Lunes, 10 de marzo de 2008 | Hoy
CINE › ENTREVISTA CON CLIVE OWEN, EL HOMBRE COMúN EN LA PANTALLA
El intérprete británico de Closer e Hijos del hombre admite que su parquedad es una estrategia para resistir a diálogos que subestiman al público. “En las películas de Hollywood –dice– se habla demasiado y se da todo mascado al espectador.”
Por Iker Seisdedos *
El Plaza Athenee, en la lujosa avenida Montaigne de París, es de ese tipo de sitios con clase en los que hay botones dedicados todo el santo día a empujar la puerta giratoria a huéspedes a los que si la vida sonriese un poco más, acabaría por dislocarles la mandíbula. No es ése, es cierto, el tipo de alarde con el que se impresiona a esta altura de sus 43 años de vida a Clive Owen. El “chico de clase trabajadora de Coventry”, en Inglaterra, metido a fino actor de teatro británico a finales de los ochenta. La estrella de la televisión inglesa y el buen hombre de familia que, después de todo, encontró su lugar en el firmamento de Hollywood. Pertenece a esa raza de actores que exhiben su normalidad casi como una disculpa.
En un mundo dominado por managers y relaciones públicas, eso explicaría que exija conversar a solas con los periodistas. Es día de resaca de los Oscar. Y a Owen, que estuvo nominado por su papel en Closer, película a la que, en términos de popularidad, este actor lacónico y de gesto inescrutable debe seguramente casi todo, no se le había perdido nada en el teatro Kodak este año. Además, en París sobraban motivos para las celebraciones. Owen representa un difícil equilibro. Héroes de acción apocalípticos (Hijos del hombre, de Alfonso Cuarón), ladrones de bancos resentidos (Plan oculto, de Spike Lee) o el crupier cínico que encarnó para Mike Hodges en los inicios de su carrera... Sus personajes e imagen pública siempre encajaron en lo que los sociólogos celebraron como “la vuelta del hombre-hombre”, tras los devaneos metrosexuales de cierto porcentaje de la población masculina mundial. Y ahí reside el truco.
Porque Clive Owen, el actor de la barba de tres días y el hoyuelo en el mentón que dice tanto sin decir nada, no tendría por qué cuidarse y, sin embargo, ¡lo hace! No sólo eso. También lo prescribe desde la publicidad de Lancôme.
Luego es verdad que el chico de las cremas, en el cara a cara, hidratado y exfoliado, participa más del aire de elegancia sin aparente esfuerzo del entorno de molduras siempre recién pintadas y otomanas de terciopelo granate. No hay más que fijarse en su aspecto; el traje con camisa sin corbata, los zapatos Oxford y los dientes blanco nuclear. El ligero bronceado y el modo en el que, al concluir sus respuestas, suspende la mirada y gira la cabeza para, clavando los ojos en el interlocutor, ordenar sin decir nada que el ritual puede continuar.
–¿Acertó en su quiniela para los Oscar?
–No pude verlos porque he estado fuera del circuito estas últimas semanas. Y me entristece, porque ha sido un año genial. Hay por lo menos seis films de este año que considero entre los mejores de los últimos tiempos. Verdaderamente inteligentes, adultos, listos... Ha sido un muy buen año.
–¿Se sintió especialmente contento o particularmente triste por alguien?
–Me dio pena que no ganase Michael Clayton. Por Tony Gilroy, su director, al que conozco bien. Aunque es bastante conseguir siete candidaturas por una primera película, supongo. Es lo que llamarían un premio en sí mismo, ¿no? ¡Me alegró mucho que Javier ganase! Me hace feliz su interpretación.
Como británico, quizá se sienta parte de lo que se ha llamado “el triunfo del cine europeo”, a través de esos cuatro premios de interpretación que se llevaron actores no estadounidenses.... “Creo que Hollywood ha cambiado mucho en los últimos años. Se ha abierto un montón y se ha adaptado a la internacionalización de los mercados. Ya no se trata de vender la película en Estados Unidos. Hay que conquistar el mundo. Como actor inglés, hace unos años era impensable tener un acceso tan directo a la industria.”
–Salvo si te llamabas Cary Grant, Sean Connery o Lawrence Olivier...
–Claro, casos geniales, pero aislados. Lo que quiero decir es que ahora se ha generalizado. Y que todo no hace sino crecer, crecer, crecer. Hay un mercado más grande, eso es todo.
–¿Le gusta verse dentro de una generación?
–Nunca pienso en mí en esos términos... Cuando trabajo no me siento británico ni americano, sólo un trabajador. Porque ¿en base a qué criterios decides que una película es inglesa o yanqui? Hijos del hombre estaba totalmente por Hollywood y transcurría en Londres, con actores de la ciudad.
–¿Tiene verdaderos amigos en la industria?
–Sí, me llevo bien en general con la gente...
–¿Le caen bien los actores?
–Sí... sí... sí... Supongo. En general, sí.
–¿Cuál de los clichés que circulan sobre usted lo hace sentir menos cómodo?
–Supongo que el que dice, por los papeles que he interpretado en cine, que soy un tipo callado e introspectivo. Si hablas con la gente que me rodea, verás que me encanta reír...
–Hay críticos que sostienen que “practica la inescrutabilidad”, sea lo que sea eso.
–Soy de esos actores que deben creerse cada cosa que tienen que decir. Por eso, lo primero que hago al recibir un guión es tachar partes enteras. Siempre parecerás mejor actor cuanto menos digas. En las películas se habla demasiado. Se le da todo mascado al espectador, lo que, sin duda, es subestimar su inteligencia. Salvo que el guión sea muy brillante, quito diálogo y me quedo con lo esencial. Lo que sucede es que los guionistas escriben para los tipos de los estudios, que suelen ser algo cortos y tienen que verlo todo claro a la primera para seguir adelante. Se puede resultar un mal actor sólo por decir un mal diálogo...
Los tipos callados suelen parecer más inteligentes, por regla general...
Lo que le decía.
–¿Quiere escuchar otro cliché acerca de usted? Es la encarnación de la vuelta del hombre real al cine británico.
–¿Qué? Ese sí que no lo entiendo.
–Si realiza una búsqueda en Google de Sarah Jane Fenton, su esposa e intérprete como usted, descubrirá que en casi todas ellas sale tomada de su brazo.
–¡Ella preferiría no salir en absoluto! Odia los estrenos y las fiestas y siempre me dice: “Vayamos a otro lugar esta noche, seguro que hay un sitio más tranquilo para estar los dos”. Es una gran influencia para mí y para la familia. Es muy difícil de impresionar. Ha trabajado como actriz y sabe de qué va el tema...
–¿Por qué papel cree que será más recordado cuando se muera?
–Personalmente, Closer fue muy importante en mi vida. Porque estaba muy involucrado con la historia e hice uno de los dos papeles masculinos en el teatro antes de interpretar el otro en la pantalla. Fue una maravilla formar parte del reparto y estar a las órdenes de Mike Nichols. Ese es el tipo de cosas que me interesan. Si valorase mi carrera en términos de lo que recaudan mis películas, tendría que replanteármela. No es que haya sido un actor de éxitos infalibles.
–Quizá en el futuro...
–Quién sabe... Tengo por estrenar The International, de Tom Tykwer, que trata de un par de tipos que invierten en negocios corruptos por todo el mundo. Y la siguiente película será con Julia Roberts, dirigida por Tony Gilroy. De modo que sí, con suerte, quizá me convierta en un actor taquillero.
–En Hijos del hombre es impresionante el trabajo del director Alfonso Cuarón. Hay secuencias en las que pasan de los 15 minutos en plano fijo.
–Me he convertido en amigo íntimo de Alfonso. ¿Ve?, tengo un verdadero amigo en la industria del cine... Creo que el film es radical e innovador. Pienso que es un gran director... y que trabajaremos más juntos.
–¿Cuántas tomas se hicieron, por ejemplo, de la escena de la batalla en el campo de concentración de inmigrantes, hacia el final?
–No muchas. Era imposible. Volver a poner todo en su sitio si algo iba mal llevaba medio día de trabajo. ¡Y eso sólo en reconstruir los escenarios y devolver los tanques a su lugar! Creo que hicimos tres tomas. Los días se iban ensayando la coreografía. De pronto, el sol se había puesto sin poder rodar nada. No podría imaginarse las llamadas del estudio en Los Angeles. “¿Me estás diciendo que no filmaron nada?”. Alfonso respondía: “Tranquilos, en cuanto lo tengamos nos habremos quitado cuatro días de trabajo de un plumazo”. Cuando acabamos la dichosa secuencia... un solo plano de 10 minutos con cientos de personas involucradas... todos estábamos extasiados. Y de pronto llegó Cuarón y dijo: “Ha saltado sangre a la cámara... Hay que repetir”. Menos mal que alguien lo convenció de que, más que un problema, ese detalle era una virtud.
- De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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