Martes, 14 de octubre de 2008 | Hoy
PLASTICA › GUMIER MAIER, CRISTINA SCHIAVI Y PABLO LOZANO EN LA GALERíA BRAGA MENéNDEZ
La nueva exposición de Gumier Maier, El baile de las cosas, embellece los desperdicios de la cotidianidad y encuentra un equilibrio conmovedor entre el fluir de la vida y el arte.
Por Fabián Lebenglik
La muestra que presenta Gumier Maier en la galería Braga Menéndez es la más libre, personal e íntima del artista. Lo pinta de cuerpo entero. Objetos y pinturas, todo está reunido en un montaje de una delicadeza extrema y una disposición muy elaborada. Como si se tratara de un ambiente a mitad de camino entre su hogar (en el Tigre) y el museo, Gumier realizó un montaje entre casual y obsesivo: las dos sillas de exteriores terminan de redondear el clima que invita a disfrutar de la escena y quedarse un rato a compartir ese tiempo fuera del horario de la exposición. Pinturas y objetos se alternan en una secuencia donde los objetos –ensamblados con cosas encontradas, envases, recortes, blisters y “desperdicios”– son casi todos antropomórficos y los cuadros de formato mediano y pequeño evocan paisajes abstractos y escenas en que las formas y los colores “bailan” libres. Aquellas plantillas y pistoletes que evocaban sus obras de fines de los ’80 y comienzos de los ’90 se transforman en lenguas de un fuego que baila, inofensivo, porque da calor sin quemar.
El baile de las cosas es el título de la muestra: un baile amable, en clave autobiográfica, donde Gumier aplica en la obra las cosas cotidianas que siempre encuentran una función estética y una articulación plástica en buena parte de sus piezas.
Como la muestra que presentó hace tres años y medio en la misma galería, lo que aquí se ve fue provisto en gran parte por el fluir de la vida en el Tigre. Pero no fue traído tal como se ve: allí intervienen el ojo y la mano del artista. Gumier toma del paisaje lo que el paisaje ofrece, sea natural o industrial, maderas o latas de conserva, ramas o envases: el paisaje le puso en las manos obras concretas, literalmente, pero también simbólicamente. Obras reales, tangibles pero que en las manos del artista revelan el cruce entre el arte concreto y el pop en versiones absolutamente personales. Aunque las regulaciones de la historiografía del arte no desvelan a Gumier en el momento de “fabricar” su propia obra, porque él puede ser concreto a su manera y al mismo tiempo estar dando cuenta del paisaje y de la vida cotidiana, cosa que jamás hizo un artista concreto porque estaba fuera de su programa estético.
También el pop adquiere un sentido cotidiano, casi casual, en esta exposición. Aquí las latas de conserva, los envases, blisters, maderitas, papeles y etiquetas tienen un aspecto tan casual que sólo pueden pensarse como un movimiento de sinceridad del artista que busca siempre, “naturalmente”, La estatización de la cotidianidad, el embellecimiento de la rutina y del fluir de los días.
En las obras de Gumier hay un recupero de objetos y de épocas cada vez más melancólico, como si el presente fuera un tímido disfrute traído por la resaca del pasado. Y ese pasado está fijado a fines de la década del cincuenta y comienzos de los sesenta. En sus obras se ven colores y diseños que recuperan retazos de esa época: determinados colores y formas que se combinan con movimientos y resonancias musicales.
Hay ciertos puntos de contacto entre algunas de las piezas encontradas y estilizadas por Gumier ahora y la obra de Liliana Maresca de mediados de los ’80. Se percibe una manera de encarar el objeto a mitad de camino entre la belleza y la casualidad, la bastedad y la exquisitez.
La combinación de sabiduría plástica con cierta amable torpeza revela una honestidad conmovedora: El baile de las cosas es la estetización de un modo de vida, del complejo equilibrio entre vida y arte. De algún modo entrar en la muestra es entrar a una juguetería artesanal.
La estructura modular y combinatoria de las obras coloca en primer plano ciertas nociones básicas como forma, color, valor, tamaño, escala, proporción, articulación, movimiento, disposición en el espacio.
Gumier se opone a que la obra de arte deba decir algo, porque cualquier referencia discursiva intencional la volvería obvia y burda. Para él los discursos que fuerzan la obra resultan compulsivos y nada sinceros. En todo caso la sintonía entre la obra y otra cosa es siempre provisoria, porque las piezas mismas padecen la precariedad y se constituyen en formatos provisorios.
“Tengo una relación muy melancólica con mi propia producción –decía el artista hace casi diez años–, necesito la presión y el estímulo externos. Siempre hay algo que me resulta inalcanzable. En realidad creo que nunca logro lo que busco. Creo que mi obra intenta recuperar el misterio que experimentaba en mi infancia frente al mundo, mirándolo todo en busca de sentidos: muebles, espejos, manteles estampados. Sólo después de mucho tiempo pude reconocer esas resonancias en mis ornamentaciones. Pero a la vez siempre aparece algo inesperado, que me desconcierta y que no me atrevo a desechar. No se trata de algo concreto como un color, sino más bien de la sensación de que no llego a descifrar lo que hago.”
Toda hipótesis de tensión –que puede reconstruirse a través de la historia que revelan las cosas incrustadas, montadas, pegadas, aplicadas–- está subsumida en la gentileza visual y ambiental que propone cada uno de los objetos y el funcionamiento del conjunto. Todas las piezas de la muestra, por su distribución en el espacio de la sala, se ofrecen como una sola pieza, como una obra única pero también como un lugar de estar que invita a pasar, quedarse y disfrutar de un momento único, excepcional y cotidiano al mismo tiempo.
En otras dos salas la galería hay una instalación de Cristina Schiavi, un living con amoblamiento y diseño hecho con paneles y módulos pictóricos que dan al ambiente una apariencia de gran cuadro. Cada parte de esa ambientación es móvil y la artista irá rotando los módulos y recombinándolos durante los días de permanencia de la exposición. El living de Schiavi dialoga con –e incluye obra de– Gumier Maier. La propuesta de la galería se completa con una muestra de pinturas de Pablo Lozano que avanza inteligentemente sobre su propio trabajo anterior y cuyas líneas y colores de sus cuadros son también el nexo entre sendas muestras Gumier y Schiavi. (En Braga Menéndez, Humboldt 1574, hasta el 11 de noviembre.)
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