Vie 17.08.2007
espectaculos

CINE › “TU, YO Y TODOS LOS DEMAS”, CAMARA DE ORO DEL FESTIVAL DE CANNES

Un mundo ingenuo y disfuncional

Rodada con bajo presupuesto y un look casero, la ópera prima de Miranda July está surcada por personajes marcados por la soledad, la anestesia emocional, dificultades de comunicación y variadas formas de disfuncionalidad familiar y sexual.

› Por Horacio Bernades

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TU, YO Y TODOS LOS DEMAS
(Me and You and Everyone we Know) EE.UU., 2005.

Dirección y guión: Miranda July.
Intérpretes: Miranda July, John Hawkes, Miles Thompson, Brandon Ratcliff, Carlie Westerman y Héctor Elías.


De los varios premios obtenidos por Tú, yo y todos los demás, que incluyen la Cámara de Oro en Cannes, tal vez el más irrefutable sea el Premio Especial del Jurado a la Visión Original, que en enero de 2005 le otorgó el Festival de Sundance. Parece imposible encontrar una razón mejor fundamentada que ésa para saludar esta ópera prima de Miranda July, que tenía 30 años en el momento de iniciar el rodaje. Aunque rebose personalidad estilística y poder disruptivo, es posible que Tú, yo y todos los demás no se distinga particularmente por sus innovaciones estéticas ni por lo que suele considerarse audacia temática. Si algo la distingue es, sin duda, la suficiente originalidad de visión como para tratar temas largamente transitados con la mirada de un marciano o marciana. Con vastos antecedentes en el cortometraje, el videoarte y la performance, su debut en cine permite suponer a Miranda July como la chica que cayó a la Tierra en la ciudad de Barre, estado de Vermont, con el nombre de Miranda Jennifer Grossinger.

Rodada con bajo presupuesto y un look como de fatta in casa, protagonizada por una decena de rostros anónimos, a esas características más o menos típicas del cine independiente Tú, yo y todos los demás suma, en el terreno temático, la del relato-con-muchos-personajes-que-se-cruzan. Personajes marcados por la soledad, la anestesia emocional, dificultades de comunicación y variadas formas de disfuncionalidad familiar y sexual. La diferencia la hace el modo en que Mrs. July peina esas cuestiones: a contrapelo, tratando lo perturbador con desarmante ingenuidad, lo grave con humor y lo aparentemente nimio con obsesiva dedicación. Habituada a protagonizar sus producciones, la señorita con apellido de mes se reserva aquí el papel de Christine Jesperson, que a su empleo como chofer de taxi para gente de la tercera edad (sic) le suma el de videoartista solitaria, trabajando con diapositivas y doblando todas las voces, en el living de su casa. En una zapatería conoce a un empleado al que, tal vez por haberle vendido unas ballerinas rosas, convierte en príncipe azul.

El vendedor (John Hawkes) se llama Richard y la esposa acaba de abandonarlo, quedando a cargo de sus dos hijos. Lo primero que hace Richard es preguntarles a sus hijos qué opinan de él. Ante la falta de respuesta (los chicos están jugando jueguitos en la compu), va y se prende fuego. No por completo sino sólo una mano, por lo cual de ahí en más andará con la mano vendada. A su hijo mayor y a modo de iniciación sexual, dos chicas preadolescentes se ofrecerán a practicarle una fellatio, con la condición de que sea con los ojos vendados y dictaminando cuál de las dos lo hizo mejor. Las dos chicas son acosadas a su vez por un colega del vendedor de zapatos, suerte de sátiro virgen que les escribe guarradas en carteles, pero a la hora de los bifes se echa atrás. Hay una nena que a los 11 años ya tiene diseñado hasta el último detalle su futuro de esposa y madre, una dueña de galería de arte que se niega a recibir de manos de Christine uno de sus demos, y Robby, un chiquito de 6 años (el hijo menor de Richard) que mantiene unas memorables conversaciones chanchas vía chat, en las que excita al interlocutor anónimo con una delirante fantasía coprofílica. Cuando Robby se encuentre en un parque con el posible abusador, éste develará un secreto de la trama, resistiendo, a la vez, cualquier tentación pedófila.

Esto último transparenta la clase de mirada que la realizadora y guionista echa sobre sí misma y sus congéneres: confiada, desprejuiciada y sesgada, encontrando siempre la línea oblicua que le permite revelar la faceta más impensada. Dotada de la clase de humor impávido que los sajones denominan deadpan y la graciosa seriedad del pequeño Robby encarna como nadie, lo que Mrs. July hace en Tú, yo y todos los demás es torcer, subvertir, refutar en definitiva el catastrofismo de tanto cine contemporáneo, que utiliza las ficciones como trampolín para condenar a la humanidad en pleno. Filmada con máxima sencillez visual y dotada de una naiveté que le da un aire tan crédulo como perverso, Tú, yo y todos los demás admite ser vista –tal vez lo esté pidiendo a gritos– como la reversión, asumidamente leve y simuladamente infantil, de la supuesta madurez de películas como Happiness (para poner un buen ejemplo) o de Babel y Secretos íntimos (para nombrar las malas).

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