Martes, 2 de diciembre de 2008 | Hoy
PLASTICA › OBRA RECIENTE DE CARLOS ARNAIZ EN LA GALERíA JORGE MARA-LA RUCHE
Como aquellas especies botánicas que siempre se dirigen hacia el sol, la obra de Arnaiz, cada vez más notoriamente, se dirige a lo pictórico. El artista va del dibujo a la pintura de un cuadro a otro y dentro mismo de cada obra.
Por Fabián Lebenglik
Atrás quedó el realismo que Carlos Arnaiz (Buenos Aires, 1948) hacía en sus pasteles sobre tela de los años setenta. Ahora es óleo y pastel, pero lo que hace ahora en algún sentido comenzó en 2005, y tal vez en 2003.
Los motivos tomados de la naturaleza son muy atractivos y al mismo tiempo son meros pretextos, aunque de una gran sensualidad. Flores, o partes de flores: corola, cáliz, sépalos, pétalos. Siguen los motivos vegetales: cotiledones que se vuelven hongos, luego corazones; hojas, gotas, órganos. Toda una tipología de encadenamientos y transformaciones orgánicas, vegetales, que establecen un ritmo atractivo, una cadencia visual. Formas continuas, entrelazadas. Relaciones de movimientos y quietud. “Fragmentos blandos”, escribe Eduardo Stupía en el texto de presentación del catálogo. “Engranajes”, apunta también.
Dibujo y pintura se contaminan y enriquecen en la obra de Arnaiz. Uno es el andamiaje del otro. Lo dibujístico aparece como apunte, como feliz rémora de la forma que luego se hace gris, blanca, se hace color, se transparenta. Dibujo y pintura se complementan y conviven como especies compatibles.
Los trazos que perviven del dibujo se muestran sin disimulo: se ofrecen para demarcar las figuras encadenadas.
Y las formas de la naturaleza son pretextos, sí. Bellos pretextos que sedujeron al artista. “Yo siento que tengo que seguir hacia la pintura –explica el artista a quien firma estas líneas– y no hacia las anotaciones dibujísticas que están en toda la obra.”
Siempre la obra es un camino, una tendencia. Como el heliotropismo de las especies botánicas que por medio de giros y torsiones se dirigen siempre hacia el sol, para absorber la luz nutritiva.
Arnaiz se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, de Buenos Aires. Su primera exposición fue en 1964 y en 1968 presentó una muestra en la galería Lirolay, de Buenos Aires. Después comenzó a exponer en Bonino y en la Galería Ruth Benzacar. En los setenta comenzó a ganar los primeros premios de dibujo (De Rider –dos veces–; Premio Benson & Hedges y también un premio en Barcelona). Desde 1978 hasta 1996 vivió en Madrid y Hamburgo.
Una carrera internacional lo llevó a realizar exposiciones en galerías, ferias e instituciones de distintas ciudades de Alemania, España, Italia, Bélgica y Dinamarca.
En 2007 ganó el Segundo Premio de Dibujo del Salón Nacional.
Durante la conversación sobre su muestra el artista se explaya sobre cuestiones técnicas, porque “el tema técnico es fundamental: hay que tenerlo. Los artistas que a mí me gustan... como Jim Dine o Willem De Kooning, por ejemplo, lo tienen... Es decir: dominan las cuestiones técnicas; tienen una ‘cocina’ impresionante. El tema técnico es una preocupación central de los pintores. Y yo lo pienso desde la misma práctica. A lo largo del tiempo fui cambiando la manera de pintar. Y cada material tiene su ‘lógica’, el pastel tiene una, propia; como el óleo, la suya. Mis cambios se dieron a través de cuestiones técnicas: las transparencias: pastel y óleo. Me gustan mucho ambas técnicas, como también el dibujo”.
Pastel, óleo, dibujo, se combinan y contaminan en las obras de Arnaiz. Y el color está allí, a veces agazapado, apenas insinuado, a veces estalla o sigue senderos y chorreaduras que atraviesan parcialmente, en distintos sectores, la superficie de cada obra como una grilla.
Los grises aparecen en matices variados, como los blancos, que se muestran en distintas tonalidades. Los colores, como las formas, se reproducen por superposición y contigüidad. La botánica vuelve, en sus multiplicaciones por mitosis o cariocinesis, a funcionar por analogía en la sutil matriz reproductiva de estos trabajos. Los encadenamientos e imbricaciones sin embargo no tienen rigidez geométrica, pero hay sí, una geometría secreta, una maquinaria flexible que funcionan detrás de estas combinaciones y ritmos.
“Podría decirse que en la evidente sensualidad con la que Carlos Arnaiz se sumerge en la pintura –escribe Eduardo Stupía–, palpita la obsesión por el esbozo sensible de una geometría laxa, de resonancias botánicas, como si la naturaleza y sus ornamentos, catalogados en caudaloso archivo gráfico según una muy elaborada síntesis, fueran concebidos a partir de ciertas formas elementales, pero altamente productivas.”
“La excusa de la naturaleza –dice por su parte Carlos Arnaiz– es también un modo de escapar de toda narrativa e ir hacia la pintura. Me gusta la ambigüedad. Ni completamente figurativo ni abstracto. Yo estoy en el medio. Lo que encuentro... surge de la tela. Hago bocetos que son casi trabajos terminados. Sin embargo cuando comienzo... la cosa la pone la pintura, ahí se decide. Yo voy a la práctica.”
En el inspirado texto de presentación, Stupía se acerca notablemente a la producción de Arnaiz: “En esta etapa de cromatismo calcáreo, de blancuras de almidón melancólico y grises metálicos, de azules crepusculares y verdes de aguas eléctricas, el planteo estético de Arnaiz propone una epidermis incierta pero ilustrada, marcada, cortada, por los dameros de fragmentos blandos, irregulares pese a su afinidad con la simetría, que hacen de la óptica de la pieza un laborioso experimento constructivo-vibratorio. El borroneo y la modulación estratégica de la línea definen turbiamente el dibujo, que se ve enriquecido, y también alterado, por la superposición, transparencia y contrastes de capas de color licuado, donde a su vez intervienen los sectores puramente tonales desplazados de sus perímetros, como si del límite del contorno se hubiera desprendido una sombra que lo duplica desplazada.
“Todo aporta a un lirismo rítmico, construido con gran dinámica y a la vez con explícita racionalidad, incluso en los ingresos más gestuales; los pasajes se entremezclan y conversan en un permanente desbalanceo entre profundidad y superficie. Arnaiz se aboca a borrar todo rastro que permitiera inferir cuál es el signo que daría la tónica del trabajo, aunque la solidez aireada y la misteriosa homogeneidad del mismo nos susurran que hay una armonía esencial, tan oculta como infatigable, y básicamente imperceptible.
“El desenfoque, la inestabilidad y hasta un discreto uso del pentimento como opción expresiva acechan en la intimidad del cuadro, en eso que se entrevé allí debajo, allí detrás, sin adquirir preeminencia alguna. Es una pintura a la vez cantarina y recluida en si misma, de exposición morosa, para que el espectador, más que confiar en la captación instantánea, se detenga a detectar acompasadamente, atento a la ebria temporalidad a la que Arnaiz quiere llevarlo, la clave de tanta disimulada fascinación.”
La muestra incluye casi una veintena de obras, aunque hay varias más en la trastienda. Sucede que aunque esas obras no exhibidas forman parte de la misma serie, sin embargo su gran formato o la vibración de los colores, concitan una tensión (y atención) que desequilibraría el recorrido armonioso de la exposición. Son trabajos literalmente excepcionales, que por una concesión a la gentileza del conjunto, se reservan para los más curiosos.
Con una mezcla de deseo y humildad, Arnaiz revela su búsqueda y dice: “Cuando veo mis trabajos creo que tengo que ir hacia la pintura”. Como si no hubiera llegado.
Con su actual galería, el pintor participó, desde 2003, en la feria ARCO de Madrid, en arteBA, SPArte (San Pablo) y el mes pasado en la Feria Pinta, de Nueva York. (En la galería Jorge Mara-La Ruche, Paraná 1133, hasta el 8 de diciembre.)
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