Domingo, 29 de julio de 2007 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A SEBASTIAN LLAPUR, DOBLAJISTA ARGENTINO DE “LOS SIMPSON”
La voz del payaso Krosty y del abuelo Abraham Simpson revela la trastienda de la película que se estrenó el jueves, toma partido en el conflicto sindical que alejó a los doblajistas tradicionales y hasta se da el lujo de defender la necesidad de un cupo para el subtitulado. “Acá nadie le quitó nada a otro”, se defiende.
Por Julián Gorodischer
Su nombre podría figurar en el cuadrito: es el primer y único argentino que dobla no a uno, sino a cuatro personajes de Los Simpson, en la serie animada de Fox y en la película que se estrenó el jueves pasado. Sebastián Llapur es la voz de Krosty, el payaso; y, además, es la voz del abuelo Abraham Simpson, ahora que el nuevo sistema de producción otorga varios personajes a un mismo doblajista: ¡todo un ejercicio de estilo! Pasa de uno a otro en segundos; se aferra a técnicas de colocación instantánea: suelta la risa cáustica, “aguardentosa”, de Krosty, y empieza a hablar como el payaso levemente maligno, obsesionado con el dinero, el cliché del agachado que igualmente sigue generando devoción en Bart y otros niños del montón. La “marca” (si es que hay una sola) de Sebastián, el criollo de Ciudad de México, es hacer bien el villano refinado, un ogro que puede lucir ablandado como cuando le tocó encarnar al tiburón Bruce de Buscando a Nemo (el carnívoro en grupos de recuperación) o al pulpo Luka, tan atemorizante como inofensivo, en Espantatiburones.
La primera vez que se neutralizó fue en la emigración de Jujuy a Córdoba; se afincó en el arte de perder una identidad regional; entendió los méritos de la tonada impersonal para obtener trabajo. “Logro un tono neutro absoluto, y todo es gracias al oído, a la posibilidad de apelar al doblaje que todos escuchamos en El chavo. Es como la gente que se aprende una canción y la canta; se puede lavar mucho”, argumenta. No tan bien visto, poco cotizado entre los reclamos identitarios y los defensores de los patrimonios nacionales, el tono neutro había sido reivindicado ya por los argumentos del mercado (expandirse a menor costo a más público), pero nunca según estas razones del corazón que esgrime Sebastián Llapur, enemigo moderado de las copias adaptadas al porteño y al chilango en las que Mister Increíble habla de vos y el adorable Remy, de Ratatouille, repite: ¡Che! “A mí como doblajista no me termina de gustar la copia porteña: el doblaje tiene que acercar el producto a la gente, pero no tiene que acercarla más de lo que se supone campechano o coloquial: detrás de un dibujo hay una mística y una fantasía que no deberían vulnerarse; parte de todo eso consiste en que Springfield sea un pueblo en algún lugar y no Acassuso. Mickey vive en una casa de fantasía, no en Temperley. No llega a compensar; es a pérdida. Crea una dicotomía en la cabeza de la gente, en los niños; rompe con los cánones de ese universo que no debería tocarse con el mío”, dice.
Luego del conflicto sindical que acabó en el reemplazo de las voces históricas de Los Simpson (lideradas por Humberto Vélez, alias Homero), llegó el flamante sistema de producción que habilita a Llapur a ser Krosty, Abraham, profesor Flink y Willy. Si a primera vista todo puede parecer una intención de ahorro, el argentino de Los Simpson lo defiende como un reconocimiento a los más versátiles. El conflicto que se llevó a las viejas voces –según él– no tuvo que ver con un reclamo salarial del elenco estable. “Creo que hubo un mal manejo de la información; no fueron transmitidos los reales motivos de la huelga –asegura–. Se mencionaba el tema de la remuneración, que sigue siendo muy baja. La Asociación de Actores de México no quería firmar el contrato con la empresa porque querían un porcentaje menor de actores independientes trabajando. Nunca el sindicato peleó para que se pagara más. Los pagos que se reciben son según tabuladores que el mismo sindicato ha puesto.”
La camada anterior de Vélez y Gabriel Chávez (ex Señor Burns) puso el grito en el cielo: ellos eran tan megacelebridades como sus criaturas; se atribuían el secreto del éxito; anunciaban una catástrofe para la temporada 16 y, por supuesto, para la película. Se violaba –decían– el pacto de 18 años de Los Simpson, el tono pastoso, declamado, de Homero; el agudo sibilante de Bart, que ahora quedó a cargo de una mujer, Marina Huerta, también directora de actores. “Algunos compañeros se han sentido mal, pero este sindicato como figura institucional no me inspira confianza o protección. Conflictos laborales va a haber siempre. Cualquiera puede sentirse amenazado, pero hay que ser amplio y darse cuenta de que nadie quita nada a otro; a lo sumo alguien pierde, por no hacer bien las cosas –sigue Llapur–. Humberto Vélez es un gran maestro; para él fueron muchos años; encabezó el movimiento, y no les fue bien. La huelga se declaró ilegítima y no obtuvieron los resultados que querían. Lo quiero mucho, y siento que la gran pérdida, para todos los que amamos a Los Simpson, es haber perdido a Homero.”
Su carrera se resume en las dificultades para dar con la mímica exacta de una boca de siete metros como la del tiburón Bruce en Buscando a Nemo, tan en primer plano que impedía la sincronía exacta entre la voz del doblajista y la mandíbula enorme y 80 dientes. Actores formados se descubren desesperados por calzar en una tos o una carcajada; la cuestión del tempo reemplaza, como prioridad, al histrionismo o los matices de timbre y volumen. El valor agregado es dar con la voz compleja, ambigua, bivalente en caso de los monstruos buenos o dulcificados de Llapur. En un mismo tono había que representar la amenaza y la conversión a vegetariano; tenía que servir al aspecto mutante, enorme, y a la vez dar cuenta de la singularidad del depredador converso o arrepentido. “Con Bruce –recuerda–-, tenía que alternar dar miedo y provocar ternura. Había que ser muy exacto en cada movimiento; cada golpe de risa tenía que coincidir exactamente con su mandíbula. Con personajes comunes, no se ve tan de cerca la boca. Lo que tuvo de genial era la parte visual; al poco tiempo fui el pulpo Luka en Espantatiburones, y nada que ver. El efecto visual de que estuvieran en el agua no se logró nunca.” De allí pasó al tigre Sherkan de El libro de la selva II, en la serie de sus villanos irónicos, animales salvajes con elegancia. ¿Por qué no habrían de encasillar a un doblajista? El desdoblamiento en cuatro de Los Simpson le permite una revancha, aunque el que se destaca es Krosty.
–Por qué me ofrecen a Krosty no lo sé –sigue–; todo surge por el problema sindical que hubo. Se decide implementar una técnica frecuente en los Estados Unidos, con actores polifacéticos que hacen varias voces. El doblaje mexicano lo sentía como una falta de seriedad; era ofrecerle al cliente un actor que haría varios personajes.
Su Krosty es “un reventado, que abusa de todo, con voz aguardentosa; hace de payaso con intereses económicos, pero es un amargado harto de hacer el laburo; sólo le interesa la plata”. ¿Se preguntó, acaso, y lo representó de algún modo, cómo se produce ese magnetismo que ejerce con los chicos? “Tienen admiración por todo lo que sale en televisión –explica Llapur–; los creadores nos quieren decir que lo que allí se ve se legitimiza en esas miradas cándidas, absortas. Es entender cómo los medios son capaces de hacernos idolatrar a personajes con trasfondo más que dudoso.” En voz del payaso se queda con la escena en que lidera una revuelta en busca de Homero para castigarlo por El Error cometido, por “cómo se ironiza allí sobre la conformación de pensamiento de masa, en cómo se encuentra algo peor que nosotros para ir detrás de eso”. De la intervención del abuelo Abraham, se queda con “la representación de lo olvidados que tenemos a los viejos, lo poco que se los escucha”. A su cargo quedó la imborrable estampa del viejo poseído en un ritual evangélico que lo forzaba a hablar en muchas lenguas, enloquecido... “Pero como actores de doblaje no tenemos la libertad del delirio absoluto; nos regimos en base a un delirio que ya fue hecho antes por otro”, dice. La generosidad final del doblajista, su último aporte, tiene que ver con el derecho a decidir, hoy que las cadenas extinguen el subtitulado de sus proyecciones de Transformers, Los Simpson, Ratatouille, inconseguibles, casi, en lengua original a lo largo de la tarde, en un monopolio de voces cantadas en porteño, ni siquiera en el neutro que pasaría a ser una panacea para el oído. “La opción del subtitulado –se manifiesta Sebastián Llapur– hay que respetarla. En definitiva, es la manera de mantener el arte original de una película.”
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