que presentamos ahora expresa una diversidad mayor, muy en sintonía con la época.
–Daría la impresión de que tanto el desierto como la población originaria siguen teniendo una fuerte presencia en el cine australiano. ¿Es así?
–Mmmhhh... Puede ser. Evidentemente, hay en mi país una deuda cultural con la cuestión aborigen, que es de larga data en nuestro cine. En los años ’50 hubo una película llamada Jedda, que tuvo mucha resonancia pero expresaba una mirada muy eurocéntrica, en la que el nativo era visto como “buen salvaje”. Para este “Encuentro con el nuevo cine australiano” tratamos de elegir películas que no incurrieran en ese vicio. De todos modos, últimamente se está volviendo la mirada más hacia las ciudades, hacia lo urbano, tendencia que también está representada en este ciclo.
–¿Es un problema para el cine australiano el continuo drenaje de talentos hacia Hollywood?
–Sí, pero surgen reemplazos. Tampoco puede pretenderse cerrar las puertas e impedir que esos cineastas, actores o técnicos emigren, si eso es lo que más les conviene, ¿no? Se supone que en mi carácter de funcionario oficial no debería decirlo, pero no me parece mal que lo hagan. Sobre todo si logran mantener un nivel y una personalidad distintiva. Así sucedió con Peter Weir, que hizo muy buenas películas en Hollywood, desde Testigo en peligro hasta Capitán de mar y guerra. Lo importante es que surjan nuevas generaciones, que reemplacen a las anteriores. Eso es lo que, en mayor o menor medida, ha venido ocurriendo en mi país.
–Si tuviera que recomendar tres películas de este ciclo, ¿cuáles serían?
–Tres bien distintas entre sí. Una es El rastreador, de un realizador magnífico, como Rolf de Heer. Es una película histórica, en la que tres hombres salen en busca del sospechoso de haber asesinado a una mujer blanca, y a su paso van cometiendo toda clase de atropellos contra la población aborigen. Es particularmente notable el modo en que de Heer trabaja con la violencia, dejándola fuera de campo. Los muchachos lleva al límite los abusos de la mentalidad machista que hoy en día subsiste en las ciudades, golpeando brutalmente al espectador. Pero nunca por debajo del cinturón. Finalmente, Vida flotante pone en escena el desarraigo absoluto de un matrimonio de inmigrantes hongkoneses, para quienes la ciudad blanca parecería como de otro planeta. En esta película puede apreciarse no sólo la sensibilidad de su realizadora, Clara Law, sino también el talento del director de fotografía, Dion Beebe, que es el que fotografió las últimas películas de Michael Mann. Ahí tiene, otro expatriado...
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