Sábado, 23 de febrero de 2008 | Hoy
CINE › JORGE ROMAN Y DANIEL VALENZUELA HABLAN DE “LA LEON”
Los protagonistas del film de Santiago Otheguy, que se acaba de presentar en el Festival Internacional de Punta del Este, hablan del rodaje en un lugar muy especial: la tercera sección del Tigre.
Por Mariano Blejman
Desde Punta del Este
De una u otra manera, el Zapa le pone el cuerpo a los acontecimientos que le toca vivir. El Zapa, así le dicen todavía a Jorge Román, aquel protagonista de El Bonaerense, de Pablo Trapero, que había descollado con esa profunda cara de nada, rápidamente se convirtió en una de las figuras del nuevo cine argentino y vuelve a ocupar un lugar central en el relato de La León. La ópera prima de Santiago Otheguy (aclamada en el Bafici, la Berlinale y en otra decena de festivales internacionales) se acaba de presentar en la competencia oficial del XI Festival Internacional de Punta del Este y se estrenará, según se anuncia, el 20 de marzo en Buenos Aires. El coprotagonista de La León es Daniel Valenzuela, otro de los actores “factor común” del cine argentino en general. Ambos compartieron directores y rodajes, pero les faltaba compartir un rol protagónico. El formoseño Zapa había aparecido en Sol de otoño y Cenizas del paraíso antes de sobresalir en El Bonaerense de Trapero y compartió con Valenzuela rodajes en Nordeste y La León. Mientras que el misionero Valenzuela estuvo en Mundo Grúa de Trapero, pero también en La Puta y la Ballena, de Luis Puenzo, y en Tiempo de valientes, de Damián Szifrón; en Un oso rojo y Crónica de una fuga, de Adrián Caetano, y Nordeste, de Juan Solanas, entre muchas otras. Allí se conocieron con el director argentino radicado en Francia Santiago Otheguy y desde entonces –sin doble sentido alguno– parece que les gusta eso de andar juntos.
La historia de La León sucede en la tercera sección del Tigre, un terreno inalcanzable por el largo brazo de la ley, la justicia y el orden. A lo mejor, el lugar más parecido al lejano oeste que existe en los alrededores del Río de la Plata. Y en ese contexto salvaje, Alvaro (Román) lleva una vida tranquila, intentando llevarse bien con su gusto por los hombres, escondiendo sus costumbres entre la espesa maleza; su única conexión con el mundo “exterior” es la lancha “El León”, manejada por El Turu (Valenzuela), un personaje perverso y a la vez querible. La elección del blanco y negro como estética para contar esta aventura le da a la historia una sensación de épica de la nada, una lucha contra el contexto que por momentos –gracias a la ausencia de color– parece más un cuadro que una foto. “La tercera sección es un lugar picante”, dice Daniel Valenzuela en Punta del Este. “La idea era evitar el excesivo protagonismo del paisaje”, reflexiona Román, en la conversación compartida con Página/12.
–El uso del blanco y negro le quita el calor al Tigre, no hay una presencia fuerte de contexto. ¿Eso fue buscado?
Daniel Valenzuela: –Por la época en que estábamos filmando, no tuvimos en cuenta el tema del clima, y el director tampoco. El rodaje se dividió en dos etapas: primero era un corto y con la ayuda monetaria de Francia se decidió llegar al largo. El rodaje fue una parte en agosto y septiembre de 2005 y en abril de 2006. Yo soy de Misiones, había estado en el Tigre, pero sólo conocía hasta la secunda sección. Tampoco conocía la cotidianidad de esa gente. Ahí todo es dificultad: si el río crece porque crece, si baja porque baja, si hace calor también, los mosquitos, las distancias. Pero la gente no se quiere ir de ahí, es una cuestión de arraigo, de vivir ahí, de sentirse cómodos. Las locaciones que se utilizaron fueron de gente más que humilde, que vive en una extrema pobreza. Yo soy misionero, Jorge es formoseño, y uno tiene la sensación de que en estos lugares tan sórdidos es como que la gente se va acomodando a la situación y a la larga, es feo lo que voy a decir pero..., se acostumbra.
Jorge Román: –La isla tiene básicamente tres actividades: cortar junco y madera y armar mimbre. Lo de la madera lo hace generalmente gente que viene de otro lugar, que ahí les dicen los misioneros. No porque sean de Misiones, sino porque van en “misión”.
–La gente que vive ahí, ¿estuvo siempre en ese lugar?
J. R.: –Muñoz, que hace de Iribarren, hace 50 años vive en la isla. Tiene 32 nietos y no salió nunca y no se imagina afuera.
–Esa tensión con los “invasores”, ¿es real? ¿O sólo forma parte de la ficción?
D. V.: –Es un trabajo con el director para agregarle una característica al personaje. El Turu representa un abanico de cosas: se lo puede poner a manejar un colectivo y tendría estas mismas características. Por momentos es perverso, por momentos es violento y por momentos lo ves solidario también. Cuando dicen que es una película con una temática gay, yo digo que no. Es algo que está incorporado por una situación en el personaje de Jorge Román, que hace de Alvaro. El verdugueo habitual que hay en un barrio donde cada uno cumple un rol es lo mismo que se vive en el Tigre. Por un par de vinos de más, sos un patotero o un capo. Además, al Turu no le da más la cabeza para ser otra cosa.
–¿La persona que inspira al personaje es así? ¿Cómo fue esa relación?
D. V.: –Al principio fue complicada. Es el chofer de la lancha, a la que cuida más que a su casa, la cuida más que a su propia mujer. Los días que nos íbamos a conocer, estaba por subir a la lancha con las zapatillas llenas de barro y me paró en seco, me dijo: “Así no se puede subir, vos tenés las zapatillas sucias y la lancha está limpia”. Después nos hicimos amigos. Además, sin la ayuda de la gente de ahí, la película no podría haber sido posible.
J. R.: –Fueron unas cinco semanas. Estuvimos un tiempo antes aprendiendo, él a manejar la lancha y yo a cortar juncos. El junco se corta con la hoz y eso implica un movimiento preciso, si no te cortás las piernas.
D. V.: –Pero para el film no tuvimos ensayo.
J. R.: –Santiago plantea la película como un western. Un universo, un mundo de hombres en el que las pulsiones básicas están a flor de piel. Está la complejidad de un personaje que, además de hacer las actividades de la isla, es un lector, un restaurador de libros. Así que el personaje se complejizaba, pero eso no es complejo para Alvaro, mi personaje. La situación más tensa de la película está planteada desde el lugar de Alvaro como un juego.
–¿Y para ustedes cómo fue?
J. R.: –Y... fue bastante complejo, porque se dio una situación: la última escena la filmamos a las 2 de la mañana, hacía frío, había barro...
D. V.: –Y había un asado esperándonos, se estaba pasando. Esa forma de laburo es válida. En ese caso resultó exitosa, resultó lo que resultó. Además, yo creo que la actuación es resolver situaciones. Cuando íbamos a hacer la escena de la supuesta violación esa, estaba la esposa del director, que es de Francia y que dirige, y llegó un momento en el que veníamos desde las 7am filmando. No daba para más y le dije a Santiago: “Tirala” [NdR: hay que filmar]. Ninguna escena de pelea si la marcás sale. Pero no es porque yo sea un capo, está visto que no sale. Le dije “tirala y nos vamos acomodando”. Lo mismo que la pelea, y la tiramos y salió de una. Podía no haber salido, pero salió.
–Estaban dadas las condiciones en el set para que la escena sucediera...
D. V.: –Sabíamos lo que estábamos contando. Y los dos discutimos mucho con el director. Sabíamos qué quería mostrar él, y como le respondíamos, él nos contuvo mucho. Nos daba mucha confianza.
–Los misioneros, ¿son hombres de armas?
D. V.: –Hay una cuestión de que la tercera sección es un lugar medio infranqueable, porque hay gente que comienza a vivir ahí por distintas situaciones que podría haber vivido en su vida. Nos contaban que de pronto había gente que iba a trabajar en la película que habían vivido algunos acontecimientos... picantes. Pero bueno, es un lugar picante. Y de pronto todos se conocen, todos saben más o menos qué hacen.
–¿Hay sentido de comunidad o es más individualista?
D. V.: –Lógicamente, vivís en un país que se llama Argentina, donde en los últimos veinte años la cuestión de la solidaridad fue devastada. Pero sobre todo, ahí si no hay ayuda solidaria del resto de la gente que vive ahí, es bastante difícil.
J. R.: –El primer año no había electricidad ni señales de celular, y la gente de la posada, el hijo y la gente de la isla en general nos dio una mano muy importante. De otra manera hubiese sido imposible filmar. El desplazamiento de diez metros, si en la ciudad es de diez minutos, en el agua es de una hora. Si no había gente de la isla explicando lo que estaba pasando, no se podía hacer. Pero ellos estaban entusiasmadísimos. Que alguien cuente la historia de un lugar olvidado, perdido, generó una situación de pertenencia y orgullo.
D. V.: –Más que nada le agradezco a Otheguy por elegirme para hacer de “el Turu”, habría que saludar a Juancito, a Noli, al Turco, a Manu, a la gente que se puso la camiseta de la película sin saber lo que estaba haciendo. Es una película dura, difícil, pero es una película nuestra.
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