CINE › “OLDBOY”, GANADORA DEL GRAN PREMIO DEL JURADO DEL FESTIVAL DE CANNES
Cuando la venganza no tiene límites
El film del coreano Park Chan-wook trabaja sobre la idea de círculos concéntricos, donde un infierno menor va derivando hacia infiernos mayores. El jardinero fiel, de Fernando Meirelles, rinde culto a John Le Carré.
Por Luciano Monteagudo
Como lo viene demostrando no sólo en el circuito de festivales internacionales (incluidos el Bafici y Mar del Plata) sino también con los pocos títulos que llegan a su estreno local, el cine coreano no es uno solo y uniforme sino múltiple, diverso, complejo, pleno de variantes y ramificaciones. Su vitalidad artística y su prosperidad económica lo han convertido en los últimos años no sólo en un motor de todo el cine asiático sino también, hoy por hoy, en uno de los principales rivales de la hegemonía del modelo de Hollywood. Con un promedio de 80 largometrajes anuales, el cine coreano es, en primer lugar, un rival imbatible en su propio mercado (donde es normal que las producciones locales desplacen de los primeros lugares de taquilla a los tanques de los grandes estudios estadounidenses) y paulatinamente también un competidor peligroso en toda la región, a la que exporta sus principales éxitos (varios de los cuales han llegado incluso hasta Buenos Aires, como Camino a casa, La esposa del buen abogado y Primavera, verano...).
El cine de autor más radical, a su vez, suele tener una presencia determinante en los principales festivales, con films de gran sofisticación, como los del minimalista Hong Sang-soo o el ambicioso Im Kwon-taek. Pero lo curioso del caso coreano es que muchos de los films de mayor impacto popular en su país pueden considerarse también obras de expresión personal. Es lo que sucede con Oldboy, hit de taquilla en Seúl durante la temporada 2003 y que al año siguiente se llevó el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, presidido por Quentin Tarantino. Una de las características de este cine coreano capaz de conjugar arte e industria es la audacia con que mixtura diferentes géneros en una misma película, que puede incluir elementos tan dispares como los que alimentan Oldboy: una historia de venganza salvaje, un melodrama pasional, una tragedia edípica y hasta una comedia del más oscuro humor negro.
Los primeros veinte minutos de la película del director Park Chang-wook (ver aparte) ya son capaces de dar una idea del carácter hiperbólico del film, que parece no detenerse ante nada. ¿Qué está contando el realizador? Pareciera que varias historias simultáneas, que requieren la participación activa del espectador para ir dándole forma al enorme puzzle que se despliega en la pantalla. Pero poco a poco se verá que todos esos fragmentos –brillantes y filosos como las esquirlas de un cristal roto– van narrando la odisea de Oh Dae-soo, en apariencia un hombre común, un padre de familia como cualquiera en Corea, que no cree tener nada de especial hasta que de pronto se despierta en lo que parece un siniestro cuarto de hotel, aún más ominoso que el peor que pudiera imaginar David Lynch. Allí descubrirá que es un rehén, no sabe por qué ni de quién. Y allí, en esa habitación que es en verdad una celda, pasará los siguientes quince años de su vida.
El virtuosismo con que el director maneja las elipsis permite compartir no sólo la angustia del agonista sino también la información que asimila a lo largo de esos tres lustros, a partir del único elemento que lo mantiene en contacto con el mundo exterior: un aparato de televisión. “Reloj, calendario, escuela, hogar, iglesia, amigo, amante.” Así define Oh Dae-soo a esa ventana catódica, por la cual se anoticia también de una circunstancia atroz: su esposa ha sido asesinada y él aparece como el único culpable. Además de prisionero, descubre que también es fugitivo, prófugo de la Justicia por un crimen que no cometió. Pero quizá cometió otros, por los cuales está pagando un precio demasiado alto. Porque cuando finalmente salga a la calle –sin explicaciones, como si hubiera sido ayer– comprobará que eso que él creía era la libertad no es sino una prisión aún mayor.
Oldboy trabaja sobre la idea de círculos concéntricos, donde un infierno menor va derivando hacia infiernos mayores, en una espiral que parece infinita. ¿Qué prefiere Oh Dae-soo? ¿La venganza o la verdad? ¿Puede haber venganza sin verdad? El film de Park Chang-wook es también especular, como si hubiera sido concebido como una galería de espejos siniestros: Oh Dae-soo sólo puede vivir para la venganza, pero eso mismo hace su vengador anónimo, aquel que durante quince años lo convirtió en un cobayo y está dispuesto a profundizar en esa punición.
Como mucho cine coreano, Oldboy destila altas dosis de violencia y de sadismo, pero lo hace un poco a la manera –si hubiera que buscar una traducción occidental– del cine de Brian De Palma, con un grado de estilización que mitiga esos excesos (no puede decirse lo mismo de la misoginia, otra constante de la producción coreana a gran escala, que también es una marca indeleble de Oldboy). Y como De Palma, el director Park Chan-wook no escatima ninguno de los recursos del cine y parece dueño de una imaginación visual proteica, inagotable. Pasa por corte directo de un primerísimo primer plano a un impactante plano general, del pixelado de la imagen video a un efecto de animación, de una música romántica casi paródica a un movimiento de Las cuatro estaciones de Vivaldi, todo en uno, sin solución de continuidad.
Este sistema de sorpresas corre el riesgo de convertirse en una sucesión de efectos por el efecto mismo. En Oldboy eso no llega a suceder porque la estructura sobre la que se sostiene todo ese andamiaje es lo suficientemente sólida como para soportar todo el peso del relato. Pero hay que reconocer que en la película siguiente del mismo director, Sympathy for Lady Vengeance, presentada en agosto pasado en la Mostra de Venecia (y que junto con Sympathy for Mr. Vengeance, conocida en el Bafici 2003, integra una pregonada trilogía del director sobre el tema de la venganza), Park Chan-wook sucumbe a esa tentación. Oldboy se mantiene en el límite y, en todo caso, su mayor mérito finalmente es esa invitación al espectador a transitar junto a la película ese permanente filo de la navaja.
8-OLDBOY
Corea del Sur, 2003.
Dirección: Park Chan-wook.
Guión: Hwang Jo-yun Hwang, Lim Chun-hyeong, Lim Joon-hyung y Park Chan-wook, basado en un argumento de Tsuchiya Garon.
Fotografía: Jeong Jeong-hun.
Música: Jo Yeong-wook.
Intérpretes: Choi Min-sik, Yu Ji-tae, Kang Hye-jeong, Ji Dae-han.