Jueves, 23 de agosto de 2007 | Hoy
CINE › PAUL VERHOEVEN HABLA DE LAS FUENTES DOCUMENTALES DE SU POLEMICO “BLACK BOOK-LIBRO NEGRO”
De regreso en su país, después de dos décadas en Hollywood, el director de Robocop y Bajos instintos habla de los tiempos de la ocupación nazi en Holanda: “Los delatores recibían 10 guilders (el equivalente a 5 euros) por ‘marcar’ a un judío, incluso gente de la resistencia”, afirma.
Por Norman Whitehead
“La siento como un regreso, a mi país y a mí mismo”, dice Paul Verhoeven sobre Black Book, la película que marcó su vuelta a Holanda tras 20 años de trabajo en el cine estadounidense. “Creo que mi última película filmada en Hollywood, El hombre invisible, resultó tan vacía como el título (el original, The Hollow Man, es traducible como El hombre vacío; N. del T.), y andaba necesitando reencontrarme conmigo mismo”, señala el realizador, renacido al filo de los 70 años. En un país con 16 millones de habitantes, Black Book llevó a más de un millón de espectadores a las salas, cifra altamente infrecuente para las producciones locales. Pero además volvió a instalar a Verhoeven en primera línea internacional, de la que una década atrás lo habían hecho retroceder realizaciones como la últimamente reivindicada Showgirls, la incomprendida Invasión y la resueltamente fallida El hombre invisible.
Nacido en Amsterdam en 1938 y graduado de la Universidad de Leiden con el título de físico-matemático, este hombre alto –cuya melena entrecana es, en los círculos de cine de arte, tan proverbial como los anteojos de David Cronenberg o el jopo de David Lynch– se inició en la televisión de su país a fines de los años ’60 con Floris, serie sobre un caballero medieval que alcanzó un alto rating de audiencia. Acompañado en reiteradas ocasiones por su connacional Rutger Hauer –cuando nadie sospechaba la popularidad que el papel de líder de los replicantes en Blade Runner llegaría a darle años después–, Verhoeven se inició en el cine a comienzos de los ’70 y no tardó en ganarse un nombre con películas que mostraron, tempranamente, el carácter de provocador psicosexual que quedaría indeleblemente asociado a él.
Tanto Turkish Delights (1971) como Keetje Tippel (1975), El soldado de Orange (1977) y Spetters (1980) (inéditas en Argentina, pero editadas en su momento en VHS; N. del T.) lo dotaron de un aura de maldito, confirmada por El cuarto hombre (1983). Hablada en inglés y con elenco binacional, Conquista sangrienta (1985) precedió a su desembarco a toda orquesta en el cine estadounidense, con ese hito de la ciencia ficción corroída en ácido que fue Robocop. Tanto ésta como las posteriores El vengador del futuro (1990) y Bajos instintos (1992) terminaron de instalar a su autor dentro del selecto pelotón de cineastas comerciales de calidad, de esos que junto a la repercusión en boleterías logran reconocimiento crítico. Pero sus películas siguientes lo desinstalaron, entre altas dosis de incomprensión ajena y fallas propias. Nominada al Oscar al Mejor Film en Lengua no Inglesa e incluida en más de un top ten anual, desde el momento en que se presentó en el Festival de Venecia Black Book volvió a colocarlo en ese lugar de privilegio.
Algunos se mostraron sorprendidos de que Verhoeven, de reconocido gusto por el escándalo y la estética de choque, hubiera decidido abordar un tema aparentemente sacro, como se supone el de la resistencia holandesa durante la ocupación nazi. Tal vez hayan olvidado no sólo que El soldado de Orange trataba el mismo tema, sino que tanto una película de época medieval, como Conquista sangrienta, y otra de ciencia ficción, como Invasión, fueron también, a su manera, dramas bélicos. Tal como lo ratifica en esta entrevista, lo que hace Verhoeven en Black Book es seguir practicando la misma clase de revulsión moral y estética que, desde hace casi 40 años, constituye su especialidad.
–¿Qué es lo que le atrae de ese período, que ya había abordado en Soldado de Orange?
–El hecho de que sea un momento en el cual se perdió todo código moral. No me refiero sólo a los miembros del ejército de ocupación, sino también a mis compatriotas. Es un material ideal para hablar de “malos” que se vuelven “buenos” y viceversa. En todos los países que conocieron una situación parecida sucede lo mismo: la Resistencia se vio mitificada. A medida que pasa el tiempo se va descubriendo que las cosas son más complejas y están llenas de traiciones y dobles juegos.
–Los héroes de Soldado de Orange también eran miembros de la resistencia. ¿Qué relación encuentra entre ambas películas?
–Yo diría que Black Book corrige Soldado de Orange, donde no se cuestionaba el mito del héroe. Acá fuimos más realistas, nos permitimos crear el personaje de un nazi no necesariamente malo, así como de resistentes antisemitas y espantosos castigos y venganzas tras el fin de la guerra. Todo está basado en hechos y personajes realmente existentes, de los que me fui informando a lo largo de 40 años. Llegué a consultar cerca de un millar de archivos. En 1967 di con un informe llamado Kamptoestanden, escrito por un reverendo que había sido miembro del Partido Nazi Holandés. Fue apresado luego de la liberación y llevado a un campo de prisioneros. En ese informe, Van der Vaart Smit (tal el nombre del clérigo) da cuenta de una variada gama de abusos y malos tratos cometidos en esos campos.
–¿Puede poner un ejemplo?
–Los días sábados, si usted pagaba unos guilders, podía entrar y humillar a los prisioneros. Normalmente, lo que se hacía era romper unas botellas y obligarlos a caminar descalzos sobre los vidrios rotos. Habíamos incluido eso en el guión, pero decidimos sacarlo porque nos pareció demasiado.
–¿Y qué hay con respecto al Hauptsturmführer Müntze, el SS a quien usted muestra como un moderado, en oposición a oficiales más brutales?
–También existió. Se llamaba Mundt y era miembro del Sonderkommando. Coleccionaba estampillas. El nazi “malo” de la película se llamaba Franken y era un criminal de guerra con todas las letras. Se fugó en barco y jamás volvió a saberse de él. La heroína, Rachel Stein, es una fusión de varios personajes reales, como Esmée van Eeghen y Kitty ten Have, que eran combatientes de la resistencia, y la pintora Dora Paulsen.
–Teniendo en cuenta que usted era un niño durante la ocupación, es de imaginar que tendrá recuerdos personales.
–En 1944 y 1945, que es cuando suceden los hechos de Black Book, tenía 6 o 7 años. Recuerdo los aviones a chorro pasando por encima de mi cabeza, así como la pila de cadáveres que mi padre me mostró un día, al costado del camino. Eran prisioneros holandeses, que los nazis habían fusilado en represalia por acciones de la resistencia. Esa imagen me marcó para toda la vida, me enseñó que el mundo es violento.
–¿Existió realmente el Libro Negro?
–Claro que sí. Se lo conocía con el nombre de Pequeño libro negro. Se escribió mucho sobre ese libro. Era el diario personal de un tal De Boer, abogado de La Haya que fue ejecutado tras la guerra. Durante la ocupación, De Boer emprendió negociaciones entre el alto mando alemán y la resistencia, para evitar derramamientos de sangre, producto de los ajustes de cuentas entre ambos bandos. La suposición es que en el Libro Negro figuran nombres de traidores y colaboracionistas, incluyendo más de un dirigente de la resistencia. Pero ese libro nunca fue hallado.
–Sus compatriotas no salen muy bien parados de la película. ¿Cómo fue recibida en su país?</p>
–Sin protestas: todo el mundo sabe que lo que muestro es lo que sucedió. Los delatores recibían 10 guilders (el equivalente a 5 euros) por “marcar” a un judío. Gente de la resistencia, entre ellos. Las estadísticas demuestran que, de todos los países europeos, Holanda posee el mayor porcentaje de judíos deportados durante el nazismo. De 140.000 que había en mi país antes del comienzo de la Segunda Guerra sobrevivieron apenas 30.000.
Introducción, adaptación y traducción: Horacio Bernades
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